Rivadavia: seis nombres en un mismo lugar e historias que no se pueden googlear

El lunes 18 de abril, el departamento de Rivadavia cumplirá 138 años de existencia. Otra crónica histórica imperdible, escrita por Gustavo Capone.

Del cacique Pasambay a Einstein y Gaviola, De los cabarets franceses del "Barrio Las Ranas" a Cortázar y Sandrini. De atletas olímpicos a curas asesinados. Desde corridas de toros a Independiente Rivadavia. Duelos, estafas, suicidios, elecciones. "Todo está guardado en la memoria"; diría Gieco. "En la memoria local", agregaría humildemente.

Los pueblos transpiran emociones. Ellos se han criado sobre historias que superan largamente los inventarios y los mandatos oficiales de cualquier academia.

La historia local es prácticamente invisible, pero ya está publicada. Tal vez no esté escrita, pero es vox populi entre los pobladores del lugar. Se anticipó por lustros a los papeles y las tintas, y le ha ganado por varias leguas a una historia acomodada. Flota en los imaginarios comunales, y con una enorme capacidad de anticipación se animó a decir lo que algunos libros publicaron muchísimos años después.

Las historias de la localía están siempre en la cotidianeidad. Hay que empujarlas no más, y naturalmente brotan de sus poros los recuerdos y las remembranzas. Y ahí, cuando el recuerdo se despabila de esa siesta social que la coyuntura vertiginosa impone, aparece la memoria del lugar.

En canciones, leyendas, mitos, pinturas, parajes, bailes, funerales, cosechas o goles. Es la voz del pueblo: relato fantasioso, fantasmagórico, seguramente exagerado, inevitablemente subido al tren viejísimo de las pasiones susceptibles: o se odia o se ama. Donde muchas veces hasta no se discute la veracidad; ni por asomo se atrevan en mí barrio poner en duda los milagros del "Ánima Parada", el robo de la cautiva Fidela Ferreyra de Amparán que se enamoró de un cacique ranquel o el córner que pateó "el Mingucho" en la cancha de "Los chorros de Leña" a la vera del ferrocarril, y el mismísimo "Mingucho" fue a cabecear. Y cabeceó, y hasta hizo el gol.

Así es la historia vecinal: apasionada, comprometida y creativa. Cargada de épica. Inquieta, y plagada (¡seguro!) de faltas de científicas comprobaciones. También contradictoria: ingenua o tendenciosa, hasta "retorcida". Pero propia. Nuestra. Y necesaria.

Don Vidal, ¿es cierto lo de la novia de Yrigoyen? ¿Y lo del hijo de Urquiza que trabajó en el correo?

Nuestra historia local es la que nadie podrá "googlear". Ahí no estará. No la van a encontrar en wikipedia, y ese es el verdadero valor de las historias propias: hay que ponerse a "bucear" socialmente y una vez que se encuentran, ya no mueren jamás.

Y vaya paradoja, las últimas teorías psicopedagógicas del mundo cientista educativo actual, del cual observamos como emanan cientos de recetas, que hoy se jactan de alumbrarlo como una gran revelación y hallazgo, nos dice que necesitamos estudiantes que se pregunten y nos pregunten, siendo muy relevante la importancia que se da al interrogar y descubrir, para luego construir el propio contenido.

Coincidimos; pero no es novedad. En el "pago chico" para el rescate de nuestra historia municipal esa fue siempre la moneda corriente. (Google sabe muchísimo; bienvenido, pero no lo sabe todo). En "la dimensión de lo cercano", lo imprescindible es a quién y qué podemos preguntar. La pregunta es trascendente porque mientras en las dimensiones "macro" (naciones, regiones, gobernaciones, multinacionales, conflictos mundiales, descubrimientos asombrosos o gestas continentales) las identidades se reafirman sobre los heroicos grandes muertos, en los pueblos y departamentos las historias y las identidades culturales se consolidan y arraigan por los que van quedando vivos.

Rivadavia: Seis nombres en un mismo lugar

Dicen que Rivadavia cumple 138 años. Y es real. Nació en esa etapa nueva, un 18 de abril de 1884, aunque todos sabemos que nuestra historia tiene muchos siglos más.

