La misteriosa muerte de Diógenes Recuero, "El ánima parada"

Gustavo Capone cuenta en esta nota la historia excepcional de un santo popular proveniente de la acomodada burguesía en Rivadavia, Mendoza.

Diógenes Recuero (1861 - 1906). Nacido en Mendoza y radicado por años en Buenos Aires, volverá a Rivadavia para que su desconcertante muerte hiciera nacer una leyenda.

La creencia popular lo convirtió en "el muerto parado", cuando aquel cajón mortuorio al que nadie reclamó, quedó solo tras la mudanza desde el viejo cementerio rivadaviense enclavado en los terrenos de Duffau al nuevo campo santo sobre la calle "de la costa" (hoy conocida como Brown).

La sorpresa del personal municipal fue grande por la reconocida popularidad del muerto, y mucho más aun, cuando el féretro con una inscripción en pintura roja con el nombre de "Diógenes Recuero" quedará enmarcado en un inventario administrativo interno cuyo lapidario membrete de la página decía: "Finados desahuciados".

Esos "finados desahuciados" serán los que, ante la ausencia o inexistencia de algún pariente que pudiera reclamar el traslado del cajón, serían depositados en el osario común (llamado en la jerga funebrera: "el pozo reprofundo"; una especie de crematorio) para luego ser incinerados.

Nadie buscó su féretro, y aunque parezca "cosa de mandinga", ese será el camino que llenará nuestra nueva historia y lo convertirá a Recuero en santo popular.

El hombre antes de la leyenda

Raro de ubicarlo a Diógenes Recuero durante "su vida terrenal" en una sola categoría. Polifacético, rebelde y contradictorio. Hombre público y político. Maestro.

Eran tiempos de fuertes pujas en Mendoza. Así, mientras el gobierno de Carlos Galigniana Segura se eclipsaba, la interna de los liberales "Partidos Unidos" ya había lanzado la nueva candidatura de Emilio Civit. Estaban naciendo "los gansos".

Corría el 1905. En tanto, enfrente, la fallida revolución radical en Mendoza reclamando una nueva ley electoral tenía como líder a José Néstor Lencinas. Y ahí se ubicaba Diógenes Recuero. Estaban naciendo "los pericotes".

Recuero fue un carismático político, que en la función pública será electo "municipal" de la Honoraria Corporación de Rivadavia (Concejo Deliberante) en innumerables ocasiones. Las actas eleccionarias municipales determinaran sus mandatos: 1895, 1896, 1898, 1903, 1905 y 1906. Por esos tiempos la renovación de los cargos era anual. Pero también fue "Presidente Municipal" (figura equivalente en Mendoza hasta 1909 a la de intendente) en 1897, 1899 y 1901, con un sueldo mensual estipulado por tesorería de $ 70, y que "al no necesitarlos", según consta en actas, Diógenes Recuero siempre los donó "como contribución para el pago de maestros en las escuelas de La Reducción y La Libertad".

Recuero y su hijo.

El último registro de su accionar público, unos meses antes de su muerte, fue rimbombante. Tomó la Municipalidad de Rivadavia, cortó la calle San Isidro (principal acera del pueblo) y organizó una amplia manifestación popular. En ese momento, el municipio estaba a cargo de Modesto Gaviola (su compadre y mentor político. Sería Gaviola también quien le presentó a Fabiana Gatica, su futura esposa).

La agitación popular que había promovido hizo que rompiera lanzas con prácticamente todo el sector gobernante de Rivadavia. Fue considerado por sus pares políticos y de elite como un traidor.

¿Pero qué había pasado? Una Ordenanza Municipal presentada por el "concejal" Abelardo Álvarez proponía el cambio de nombre de la tradicional "calle San Isidro" por el de "calle Bartolomé Mitre" como un homenaje al ex presidente argentino recientemente fallecido (19 / 1 / 1906). Mitre había sido un indiscutido referente nacional de una franja liberal que gobernaba Mendoza. El proyecto fue presentado a los dos días de su deceso.

La oposición al proyecto fue tenaz, con gran revuelo en el pueblo, reflotando claramente los virulentos enconos políticos entre liberales y católicos. El movimiento rivadaviense del 25 de enero de 1906 llenó la plaza municipal y reunió más de mil personas. Otro de los cabecillas del levantamiento fue Peregrino Román.

En definitiva: La Corporación Municipal retiró el proyecto. Recuero y Román fueron separados momentáneamente de sus cargos como "municipales". El comisario Nicolás Rocha los arrestó por subversión al orden público durante 48 horas. Vicente de la Rosa, el cura italiano del pueblo, ofreció una misa en la parroquia con amenazas de excomunión a los pecadores liberales. "La San Isidro" siguió siendo San Isidro, y como anticipada ironía del destino, Recuero había firmado "metafóricamente" su propio certificado de defunción. Había quebrado definitivamente el vínculo con el poderoso establishment local al cual pertenecía y pasaba a convertirse en una fuerte amenaza política en vísperas de las próximas elecciones por las innumerables cantidades de adhesiones conquistadas.

