Mundo interior
Una nueva y atrapante lectura de Cristina Orozco.
Laura estaba esperando a Helena en la puerta de su gabinete. Ella había elegido el turno del mediodía para la sesión de Reiki, pero la retrasó el tráfico. Alguna vez había escuchado que: si se sana la madre se sanan los hijos. Apenas llegó se dieron un largo abrazo.
Hacía bastante tiempo que no se acercaba por Villa Nueva. Esa zona de Guaymallén estaba cambiada. Una vía rápida para los colectivos en la avenida principal. En paralelo, una calle para los autos. Tan angosta que obligaba a andar despacio a expensas de los semáforos mal sincronizados de cada esquina.
Mientras Laura doblaba la manta que había usado en la sesión anterior. Helena dejaba su cartera en una silla. Ellas intercambiaron comentarios No era la primera vez que se veían, después de haber terminado la escuela secundaria, donde fueron compañeras de banco. Se habían visto en una reunión, hacía unos meses atrás, cuando el grupo se juntó en una confitería. Ahí supo que Laura era maestra de Reiki.
Le dijo a Helena que se acomodara en la camilla. Cubrió su cuerpo con una manta blanca y liviana. Luego, que cerrara los ojos. Se los tapó con un pañuelo.
Entonces, empezó la sesión.
En la habitación el silencio le dio paso a una música que la relajaba. Era una melodía con ritmos suaves, que alivió su tensión muscular. Ofrecía sonidos de la naturaleza. No faltó el sonido del agua. De a poco, el cuerpo de Helena se aflojaba. Como ella estaba inmersa en una interminable oscuridad, su expectativa era cada vez, más grande. Pensaba que se iba a dormir. Pero sintió el calor y la energía que irradiaban las manos de Laura. Armonizaban su cuerpo de la cabeza a los pies, mientras daba vueltas alrededor de la camilla. Helena seguía quieta, como Laura le había pedido. Aunque se le adormecían los pies. La estaba curando con sus manos. Su mente ya sentía cierta sensación de calma. Sus emociones se habían equilibrado. La fuerza vital de esa energía le había dado tanta armonía que sintió un completo bienestar.
Laura le había advertido que vería cosas. No vio nada. Fue ella, quien pudo ver su mundo interior. Recuperó la vida de su amiga en un instante. Derramó lágrimas y sabiamente enmudeció. En la camilla Helena había perdido la noción del tiempo. Hasta que escuchó su nombre. Laura le preguntó si se sentía bien. Ahí, descubrió que su voz se quebraba, cuando hablaba. Que tenía un nudo en la garganta y eso, no lo pudo disimular. Después, le sacó la manta y el pañuelo.
Al incorporarse, Helena sintió paz. Se sintió más liviana. Era lo que se iba a llevar para poder enfrentar el día a día de su vida. Su nuevo presente. Fue lo que pretendió Laura con la sesión de Reiki.
-Respirá profundo, tres veces por la nariz.- Le indicó.
- Después vas a respirar profundo tres veces, pero sacando el aire por la boca.-Le señaló.
Laura se sinceró con Helena. Le explicó que había llorado, cuando vio las tristezas que ella tuvo que soportar a lo largo de su vida. Que la vio luchar ante las adversidades. Admiraba cómo había podido reponerse al transformarlas en dicha. Siempre por el bien de sus hijos. No fue bueno que guardara tantas penas en el corazón. Había forjado una coraza para poder enfrentarlas. Eso la mantuvo a salvo. La fortaleció de tal forma que, jamás pudo llorar. Fue Laura quien lloró ese día por ella.
Su sensibilidad le permitió ver imágenes de una existencia de carencias económicas, de soledad y desamparo. Incluso hasta pudo ver las injusticias que alguna vez tuvo que soportar como, cuando la despidieron de un trabajo, donde estuvo muchos años. Pero Helena no se había dado cuenta de que, la vida la había golpeado tanto. Iba hacia adelante y luchaba por el bienestar de su familia. A todo lo malo, lo había cargado en una mochila que solo sus hombros podían soportar. Sin embargo, Laura le habló claro. Le dijo que, era hora de que empezara a preocuparse por ella misma.
¡Ahora vos!- Le dijo.
-Sí, es cierto, estoy acá por mi sanación y la de mis hijos. Sé que ellos nacen a través nuestro, pero no nos pertenecen.-Le contestó, Helena.
-Querida amiga: a menudo creemos que nosotros, como padres tenemos que facilitarles todo a nuestros hijos. Pero no. Son ellos los que, con aciertos y errores, deben aprender a volar para ser dueños de sus propias vidas. No es soltarlos, es acompañarlos y dejarlos ser.-Le aconsejó.
-"Gracias, gracias, gracias"- Dijo tres veces Helena, como Laura le enseñó.
Mientras tomaba sus cosas, Helena decidió que, volvería al gabinete de Laura, en dos semanas para completar su sanación. Llevaba consigo los sahumerios de Palo Santo, que ella le había regalado. Le recomendó que cuando los prendiera, por cada uno, pidiera una intención.
Fue un día distinto para Helena. Esa sesión le había permitido conocer su mundo interior, a través de los dichos de Laura. Había decidió aferrarse a la ayuda espiritual que le ofrecía su amiga. Esperaba que aquel mundo triste del que le había hablado, quedara a siglos de distancia. Nadie más que ella conocía a la niña que había crecido con el amor incondicional de la madre y sus hermanos. Solos en el mundo. Desde chica había enfocado su destino por el camino del estudio y el trabajo y, aunque tuvo que enfrentar obstáculos en ese trayecto, también había tenido alegrías y esperanzas. Laura había llorado por las imágenes que vio.
Cuando tomó un incienso de Palo Santo para encenderlo estaba en su casa. Prometió empezar a desprenderse de las cargas inútiles que, por años, habían llevado a cuestas sus hombros. Con convicción, decidió confiar en sí misma. Lo prendió con la intención de sanar.
A partir de esa primera sesión de Reiki, Helena pensó que, ella se iba a encargar de que nadie más llorara por las desdichas de su vida. De manera que, desde ese momento, todo iba a ser: respirar y soltar. Y más aún, volvería a respirar para sanar.