Poder y territorio: la Mendoza fundacional

Un relato a 462 años de la fundación de Mendoza, por Matías Edgardo Pascualotto, autor de "Las políticas hídricas y el proceso constitucional de Mendoza".

Matías Pascualotto

El grueso tronco de algarrobo había sido enclavado en el medio del playón previamente limpiado de los secos yuyos que cubrían el terreno. Lo habían llevado hasta allí dos silenciosos hombres que en su pequeña contextura de abdomen abultado y rasgos filosos bajo la piel de pergamino, mostraban la representación de la estirpe milenaria, inaugurando con ese acto, desapercibido bajo la solemnidad de la heráldica del león, el comienzo de una era esclava.


Reunidos en torno al tótem de madera, representativo de la justicia y la autoridad implantada sobre esa otra autoridad huarpe, bajada de su cetro, el Capitán General hacía las mímicas de la ortodoxia correspondiente a la solemnidad fundacional. La espada en alto, los mandobles a diestra y siniestra en castrense pose, el peto y la coraza colocadas bajo el inclemente sol de esas tierras acodadas a los pies de la cordillera, las fórmulas sacramentales.

En su derredor, la soldadesca y la oficialidad de recientes arribados, descendencia de segundones peninsulares devenidos a América, relegados, a su vez, de las aristocracias transcordilleranas, echaban miradas hacia el sitio de los discursos y las advocaciones sacramentales. Miradas que interrumpían en soslayos hacia otras vistas, ávidas del espacio infinito que los rodeaba, acompasado por el retumbar de las aguas que, a varias decenas de metros, serpenteaban el cauce entre los juncos, delimitando el contorno de las hileras de sembradíos nativos, el espacio de las promesas, de las mercedes y las encomiendas mil veces prometidas.

Más allá, impávidos ante el escenario de las incómodas sonoridades exhaladas por las gargantas enmarcadas por rostros cubiertos de pelo y olores a tabaco rancio, las cuales rompían con las armonías de la cotidianeidad quebrada, los antiguos señores de la tierra protagonizaban pasivamente el despojo ante los filosos hierros de los espadines y los caños de los arcabuces que mostraban su imperio de solapada amenaza.

Cerraba el cuadro el escribano del naciente caserío que, severo, de pie ante su silla de mano, vociferaba la lectura del acta prefabricada sostenida entre sus dedos, cuyas justificantes ficciones de ley consignaban que: "-En el nombre de Dios, en el asiento y valle de Guentata, provincia de Cuyo, desta otra parte de la Gran Cordillera Nevada, en dos días del mes de Marzo, año del nacimiento del nuestro Salvador Jesucristo, de mil y quinientos y sesenta y un años, el muy magnífico señor Pedro del Castillo...ante mi escribano.... etc...dijo que por cuanto él ha venido a estas dichas provincias a las poblar....etc...".

La avanzada colonizadora, salida de las grietas de los cerros del oeste en columna de hormiga, daba a la luz un nuevo satélite de poder territorial. Nacía así la Ciudad de Mendoza. 

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