Los Recuero en el tiempo

Los Recuero tienen historia. Diógenes era descendiente directo de Casimiro Recuero, aquel que aspiró a conformar las filas del Ejercito Libertador del General San Martín, pero fue rechazado por su precoz edad. A la postre, sí se convertirá en un reconocido militar, ostentando una amplia foja de servicio (Cadete de Granadero, Alférez, Teniente, Capitán, Ayudante Mayor y Coronel). Pero el prestigio de Casimiro se acrecentó en la década del '30 del siglo XIX, después de lograr contener los malones pehuenches del sur de Mendoza, venciendo al cacique Hermosilla sobre el lado sur del Río Diamante (5 /12 /1831) y también por sus batallas políticas contra el gobernador Justo Correas y el Fray Félix Aldao.

Los Recuero eran reconocidos antirrosistas. Otro familiar destacado de Diógenes fue Jacinto Recuero, quien tuvo que exiliarse como muchos mendocinos opositores a Rosas en Chile, desde donde partirá luego a California (EE.UU.) en 1848 enterado del descubrimiento de yacimientos oro en el pueblo de Coloma sobre las cercanías del Río Americano.

"Pueblo chico; infierno grande"

Pero volviendo a Diógenes, y siguiendo la tradición aventurera de su familia, reafirmamos que era de esas personas que producían amores y odios por igual en su ámbito cercano. Indudablemente su forma de ser provocaba cierta envidia. Por testimonios cercanos además sabemos que era muy seductor. El "populacho" lo adoraba, lo que aumentaba la celosa bronca de propios y extraños. Para más aun, oficiaba de curandero y veterinario. Nunca cobraba. Y dicen "las buenas lenguas" que casi siempre acertaba.

Recuero era una figura del jet set mendocino y miembro indiscutido del "círculo rojo" local. Adinerado. Viticultor y criador de caballos. Ya expresamos que fue un carismático político de acomodada cuna y buen pasar. Con propiedades en pleno centro de Buenos Aires. Cosmopolita. Viajes por Europa y Estados Unidos lo atestiguaran. Esgrimista. Pionero piloto de globos aerostáticos. Fanático del turf y asiduo concurrente durante su estadía en Buenos Aires al pituco "hipódromo de Belgrano" (hoy Hipódromo Nacional). Fue un gentleman; un playboy. Tan amigo de los ateneos y bibliotecas porteñas como de sus bares y salones de fiestas.

Arraigado en Rivadavia compuso una familia numerosa. Se casó con la ya mencionada Fabiana Gatica, hija de una rica familia de Rivadavia, y tuvieron seis hijos: Lidia Genoveva, Blanca, Clemencio, Odilia, Mira y Nicolás.

Diógenes murió joven. El 30 de junio de 1906, con 42 años. Sorpresivamente.

Por la certificación médica, firmada por el médico Pascual Cantarella, la causa de la muerte fue: "parálisis cardíaca". El acta de defunción lo corroborará. (30 de junio de 1906 / Acta Nº 91 / Folio 35 del Libro Registro Nº 340 de Rivadavia). Estaba firmada por la Fiscal Pública, ?interina', María del Carmen Trefontane, ante los testigos: Juan Martínez Anzorena y Alberto Álvarez).

"El finado desahuciado"

Ya lo expresamos. Nadie fue a buscar los restos de Diógenes Recuero a ocho años de su muerte. Como sí su recuerdo, popularidad y carisma se hubieran desvanecido repentinamente. Una Ordenanza Municipal (14 de enero de 1914) anunciaba el definitivo cierre del cementerio viejo e invitaba al traslado de restos de los fallecidos. Establecía un último plazo y reafirmaba que el servicio municipal de trasvase constaría un canon mínimo. La información del cambio de cementerio circuló desde varios años antes. Repasemos: Recuero murió en 1906. El nuevo cementerio se inauguró en 1909. El último plazo para los traslados era hasta 1914.

Las familias tradicionales con anticipación habían comenzado la construcción de sus distintos mausoleos en el nuevo cementerio de calle Brown. ¿Qué pasó con el féretro de Diógenes? Lo dijimos: nadie buscó el lecho de muerto de Recuero. Pero lo asombroso estaba por suceder, y fue cuando destaparon el cajón para tirar los huesos a la fosa común.

La primera sorpresa como el primer milagro

Un carretón trasportaba los cajones hasta el pozo de la hoguera. Al borde del osario, el sepulturero esperaba con una barra de hierro. Había que desclavar, sacar la tapa del cajón y luego tirar los huesos al improvisado crematorio. Y ahí surgió lo inaudito. El estado del cuerpo muerto no condecía con lo que empíricamente el sepulturero esperaba ver ante un finado con ocho años de enterrado. El cuerpo estaba casi intacto.

El comentario corrió como reguero de pólvora. Algo muy extraño había pasado. Las autoridades quisieron ocultar lo sucedido. Fue imposible. "Es más fácil desintegrar un átomo, que desintegrar una leyenda". La cuestión continuó cuando quisieron depositarlo al cuerpo en la boca del pozo crematorio y quedó erguido, apoyado contra la pared.

