Textos de primavera, hoy: Mudanza

Finalizar etapas y la inevitable tristeza de sentir que ese tiempo pasado fue mejor, aunque en el fondo sabemos que, siempre, mañana es mejor. Escribe Laura Rombolí.

Laura Romboli

Me gusta creer que la primavera es tierra fértil para la nostalgia. Que todo cambio que sucede durante este período se intensifica de una manera mágica. Hablo de momentos o hechos cotidianos que nos remueven tanto las entrañas que nos hacen sentir vivos. De esos en los que la vida nos demuestra que el rumbo es así. No de aquellos que no tienen respuestas, como las ausencias y pérdidas, que también provocan nostalgia pero se ahogan en ella.

No. Acá es más simple. Pienso en los cambios que se dan siempre en esta época del año. Parece una estupidez, pero son esas emociones que nos llevan a sentir que las etapas se cierran y que no podemos hacer nada para evitarlo.

Nos detenemos en el presente y sentimos esa tristeza de algo que finaliza: una pareja que se termina, un cambio de trabajo, un ciclo que se cierra, una mudanza.

Y nos encontramos con ese sentimiento tan profundo que llega a doler. Esa sensación de que ya nada será igual y, aunque el futuro nos promete que será mejor, hacemos el duelo por ese pasado que nunca volverá. Sabemos que lo extrañaremos, y el recuerdo de lo que ya nunca más será juega con nosotros todo el tiempo.

Y sí, siento que en esta época, cuando el calor de las tardes promete noches de luna llena, esas mismas noches se visten de una tristeza que intentamos controlar. Como una fiesta que termina temprano. Como un despertar obligado para los trasnochados.

Cambios en una rutina que parecía inamovible. Como si el invierno, sin decirnos nada, hubiese germinado este presente que ahora no sabemos manejar.

Algo cambió, aunque en el mismo paisaje de siempre. Y esa luz que acostumbrábamos a ver en la ventana se apagó con la rapidez de quien ya no quiere aguantar más.

Entonces, la nostalgia, que no viene con las manos vacías cuando nos visita, nos recuerda una y otra vez aquellos momentos que quizás son más lejanos, pero que ahora toman la fuerza de lo ya perdido y que no supimos valorar.

Una pausa que se riega con lágrimas que no podemos evitar, para luego seguir con la absoluta certeza de que todo estará bien y que, obviamente, esto pasará.

Pero no les llega a todos. Las añoranzas se obtienen con la edad. Es un momento de la vida en el que apreciamos ese sentimiento y lo vivimos con la experiencia suficiente que nos acredita perfectamente cuándo algo se pierde. Somos sabios: lo valoramos, lo lloramos, lo superamos.

Momentos únicos que preferimos vivir en soledad, porque no se hace fácil compartirlos. Es tan interno que elegimos no hablar.

Luego, la rutina hará lo suyo: nos domará para encarrilarnos de nuevo en el camino de lo seguro, lo conocido, hasta la próxima vez que suceda. Y, seguramente, será en primavera.

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