El amor construido en la tierra
El capítulo XIII de la serie "Malarda y Bonarda" de Marcela Muñoz Pan.
El amor de Bárbara y José fue creciendo en amor, en comprensión, paciencia, digo esto porque José al vivir en la ciudad y Bárbara en el este complicaba un poco ese vínculo más cotidiano, es decir, ese paseo del día a día por los viñedos de Bárbara, las charlas en la casa de Té de Ceferina o en Lo de María, que eran los lugares preferidos de Bárbara. Una mañana le llega una carta de José, diciéndole que pensaba venir la semana de los festejos sanmartinianos cerca del 17 de agosto para quería juntarse con ella y su familia y pedir su mano, pero ya, en otros términos, que estaba dispuesto a venirse a vivir a San Martín, porque no podía dejar de pensarla, sentirla y necesitarla, sabía fehacientemente que era la mujer de su vida. Llego aproximadamente en 3 días, ansioso concluyó, mi Bárbara amada.
Bárbara corrió a mostrarle la carta a su hermana Bonarda y conversar sobre la gran decisión que tenía que tomar, ella era su confidente, como hermanas gemelas las palabras estaban demás, Bonarda veía en los ojos de su hermana que el amor le llegó con todo en un invierno que iba concluyendo y con la esperanza de la primavera en puerta.
-Hermana, no puedo decirte más, que te veo radiante y la decisión que tomes la apoyaré, tus padres también están muy contentos, lo sé porque escuché cuando se lo comentaron a los míos, incluso José ha tomado decisiones que lamentablemente, no puedo contarte, pero sé que te van a gustar.
- No, por favor, necesito saber hermana, no podés dejarme con esta intriga, sé que ha habido cartas entre mi padre y José, pero obviamente no he leído, entonces allí se han contado o explicado lo que me estás diciendo.
Así fue, los padres de Bárbara habían tenido no sólo una charla epistolar continua, sino que también se habían juntado en la ciudad a conversar sobre las "intenciones" del joven José San Marín, aunque no le quisieron contar a ella porque tampoco querían influir en sus decisiones, más bien, fueron conociendo más a ese joven apuesto, altruista y enamorado de su hija adoptiva que tanto amaban. El tema es que José con su carrera militar no iba a poder seguirla en San Martín pero sí podía dedicarse a su otra profesión que era de Ingeniero Agrónomo, entonces esas largas charlas con Don Roberto fundamentalmente fueron del orden práctico de la vida, porque si se quería casar, sabía que Bárbara no iba a querer irse a la ciudad después de pasar tantos años sin saber de su hermana y sus verdaderos padres Don Osman y Doña Elena, entonces él tomó la decisión de comprar varias hectáreas en la zona con una gran producción de la cepa Bonarda, de durazneros, olivos y pensaba plantar ajo, ciruelos, zapallo y todo lo que se pudiera trabajar y dar sus frutos en la tierra, una tierra que hasta ahora había sido generosa en todos sus sentidos: un amor y la posibilidad infinita de dedicarse a su otra pasión: Cultivar.
Pero José, siendo más futurista todavía, y teniendo a sus padres que eran arquitectos, también había comprado una casa que cumplía con todos los requisitos de construcción de la época como el ladrillo que fue reemplazando de a poco al adobe, unos ingenieros y constructores amigos de sus padres había traído en ferrocarril las primeras bolsas de cemento, hierro y vidrios, toda una innovación con la llegada de los inmigrantes, nuevos materiales y nuevas tecnologías comenzaron a penetrar en la manera de construir. José estaba muy actualizado y aprovechó estas nuevas maneras y mandó a empezar a construir un chalet con techo de chapa, estructuras de madera de Pinotea, cenefas ornamentales, donde el diseño también hacía su impronta en la casa que imaginaba, pero junto a Bárbara, los desagües de lluvia infaltables, los pisos eran de baldosas calcáreas con dibujos de colores y los artefactos sanitarios procedentes de Inglaterra. Este tipo de construcción en la ciudad eran más conocidos, pero en el este fue toda una revolución, sino fuera por la llegada del tren, estos materiales eran muy difíciles de que se conocieran. A todo esto, Bárbara en sus paseos con sus padres había visto la construcción de este Chalet y decía que estaba impresionada de lo hermoso que sería vivir allí, de quién será se preguntaba y preguntaba, pero nadie le dijo absolutamente nada.
