El uso político de la muerte

El primero en utilizar políticamente a los muertos fue Juan Manuel de Rosas, con los homenajes a Dorrego. La historia argentina está llena de estos ejemplos.

Luciana Sabina

La Revolución Francesa cambió a Occidente en numerosos aspectos, uno de ellos fue la vinculación del hombre con la muerte. No sólo a través de la organización civil de los cementerios, también imponiendo una costumbre tentadora para muchos: el uso político de los muertos.

Con la facción girondina en el poder -es decir la más liberal- las imágenes góticas como las calaveras, esqueletos dejarían de tener cabida en un cementerio moderno: lo importante no era asustar o hacer tomar conciencia al sujeto de la muerte, el nuevo objetivo sería educar y regenerar a través del ejemplo, exaltando a quienes habían hecho algo valioso por Francia.

En 1792, Charles-Alexandre de Moy, un ferviente revolucionario y sacerdote explicó que la Iglesia tenía dominio sobre las almas de los muertos, pero no sobre sus cuerpos. Las ceremonias y rituales religiosos arrebataron a los muertos de sus amigos y familiares.

Prohibido matarse

Así, poco a poco, la sociedad fue dando vergonzosamente la espalda a sus muertos y descuidando sus deberes. Cuando después de una vida de servicio y participación, los ciudadanos merecen ser valorados, honrados y conmemorados por sus pares.

Según Moy, establecer espacios funerarios únicos y relativamente aislados era una tarea crucial para que la sociedad cumpliera con su obligación con los muertos. Esto evitaba que los muertos fueran pisoteados. Además, le desesperaba que legiones de niños usaran los cementerios urbanos como escenarios para sus turbulentos juegos y enemistades.

Así comenzó a debatirse la idea entre arquitectos, escritores y políticos parisinos que comenzaron a pensar seriamente en los muertos como una fuente poderosa pero sin explotar para la instrucción pública y la cohesión social: éstos podían proporcionar modelos de virtud cívica y actuar como un puente que unía pasado y presente.

Se presentaron proyectos para colocar tumbas en las plazas y de ese modo generar la interacción buscada. Finalmente decidieron utilizar el famoso Panteón de París para sepultar allí a los grandes hombres de Francia. Pero, ya con los jacobinos en el poder, estuvo reservado para los difuntos de su agrado.

El primero en utilizar políticamente a los muertos fue Juan Manuel de Rosas, inaugurando una tradición aún vigente. Comenzó con Dorrego, ejecutado por los unitarios en Navarro, Provincia de Buenos Aires.

El uso político de la muerte

Al cumplirse un año de su muerte, el Restaurador envió una comitiva a cargo del médico Cosme Argerich para exhumarlo. Pocos días después Buenos Aires recibió el cadáver entre ceremonias y homenajes. El pueblo lo consideró un mártir.

Entre una multitud luctuosa marchaban hacia la Recoleta la esposa e hijas de Dorrego. Durante el entierro Rosas pronunció palabras convenientemente sentidas, concluyendo que "la mancha más negra de la historia de los argentinos ha sido ya lavada con las lágrimas de un pueblo justo, agradecido y sensible".

Cabe destacar que a pesar de haber alcanzado una fortuna considerable, el homenajeado dejó a su familia un patrimonio reducido e infecto en deudas. Y mientras Rosas se mostraba afligido por el militar muerto, perjudicaba a su viuda negándole la pensión que le correspondía. Las tres mujeres sobrevivieron como costureras para el Ejército durante años.

Esta no fue la única ocasión en que el gobernador bonaerense se empoderó del prestigio ajeno utilizando restos humanos. A través de los años realizó homenajes similares a Cornelio Saavedra, Feliciano Chiclana, Miguel Matheu, Gregorio Funes, Gregorio Perdriel, Marcos Balcarce y Juan José Paso. Todo esto a pesar de haber sido enemigo de la Revolución de Mayo.

Llamativamente el mismo Rosas fue traído de Inglaterra por Menem para generar un halo de federalismo sobre el extinto riojano, quién por entonces buscaba lucir como Facundo Quiroga.

El uso político de la muerte

Lo cierto es que la historia está llena de estos ejemplos. Por lo cual, resulta lícito preguntarse si no hay algo similar en la idea de utilizar Plaza de Mayo para depositar las cenizas de Hebe de Bonafini, marcando el centro político de la Argentina como patrimonio de la facción a la que perteneció. Ubicándola como ejemplo ciudadano de manera arbitraria, mientras que los "muertos de la derecha" son despreciados y pisoteados sin ningún pudor.

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