El delirio de la derecha y la izquierda sobre la hegemonía cultural

Un texto de Lorenzo Castellani curado por el Prof. José Jorge Chade.

José Jorge Chade
Presidente de la Fundación Bologna Mendoza Dr. en Ciencias de la Educación.

Considero importante reportar hoy un artículo escrito por Lorenzo Castellani que es investigador y profesor de Historia de las Instituciones Políticas en la Universidad LUISS de Roma (*). En 2016 obtuvo el doctorado en Historia Política en el IMT de Lucca. Entre sus diversas publicaciones destacan "Eminenze grigie. Uomini all'ombra del potere" (2024), "Sotto scacco" (2022) y "L' ingranaggio del potere" (2020).

En este artículo que he traducido nos habla del delirio de la derecha y la izquierda sobre la hegemonía cultural, y tal vez nos puede llamar a la reflexión a todos los que nos ocupamos de cultura. Castellani, frente a este título nada simple, nos dice que:

- La politización de la cultura es lo más erróneo y, al mismo tiempo, lo más irresistible que puede haber. En los últimos años, en Italia, con el auge político de la derecha, se ha intensificado el enfrentamiento en torno a la cultura.

El delirio de la derecha y la izquierda sobre la hegemonía cultural

- Las universidades, las escuelas, los grandes periódicos, las grandes productoras cinematográficas y las principales editoriales siguen estando fuertemente orientadas hacia el progresismo y el marxismo. No serán tres eventos en el Salón del Libro de Turín o alguna serie de la Rai sobre personajes históricos desconocidos o casi desconocidos para la mayoría, lo que cambie esta situación.

- La contrahegemonía cultural de los conservadores es un expediente que sirve para dar cabida a unas pocas personas válidas en ciertos mundos e instituciones, pero no corresponde a un amplio movimiento cultural apoyado por los votantes.

La politización de la cultura es lo más equivocado y erróneo que existe y, al mismo tiempo, lo más irresistible que pueda ser. En los últimos años, en Italia, con el auge político de la derecha, se ha intensificado el enfrentamiento político en torno a la cultura.

Esto se aplica tanto a las ambiciones de la nueva derecha, que tras años de marginación busca un lugar al sol en el mundo de la cultura, como a la reacción de la izquierda, ampliamente predominante en este ámbito, pero también en plena crisis de identidad y resultados políticos.

Son dos actitudes que, si se observan con distancia, expresan cierta ridiculez en el mundo del debate. La llamada izquierda culta se asusta por un puñado de pensadores, ensayistas y periodistas de la nueva derecha que presionan para afirmarse no solo en la política, sino también en la cultura, en el mundo de la televisión, los periódicos, el cine y las editoriales.

El esfuerzo de este pequeño grupo es lógico y fisiológico, ya que el éxito político siempre conlleva ambiciones culturales, pero la reacción de la cultura de izquierda es muy exagerada hacia un movimiento que parece realmente minoritario.

Se trata de una decena de personas que desde hace algunos años frecuentan la televisión, los periódicos, las fundaciones y las instituciones culturales más que antes, expresando, entre otras cosas, una posición cultural heterogénea, por no decir incoherente. Van desde la derecha social, pasando por los nacionalistas, hasta la derecha neoliberal de modelo anglosajón y los católicos conservadores.

Grupos que se reflejan en una panoplia de intervenciones, periódicos, revistas, pequeñas editoriales que intentan incursionar en los salones culturales, pero no hay nada más y, sobre todo, nada preocupante y mucho menos opresivo. La desproporción con las «casamatas del poder» (Fortificación del poder)de la izquierda, es evidente, por no decir vergonzosa.

Autorreferencialidad

Las universidades, las escuelas, los grandes periódicos, las grandes productoras cinematográficas y las principales editoriales siguen estando fuertemente orientadas hacia el progresismo y el marxismo. Pero...no serán tres eventos en el Salón del Libro de Turín o alguna serie de la RAI sobre personajes históricos desconocidos o casi desconocidos para la mayoría, lo que cambie esta situación.

Por el contrario, esta intolerancia de la izquierda ante la confrontación con estos pequeños David de la cultura de derecha pone aún más de manifiesto la conciencia de la debilidad de ciertas tesis progresistas, muestra una escasa propensión a la tolerancia y a la confrontación con el adversario, transmite la idea de una cultura encerrada en sí misma, al límite de la autorreferencialidad, basada en redes relacionales y principios éticos muy precisos que, sin embargo, rara vez logran producir alta cultura o proyectar la cultura de la izquierda italiana en el ámbito internacional.

