La Fuente de los Viñedos
Aquí, el Capítulo XX de la novela de Malarda y Bonarda, por Marcela Muñoz Pan.
En el país de las maravillas de Alicia, la hija prodigio de Bonarda y José, también la ahijada de Malarda, en una estrategia creativa y juvenil entre cultura, arte, turismo y territorio comenzó a consolidar el espacio de los Barrios Las Bonardas y Las Malardas. Las viñas de los dos barrios se conectaban en sus grandes extensiones, senderos de margaritas que tanto les gustaban a Alicia, manzanillas, que iban abrazando los olivos, el cultivador de los secretos, donde comenzaron a pasar cosas que llamaron la atención no sólo de Alicia y sus amigas, su madre y su tía, sus abuelos y cada vez más vecinos, también de las personas que venían de otros departamentos, provincias, sin imaginar lo que pronto significaría este lugar mágico en el mundo.
Una tardecita caminaba Alicia de la mano de su amor Don Aldo y la presencia de un colibrí posándose en la cabeza de ella, como si quisiera anunciarle algo. Hacía un tiempo que le venía sucediendo esta situación, también con las mariposas, y por las noches algunas estrellas fugaces, era una señal, o varias señales que no había prestado atención hasta ese momento. En el preciso momento que paró su marcha en el centro del sendero, lo miró fijamente a Aldo y lo abrazó como nunca lo había abrazado. El instinto la fue llevando hacia la parte de las viñas, como al este de las mismas, el cielo claro, claro como si nunca llegara la noche, la paz, el silencio, sensación de no temer, una energía extraña lloraba entre las vides. Ella se fue acercando lentamente pero valientemente, tomó una hojita de parra y al rozarla con sus dedos, unas gotas de sangre vino formaron un corazón tanino en sus dedos. Ambos quedaron anonadados.
Sin emitir ningún sonido, sin saber qué decir, qué hacer, el susurro del agua era el único sonido, pero de dónde provenía se preguntaban, pero el cielo de golpe se puso negro, negro de tormenta granizera y sin nada más los relámpagos tremendos iluminaban todos los escenarios, ellos quisieron resguardarse y en ese momento un rayo cayó sobre la vid donde Alicia había cortado la hojita de parra y menos mal que estando alejados, pudieron ver el milagro.
La energía eléctrica, combinada con las propiedades del suelo y los minerales de la fuente, generó una reacción química y física que transformó por completo ese espacio. La fuente empezó a brotar un agua cristalina, luminosa, y una especie de neblina suave se elevaba desde ella, formando una silueta casi angelical. Ese inmenso chorro de agua salía con una fuerza de la tierra como una alegoría, una metamorfosis del antes y después, dejaba al descubiero un pilón de piedra centenaria, como si una fuente de los deseos surgiera para que fuera la esperanza a toda una comunidad, porque ya era una leyenda. La nochecita llegaba, Alicia y Aldo sentados en la tierra admirando el milagro de la naturaleza, hablaron y hablaron, lloraron, se rieron, se amaron y como toda revelación de la naturaleza pidieron sus deseos. Malarda que no era poeta como su hermana, en esa convergencia de fuerzas naturales y celestiales, talló en el pilón un poema, un poema que cambió radicalmente la vida de los este y los turistas que querían conocer ese milagro, siendo la fuente de los viñedos un lugar para venir a pedir deseos, milagros, y todo tipo de ofrendas y si al cortar una hojita de parra y apretar su grano de uva, dejaba un corazón de sangre entre los dedos, ese deseo se cumpliría. Al poema le sacaban fotos, lo escibían en sus diarios de viaje, lo hicieron propio.
Misterio
Misterio que descifra los misterios
entre el poniente de la luna
y el sol menguante.
Misterio, siempre misterioso,
de ser
desde los milenarios años.
Solamente agua