Brindar el amor, brindar con el universo

Continuando con los capítulos de la novela Bonarda y Malarda que va transitando con los lugares turísticos de Terruños del Libertador, Mendoza Este. Los capítulos anteriores los pueden encontrar en la Columna Líquida de Marcela Muñoz Pan de Memo, los domingos.

Marcela Muñoz Pan

Exactamente al año siguiente un 17 de agosto se realizó el casamiento de Don José y Doña Bárbara, fue una boda más que magnífica, toda la sociedad estuvo presente sin distinción de clases sociales ni de ningún tipo. José estaba muy agradecido de la sociedad en general por haber sido tan amables, predispuestos y con un gran sentido de solidaridad al ser él de otro departamento y habiendo elegido su lugar en el mundo como San Martín. Bonarda era muy parecido a José en cuanto a su visión de las relaciones humanas, sin mediar diferencias sociales o económicas, recordemos que Bárbara cuando en su crianza y sus primeros años de tanta rebeldía, como cuando decidieron llamarla Malarda, había crecido tanto con los que cultivaban la tierra como los dueños de las mismas. Es decir, ambos tenían un sentido de la humanidad y la gratitud propios cada uno de sus aprendizajes. José dentro de su cargo como General en el ejército fue delineado por los valores sanmartinianos, de nuestro héroe máximo Don José de San Martín.

Un amor unido por el amor y por las grandes razones de ser y hacer. Cuando Bárbara conoció a ese joven en el aniversario del departamento de Rivadavia que le había dedicado un poema, "Cuando a uno lo vienen a querer", si bien sintió un mundo de emociones, sensaciones que no conocía y de alguna manera moldeó la Bárbara que hoy era. Ese joven quedó muy deprimido al no ser correspondido, le escribió muchas cartas por mucho tiempo, pero no fue el amor de su vida para ella. El amor de su vida fue José, en todos los sentidos, pero el sentido que le daba sentido a su vida fue el amor por la tierra, el cultivar un amor de la mano de su terruño. Quizás porque fue desprendida de los brazos familiares con el aluvión, de su hermana gemela Bonarda, seguramente su inconsciente la traía permanentemente acá, a lo que podía tocar con sus dedos taninos y su alma oliva. Tanto tiempo que habían perdido las hermanas en contarse la vida, en los secretos que solamente se pueden compartir con una hermana, tantos años valiosos que nunca jamás estaban dispuestas a perder. Tanto es así que Bonarda y Pedro decidieron construir la misma casa que había diseñado y soñado José para vivir con su amada, prácticamente al lado, unas viñas de Bonarda las separaba, pero eran Bonardas hermanas.

Brindar el amor, brindar con el universo

Las hermanas imaginaron que sus hijos o hijas correrían libres entre los viñedos para seguir el legado. Un sueño que después del casamiento se haría realidad. En fin, todo se iba acomodando como un regalo del universo, como si Dios planificara un destino que tal vez escapó a él, pero que ahora lo podía reparar. Curar el pasado y bendecir una boda nueva que ya comenzaba con una nueva década, la década del 30.

Silvia Bodiglio la organizadora de bodas, la misma que organizó la boda de Bonarda, no escatimó en gastos, el vestido de Bárbara era ligeramente entallado en la cintura con una falda de encaje que caía con elegancia y fluidez, la silueta de la novia permitía todo tipo de vestidos con telas elegantes y refinadas, que fueron traídas de una de las amigas de Doña Elena, Doña Valentina, desde Francia. El escote modesto y en forma de V con encaje bordado y las mangas largas pensando en un agosto que podía sorprender el clima. Una parte del vestido era de seda y el tul muy largo aportando ligereza y movimiento al mismo. Un tocado de novia con flores naturales y por supuesto unos guantes de encaje. Todo blanco, claro está, pero más blanco era ver a esos amores amantes, aunque el traje de José era de militar azul marino oscuro, no dejó de llevar un boutonniere en su solapa izquierda. Las madrinas lucieron sus vestidos de satén todo color rosa viejo y los padrinos de traje color negro. Bonarda también lucía un hermoso vestido color champagne y Pedro de traje azul. Todo era una paquetería, una celebración emotiva como ninguna.

Brindar el amor, brindar con el universo

En la casa de campo de Doña Valentina en Montecaseros San Martín se llevó a cabo la boda, la decoración mu Art Decó con los espejos que caracterizaban a la casa, las lámparas de araña y los pisos de madera, casi todas las paredes de color blanco con algunos toques de dorado y plata en le vajilla y manteles que le daban un aire de glamour. Si bien las familias tenían una influencia muy europea, propia de los inmigrantes que fueron llegando al este y a la ciudad, no dejó de ser una fiesta tradicional mendocina. Después de la ceremonia religiosa seguida de la celebración de los padres y el ajuar de la novia, la recepción de los novios fue con unas copitas de vino, empanadas y posteriormente cada familia o invitados ocupaban sus lugares asignados, la coordinación estuvo perfectamente organizada. El plato principal era carne asada con verduras de estación y posteriormente los dulces tradicionales. Vino, agua y champagne acompañaron toda la velada junto a los vals, tangos y rancheras que tocaban músicos locales y algunos cuadros con coreografías haciendo partícipes a los invitados, incluso con juegos que iban sumando como el baile del cofrecito, el del pañuelo, etc. y así la noche iba siendo muy divertida, sin que nadie quedara fuera de ella.

Esta boda duró hasta altas horas de la noche, fue el evento social más importante de ese año, razón también para que fuera tapa de diarios y revistas de la época. El momento culminante fue cuando cortaron la torta y el baile de los novios con un brindis donde José tomó la palabra y dirigiéndose a los invitados, familiares y especialmente a Bárbara dijo:

Brindo en el este por mi amada donde la luna fue testigo junto al vino más puro que he conocido, en la noche, en el día, los relojes fueron haciendo tic tac en nuestras almas para sabernos alimento y risas, brindo por estas acequias que me trajeron a ti, por los ecos de las cosechas y las semillas que sembraremos como fruto de este amor en este puñado de tierras, donde te encontré, donde me encontraste, en un tiempo que solo es cuando te veo. Lo inefable del amor, la inmensidad de este horizonte donde puedo ver las estrellas como en ningún lado, el canto que quiero cantar todas las mañanas, los vértices de cada viña que plantamos juntos para que no existan páramos, brindo por crecer entre tus brazos apasionados intrépidos y valientes para que se prolongue hasta los más oscuros momentos y continuar siendo tu guía y tú mi sendero, brindo, brindo, brindo por toda la danza que nos rodeará hoy y siempre.







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