El aroma del triunfo

La novela Bonarda y Malarda, en su Capítulo XXI, de Marcela Muñoz Pan.

Marcela Muñoz Pan

Los padres de Bonarda, eran fanáticos del fútbol, aunque Don Osman era de Gimnasia y Esgrima y Doña Elena de los Chacareros. Un sábado de octubre Gimnasia y Esgrima se jugaba la final al ascenso a primera, sol del este se filtraba entre los parrales, tiñendo de dorado las hojas de las viñas y la radio de Osman que cada vez subía el volumen porque su equipo iba ganando y su emoción bajo la lluvia con sol, también.

Doña Elena, la matriarca de la familia, iba y venía con las torotras fritas y el mate para apasiguar los nervios de Osman y sus amigos que atentos escuchaban el partido, una sonrisa de satisfacción al ver a su marido que ya venía con sus achaques de los años, pero con la alegría intensa y fuerte como la presencia de frutos de sus logros, como si también se estuviera despidiendo de todo lo que construyó. Aunque el lobo decía "jamás desaparecerá". Recordaba siempre la misma situación y contaba la misma anécdota, cuando sus padres que llegaron de Siria y se quedaron a vivir un tiempo en la zona este pero después por razones laborales se trasladaron a la ciudad de Mendoza, allí con sus dos grandes salones de telas importadas crearon un imperio en la zona de La Alameda. 

Compraron una casa en calle Rioja y Catamarca y así fue que se hicieron hinchas de Gimansia y Esgrima, que tenían estaba a pocas cuadras. Los hinchas eran los hombres más que nada que habían creado una comunidad de inmigrantes y prósperos comerciantes. Osman si bien nació en el este, porque también sus padres tenían sus viñedos acá, se acostumbró a ir y venir de la ciudad al este, y así fue que también se hizo fanático de Gimnasia y Esgrima. Era toda una odisea trasladarse con sus amigos a la ciudad pero al tener la casa paterna en pleno centro, después de los partidos hacián un asado y bebían hasta altas horas de la noche.

Ese sábado glorioso mientras escuchaban el final de la victoria, la tranquilidad de la zona se vio interrumpida por el sonido de los bombos y las trompetas que llegaban desde algunos fanáticos a pocos kilómetros de distancia. Era día de partido, y el Lobo mendocino, el segundo equipo más ganador de la Liga Mendocina de Fútbol (LMF) y considerado uno de los cuatro grandes del fútbol mendocino, se consolidaba campeón. El hermano de Don Osman, también era un fanático del Lobo y no se perdía un partido. "¡Vamos Lobo, carajo, su voz ronca de tanto alentar a su equipo.

Mientras tanto, Doña elena se reía a carcajadas. "Hoy el Lobo se come el trago amargo", decía con sorna, deseándole la derrota a su marido, aunque en el fondo prefería que ganara, ya que ganaba Mendoza. En la bodega, el aroma dulce de las uvas Bonarda recién cosechadas se mezclaba con la tensión que flotaba en el aire. De repente, un grito de gol estalló en el estadio. El Lobo había marcado un tanto en los últimos minutos del partido. La hinchada enloqueció, y Don Osman saltó de alegría, abrazando a todos los que tenía cerca. La victoria del Lobo era un buen presagio para todos. El padre de Osman, parecía haber absorbido el espírtu de la victoria y sufrió una descompensación, tuvieron que trasladarlo al hospital, su hijo lo acompañó en la ambulancia pensando lo peor, comenzó a llover muy fuerte la ambulancia iba cada vez más rápido, mientras le decía a su hijo: "si muero, muero feliz hijo mío, pero prométeme que no vas a llorar, porque tu padre se va con el aroma del triunfo".

El aroma del triunfo

No murió el padre de Osman, por suerte llegó a tiempo con su infarto de puras emociones, celebraron victorias tras victorias, "celebremos con las copas de vino, un lobo como yo jamás puede morir". Cuando fue dado de alta definitivamente, al llegar a la casa de Osman y Elena, sólo pidió construír una cancha de fútbol y pintar todas las gradas, negro y blanco. Blanco por la totalidad de los colores y el negro de la elegancia, contraste y equilibrio, inmortalidad y mortalidad, los misterios de una arquitectura perfecta.






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