Por otro lado, la cultura de derecha, o lo que se considera como tal, parece cada vez más atrapada en el complejo de inferioridad que la caracteriza.

El afán por politizar a autores como Dante y Manzoni, la carrera por los puestos y los espacios en las manifestaciones culturales controladas por los progresistas, la descabellada idea de fundar una nueva hegemonía cultural con los mismos instrumentos de la izquierda son señales poco alentadoras, aunque legítimas y comprensibles.

Los grupúsculos de la derecha cultural deberían rendir cuentas con la historia, es decir, con el hecho de que en Italia nunca ha existido una tradición conservadora, que la derecha política ha sido un elemento político ultraminoritario durante casi cincuenta años y que, por lo tanto, imitar a la izquierda, que desde la posguerra prevalece ampliamente en la organización de la cultura, para devolverle la pelota es una empresa improbable y tal vez ni siquiera demasiado apreciada por los propios votantes de la derecha.

Es plausible que este electorado no reconozca el prestigio ni conceda un apoyo especial a intelectuales, profesores, editores, directores de cine y ensayistas, porque su educación política y civil es de un tipo diferente al del pueblo de la izquierda.

La contrahegemonía cultural de los conservadores es un recurso que sirve para dar cabida a unas pocas personas válidas en ciertos ámbitos e instituciones donde existe una fuerte desproporción de representación a favor de la izquierda, pero no corresponde a un movimiento cultural amplio respaldado por los votantes.

El bloque social que vota a la derecha se refleja en otros fenómenos, no se interesa por la academia, la edición o el cine, no se preocupa por quienes, aunque tengan posiciones cercanas a las suyas, querrían hacerlo.

En cambio, los intérpretes actuales de la cultura conservadora siguen creyendo que para crear una base cultural diferente hay que recurrir a los mismos instrumentos que utiliza la izquierda. Pero para los ciudadanos de derecha, la élite está formada por quienes trabajan y producen, por el empresario que invierte y da trabajo, los profesionales y los directivos que resuelven los problemas, los prefectos que mantienen el orden público y, desde luego, no por las profesiones intelectuales, casi siempre subvencionadas directa o indirectamente con dinero público, que no gozan de gran legitimidad ni consideración entre esta amplia franja de italianos, ni siquiera cuando expresan ideas coincidentes con las suyas.

En todo caso, ahora que hay un gobierno de derecha, los círculos de la cultura conservadora deberían pedir a la mayoría que amplíe su círculo de asesores y directivos para que la acción del ejecutivo sea más eficaz.

Esto no significa, por supuesto, que el intento de aumentar la oferta cultural de derechas sea erróneo, ya que el pluralismo y el aumento de la oferta siempre son apreciables, pero hay que ser conscientes de que puede seguir siendo durante mucho tiempo un esfuerzo con resultados limitados.

Cultura alta y popular

Si la cultura alta no se puede politizar más que de forma ridícula -¿quién puede etiquetar la obra de Montale, Arbasino, Calasso o Sorrentino?- y la cultura media está dominada por la organización de la cultura de izquierdas y por un pueblo de izquierdas que invierte en ella y se reconoce en ella, ¿por qué la derecha no se conforma con su dominio en la cultura popular?

Una hegemonía, sí, que es la base de su propio éxito político. Está en las bromas irónicas de Checco Zalone, en el éxito de audiencia de un programa de radio como La Zanzara de Giuseppe Cruciani, en los programas de Mediaset y en La Zuppa di Porro, en las películas navideñas de los Vanzina, en los denostados titulares de Libero, en la defensa de las tradiciones, las costumbres y los productos locales, en el rechazo visceral de la pedante pedagogía progresista, la derecha ejerce su fuerza cultural; desde la izquierda no hay mucho de qué preocuparse -ni gritar que hay una incursión «fascista» que no existe- por los cuatro gatos de la cultura de derecha y sus pequeñas criaturas editoriales; mientras que desde la derecha hay que tomar conciencia de los límites de la propia cruzada contra la hegemonía y de la fuerza de la llamada cultura baja, que no es más que la expresión de las necesidades de la vida y de la libertad concreta; y todos deberían concentrarse en sus propios límites para poder ser más lúcidos, sensatos y tolerantes.

En definitiva, tal vez todos los protagonistas de este debate deberían tomarse las cosas un poco menos en serio y calmarse.

(*)LUISS La Libera Università Internazionale degli Studi Sociali «Guido Carli» es una universidad privada italiana con sede en Roma, fundada en 1974 por Umberto Agnelli. La universidad se dedica a la enseñanza de las ciencias sociales, en particular: derecho, economía, gestión, finanzas y ciencias políticas.

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