José llegó a San Martín, corriendo a la casa de Bárbara. Tocó a la puerta con suma emoción, atendió la empleada Doña Idolina que llamaba a los gritos y emocionada también a Doña Bárbara, cuando Bárbara llega al recibidor y José dejando su sombrero en el perchero y su tapado azul oscuro, los abrazos de los novios no dejaron de emocionar al resto de la familia que iba llegando con sus pasos ligeros a ver el encuentro. Lágrimas, lágrimas de emoción en los ojos de los amados, todo confluía como el primer día. Un abrazo incondicional que sería para toda la vida. Un amor por construir un mundo que cambiaría sus mundos y los de todos sus habitantes.
Bárbara notó que las valijas y baúles de José eran varios entonces preguntó por qué tantas cosas, cuando pensaba que estaría unos días nomás para volver al ejército, amor mío amor, le dijo José, he venido para quedarme, siempre, siempre a tu lado, quiero casarme contigo y sacando del bolsillo de su pantalón azul y colocándose en cuclillas, abrió una cajita forrada en terciopelo rojo, anillos de ya claras señales del Art Déco, piezas muy sofisticadas para la época, el diseño eran geométrico, con diversas combinaciones de colores y patrones abstractos, una verdadera joya, para dar con su talla, en una de las cartas de Roberto y Adriana, le habían mandado un hilo con el contorno del dedo de Bárbara, ellos ya sabían que pronto, muy pronto llegaría ese día.
Toda la ceremonia poco ceremonial, más bien espontánea, literal salió: "como anillo al dedo".
Comenzaron los preparativos para la inminente boda y por supuesto que Bárbara se comunicó con quien le organizó la boda a su hermana, Doña Silvia Bodiglio, la lista de invitados, las tarjetas que serían diseñadas por artistas de la zona, las querían pintadas a mano, los souvenirs para regalar, contactar a los fotógrafos Don Javier, Don Fabián y Don López. Cada uno se encargaría de una parte especial del casamiento. Cada detalle fue pensado con mucha dedicación y cuidado.
Pasados unos días de tantas emociones, preparativos y grandes decisiones, en el auto Ford T color negro de José, salieron a pasear para relajarse un poco de tantas noticias nuevas y rápidos preparativos, anduvieron por la ciudad tomando un café en Borges, después fueron a recorrer el departamento vecino para que Bárbara conociera a los amigos de los padres de José que tenían una finca "Santos Lugares" y Bárbara quedó maravillada con el lugar y sus dueños, volviendo por la calle Isidoro Busquets, Bárbara le preguntó:
- Mi querido José ¿te has dado cuenta de dos cosas?
- Ay ay no, cuéntame pequeñuela qué pasa por tu cabecita de novia.
- ¿Me he dado cuenta ayer que hemos empezado a tutearnos (riéndose cómodamente) y hemos organizado casi todo, pero una duda ¿dónde vamos a vivir?
- Ah, amor, es una sorpresa que vengo construyendo hace un tiempo, y ruego, ruego que te guste, como te había dicho en una de las cartas, al decidir dedicarme a mi verdadera profesión y con la ayuda de tus padres, de mis padres y a la bendición que se tiene en el este con la llegada del ferrocarril, fui pensando el Chalet de mis sueños con mis padres y unos constructores que fui conociendo a través de los padres de Bonarda, es que comenzamos con el proyecto.
- No entiendo amor, ¿qué chalet? Porque yo he visto uno que estaban llevando cosas en donde era la casa del chileno Herrera, el que trazó los canales en la zona del Ñango y otro en la Ruta N° 50, que me encanta.
- Sí, claro, conozco la historia, vamos querida, era la última y más importante etapa de nuestro recorrido, he disfrutado tanto este paseo, como si todo fuera la primera vez.
Al llegar a ese lugar por la ruta 50 donde estaba la casa, lo que conocemos como la ruta sanmartiniana, empezar a conectar con ese chalet en medio de tantos álamos, sauces, Bárbara no podía creer que José ya había pensado en casi todo, casi todo nada más para que fueran felices. Cuando empezaron a recorrer el chalet iban de la mano, sabiendo que un futuro claro, bonito y sanador los esperaba, allí tendrían sus hijos, allí construirían un terruño, su legado, identidad cultivada en las tierras sanmartinianas, las tierras que unieron un amor con un sentido de pertenencia, auténtico, basado en valores intrínsecos y sagrados.