Las versiones, siempre antojadizas, se multiplicaron y tomaron caminos inverosímiles. Las preguntas quedaban abiertas. Lo que sí fue una sentencia contundente, fue la inmediata adhesión popular. Desde ese momento, Diógenes se convertía en leyenda y empezaba a actuar milagrosamente.

"Él nunca se fue; quisieron borrarlo. Pero él sigue en pie. Volvió para vengarse y se las van a pagar. El ?ánima parada' siempre me ayudó". Son palabras de una devota y la anécdota se repitió por años entre sus fieles.

Con los pies sobre la tierra

Las leyendas sobre muertos y aparecidos siempre inundaron las historias locales. Mucho más, cuando se trató de un hombre joven, deportista y popular que lucía de muy buena estampa.

Lo que hace rara su leyenda es que provenía de una oligárquica familia a diferencia del humilde origen social de la amplia mayoría de otros santos populares (desde el gaucho Gil a Bairoletto o desde la difunta Correa a Gilda).

Pero es lógico plantearse algunos interrogantes y afirmaciones que acrecientan el impacto de la muerte de Recuero.

¿Muere de un problema cardiaco, o como el rumor popular sostenía: envenenado?

¿Por qué nadie se preocupó por él a tan poco tiempo de muerto y después de haber ostentando tanta popularidad y poder?

¿Qué pasó con todas sus propiedades en Bs. As. cuando muere? ¿Se mezclaron intereses económicos?

¿Habrá influido su última disputa contra el grupo "liberal" por el cambio de nombre de la calle San Isidro?

¿Su afinidad con la naciente Unión Cívica Radical habrán roto las afinidades con sus viejos amigos políticos?

¿Por qué la política escondió el caso, al igual que la Iglesia, destruyendo cualquier ermita u ofrenda que surgiera a la vera de un camino?

¿Por qué formando parte del sector social y político que dirigió los destinos del departamento (Fausto Arenas, Wenceslao Núñez, Modesto Gaviola, Belisario Gil, Vicuña Prado, Agustín Galigniana, Martínez Anzorena, su yerno D'Angelo, etc.) durante varias décadas, ningún paraje, calle, club lo recuerda con su nombre como a todos los antes nombrados?

Indudablemente estás dudas e interrogantes sobre la muerte de Recuero le dan paso al nacimiento de la leyenda, y como siempre pasó ante el mesiánico nefasto sueño de los represores, de que todo lo que no es recordado será como que no existió, las espontaneas muestras de devoción popular siempre serán más fuertes que cualquier intento oscurantista. Esa represión fue inversamente proporcional a lo buscado. Diógenes Recuero y "sus milagros" lo convirtieron en inmortal.

Conjeturando entre la ciencia y las pasiones

Más allá de certificado médico de defunción oficial era fuerte el rumor sobre su envenenamiento.

Algunos sostuvieron que Diógenes padecía sífilis. Probablemente las sustancias usadas para su tratamiento hayan actuado como conservante del tejido visceral y epidérmico, dilatando la normal descomposición del cuerpo. El tratamiento para dicha enfermedad venérea por ese tiempo era el mercurio y el bismuto, los que pudieron haber actuado como conservantes de los tejidos. A esto se agregará un elemento más. Su yerno Domingo D'Angelo era el único boticario de la zona. ¿Habrá sido él quién le proveía una dosis desproporcionada ("inconscientemente") que provocó aquel supuesto paro cardíaco y dilató la posterior descomposición del cuerpo? Otro final abierto que se agregará a las anteriores preguntas sin respuestas.

Pero eso no fue todo. Hubo entierros y desentierros en lugares ocultos para evitar la propagación de la leyenda, y obviamente no consiguieron detener el fervor popular. En un momento de la historia y ante el desconcierto oficial se pasó al otro extremo: insólitamente se expuso en una urna de vidrio al cuerpo a la vista de todos. La devoción se multiplicó. Largas filas se congregaban para orar ante el muerto expuesto en una vidriera.

Las quejas de la Iglesia hicieron entonces que el cuerpo se volviera a esconder. Pero siempre, por obra y magia de vaya uno a saber qué circunstancias, el lugar era descubierto y aparecía plagado de flores, velas, cruces y rosarios.

Conclusión: se dispuso edificar un gran mausoleo de mármol negro. Hubo un largo "mientras tanto" hasta que se construyó el nuevo edificio mortuorio que sigue generando una fuerte atracción para devotos y curiosos.

El nuevo mausoleo continúo agrandando la leyenda milagrosa, pues fue construido como "pago del favor" recibido con el dinero de un creyente, que prometió de obtener el primer premio de la lotería lo compartiría con el "muerto parado".

Así fue como Carlos Di Fabio, rivadaviense residente en San Rafael, "pagó" su prenda el 31 de octubre de 1963 al obtener el premio mayor de la Lotería de Mendoza construyendo la actual tumba de Diógenes Recuero. Ahí se encuentra él. "Sigue en pie, y ayudando"; como decía aquella fiel seguidora.


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