¿La princesa olvidada del currículum escolar?
La importancia de enseñar Ciencias Naturales, analizada por Isabel Bohorquez.
Enseñar Ciencias Naturales en la escuela es adentrarse en la complejidad de la vida misma.
Los prodigios y misterios (en muchos casos aún sin respuestas) del cosmos, los planetas, las estrellas, todo lo que nos circunda en una infinita manifestación de energía y materia en tan diversas formas, tantas preguntas con solo levantar la mirada al cielo...
Nuestra casa grande, la Tierra, con todo lo que podamos observar y relatar, admirar y asombrarnos respecto a ella, el tesoro del agua, del aire, de la biología en todas sus expresiones, los animales, las plantas, los procesos que permiten la reproducción, los ciclos desde el nacimiento a la muerte, el desarrollo, el crecimiento, la herencia, la genética, las leyes implícitas en un dinamismo que al ser vivo es siempre cambiante y desafiante de los obstáculos que las condiciones puedan intentar imponerle...
La aventura más fascinante se encuentra compilada en las ciencias naturales con todo el despliegue que la vida realiza cotidianamente: el impulso de un brote nuevo en las plantas del jardín, las razones de su descanso como aparente muerte en el invierno, ese camino enigmático que hacen las hormigas siempre esquivando los obstáculos a su tarea organizada con precisión, los cambios físicos del agua, las capacidades de los sapos para reaparecer cada verano, el sol saliendo cada mañana y a la vez mostrándose en diferentes ángulos por la ventana de la casa según sea la estación del año, lo vivo y lo no vivo, lo pequeño y lo más pequeño, los viajes que hace la comida por el cuerpo y sus transformaciones...la lista parece inagotable y en realidad, lo es, ante tanta diversidad y multiplicidad de la naturaleza en todo su arco de expresiones.
Difícil y fantástica tarea la de enseñar en la escuela tanta grandiosidad a la vez que estimular lo que en las personas es y ha sido crucial: la observación.
Observar la naturaleza es una tarea humana tan antigua como nuestra misma especie. Observarla nos ha permitido sobrevivir y adaptarnos; pensarla y afirmar creencias sobre el cielo, la tierra, los mares y todo lo que nos rodea, nos ha provisto de herramientas para habitarla, intervenirla y tantas veces...dañarla. Somos uno con la naturaleza y en la naturaleza, lo sepamos conscientemente o no. Y nuestras convicciones definen esa consciencia y esa posibilidad de vivir en un mundo que podemos comprender y donde debemos convivir con las otras especies y condiciones naturales.
Esta observación surge en la temprana infancia, el interés por los animales, la luz, el agua, etc. tienen preponderancia en los juegos, en la imaginación, en el lenguaje. Somos seres curiosos y vamos aprendiendo sobre la naturaleza mucho antes de ir a la escuela.
Por eso mismo, en la aventura de descubrir el mundo que nos rodea, los padres, la familia, los adultos responsables del cuidado y crianza de los niños, tienen un papel fundamental.
Esas creencias, esas ideas previas, serán puestas en tela de juicio -ojalá- por la escuela y de ello resultará una concepción superadora en la medida en que podamos llevar a cabo una tarea genuinamente investigativa y de estudio, comprometida y rigurosa.
La escuela habilita así la posibilidad de que los alumnos puedan poner en cuestionamiento sus propias creencias, incentivando y acompañando el desarrollo de su capacidad simbólica para sistematizar sus observaciones intuitivas y poder de ese modo, confrontarlas con otras ideas; construir conjeturas sobre la base de sus ideas, que confirmará o no; descubrir nuevas formas de comprender los fenómenos de su entorno y progresar en sus posibilidades de abstracción para ampliar su campo de conceptualización, alcanzando así un pensamiento hipotético deductivo, matriz de cualquier inquietud investigativa. No debería ser jamás una mera repetición dócil ni un silenciamiento de las propias convicciones, tampoco un estancamiento en sí mismos, sino el crecimiento de lo que humanamente nos pertenece: la condición de seres observadores, contemplativos, curiosos, seres de búsqueda de respuestas, ampliando mundos, desafiando barreras, habitando universos.
Esa capacidad de observación -espontánea y natural- se estimula, se potencia y se educa. O se desdeña, con el consecuente empobrecimiento para quienes -sumergidos en un mundo que termina resultando fugaz e incomprensible- pueden tornarse seres indiferentes, incluso pasivos u hostiles ante un entorno que les es ajeno.
Las corrientes pedagógicas que se consolidaron a lo largo del siglo XX pusieron el acento en una participación activa de los alumnos, estimulando la curiosidad y la exploración para abordar los contenidos escolares de las ciencias naturales como proyectos de investigación, favoreciendo el auto aprendizaje, considerando los conocimientos previos de los niños y adolescentes y admitiendo que deben respetarse los procesos de cada estudiante. Ya hemos mencionado en otros textos al constructivismo y su gran influencia en el sistema educativo argentino.
Actualmente afrontamos las dificultades de una enseñanza que, basándose más en lo procedimental, desplazó lo conceptual y banalizó los contenidos al punto que muchas veces el currículum se volvió una repetición insulsa de los mismos temas de un ciclo educativo al siguiente.
La gestión áulica de los proyectos de investigación escolar perdió el sustento imprescindible como para modificar realmente las creencias previas de los estudiantes y generar aprendizajes superadores basados en los conocimientos científicos.
¿Acaso es posible enseñar ciencia en la escuela en los niveles inicial y primario? Esta es una pregunta que ha generado mucho debate y que hoy encuentra respuesta en el término alfabetización.
Nos planteamos la alfabetización científica, lo que no implica necesariamente acertar a enseñar ciencia y cómo esa ciencia (conocimiento erudito) se puede convertir (por transposición didáctica) en contenido escolar sin perder su rigurosidad.
Otro concepto que actualmente impera es el de espacio curricular a diferencia de área curricular. Y eso significa que los contenidos son planificados y abordados en forma integral por más de un área curricular: por ejemplo, abordar el tema del parque de la ciudad contemplando contenidos de ciencias naturales, de ciencias sociales, de matemática, de lengua, de arte, etc., elaborando proyectos que tengan en cuenta la realidad circundante, los intereses de los estudiantes y las posibles soluciones a los problemas que se planteen. El riesgo de este enfoque metodológico es que los contenidos curriculares puedan dispersarse o desarrollarse superficialmente.
¿La dificultad a subsanar es entonces la de equilibrar los tiempos de enseñanza para que los contenidos curriculares no sean el gran ausente en este escenario educativo? ¿Cómo lograr ese equilibrio?
¿Podemos partir solamente de las ideas previas de los estudiantes o debemos abordar la enseñanza explícita de algunos contenidos curriculares que entren en diálogo con esas ideas previas y posibilitar así una investigación genuina?
¿Qué sucede después en el nivel secundario, cuando los contenidos curriculares se encuentran divididos por áreas específicas?
Este debate pedagógico -a la luz de los resultados obtenidos los últimos veinte años- respecto a los métodos y su sistematización didáctica es indispensable.
Y la otra cuestión que se requiere discutir es respecto a la formación docente en ciencias:
¿Los docentes pueden enseñar ciencias en la escolaridad básica? La formación de los docentes desde el profesorado y ya en el ejercicio de la tarea docente, aún no encuentra una respuesta satisfactoria. ¿Cuánto debe saber un docente para asumir su tarea frente al aula? ¿Cuánto procuramos que sepa y qué les hemos propuesto como herramientas de trabajo para que aborden la enseñanza de las ciencias?
Lo que asimilamos en base a las dificultades, logros y errores en las concepciones pedagógicas aplicadas las últimas décadas es que el conocimiento científico contextualizado en la escuela como conocimiento escolar no ha logrado aún el lugar que le corresponde en la formación de nuestros niños y jóvenes.
Aprender más Ciencias Naturales, ¡aprender más ciencia! con más y mejores recursos para enseñarla, con conocimientos sólidos y docentes preparados para afrontar la tarea de aventurarse en la enseñanza de los maravillosos aspectos de la vida, esa es la cuestión.