La choza del indio en Las Huayquerias de Uyata, la hacienda del español en La Reducción, el rancho de ramas y barro en la posta sobre calle El Chañar, la casa del criollo que era peón en Santa María de Oro, el edificio del inmigrante que llegó a gobernador, siempre estuvieron sobre un mismo lugar. Claro, en distintos tiempos, pero sobre la misma tierra común que generó una identidad.

Hay que remontarse muy atrás, y revisar. "Las evidencias están dadas por la presencia de los hornillos de barro en Las Huayquerías, presentes a cierta profundidad en los cortes de terrazas y barrancas, que señalan un tipo de artefacto inmueble indígena (...) Tales restos pudieron ser la obra de indígenas del período cerámico más temprano de etapa alfarera". (Barcena, Roberto: "Prehistoria de Rivadavia". En: "Rivadavia, historia y perspectiva". Pablo Lacoste (compilador). Diario Uno. Abril 1996).

Estamos hablando de casi seis siglos atrás. Allá; en el lado alzado del "Palempotó", como el Huarpe llamó al río Tunuyán, nació el primer asentamiento sedentario de lo que definimos administrativa y políticamente como Rivadavia hoy.

Le llamaron "Jurancó"; y si bien siempre las toponimias son antojadizas y muchas veces difícil de comprobar, diremos siguiendo a Juan Isidro Maza que "Jurancó" significa en milcayac - huarpe: "agua que brota de la piedra". Actualmente comprendería el distrito de La Reducción ("la Reducción de arriba" para los lugareños) y fue dónde, ni lerdo, ni perezoso, el colonizador español se asentó.

En realidad, el cacique de todo Uyata ("valle de la ensenada) fue Pallamay, y de él se desprenderá una línea sucesoria donde se encuentra Pasambay, también conocido como "el cacique Pablo" y con quien tomará contacto el español.

Hasta allí llegó Pedro Moyano Cornejo, "el Regidor" con funciones de policía de la expedición de Pedro del Castillo en 1561 tras haber recibido tierras en compensación de su acción colonizadora por la fundación de Mendoza.

Pedro Moyano Cornejo se convertirá en "el dueño del Este". Y así, el oriundo de Cabeza de Buey (Badajoz) pasó a ser el primer encomendero de la zona, construyendo su estancia y residencia en el actual distrito de La Reducción, también denominado por los hispanos - chilenos en las actas del Cabildo como "la región del Gelante".

Un antecedente concreto que podría determinar la bisagra cultural y política entre el tiempo nativo y el tiempo colonial en el Este mendocino (una especie de 12 de octubre para Rivadavia) fue la Merced Real del 17 de diciembre de 1578, extendida por el Gobernador del Reyno de Chile, Rodrigo de Quiroga López de Ulloa, a Pedro Moyano Cornejo. Documento emitido un tiempo después que el español tomara posesión, "de hecho", en la zona y presentada por sus herederos en posteriores litigios.

Moyano Cornejo adquirirá además las posesiones que pertenecieron a los también expedicionarios Antonio Cambranes y Alonso de Torres. Agregaremos que, a lo recibido ya, Moyano Cornejo adosará tierras en Tiasta y Uspallata, convirtiéndolo en uno de los mayores hacendados mendocinos de todos los tiempos (¿asombroso no?), corroborado ante la solicitud de Manuel de Toro Mazote en 1624, requiriendo una "merced" sobre el Tunuyán Inferior de "cuatro mil cuadras" entre Mendoza y La Punta de Los Venados. Y si bien se le brindó la mitad de lo solicitado, quedó certificado en el documento de concesión, que dichas tierras habían pertenecido a Antonio Moyano Cornejo y Aguilar (hijo de Pedro) y comprendían la región de Machaota, Lagunillas y Yopacto, hoy Santa Rosa y La Paz. Por ende, los Moyano, poseían en una época, nada más ni menos, una franja que iba desde la cordillera hasta el Desaguadero entre el Río Mendoza al Tunuyán.

"La modernidad": Las Ramadas, San Isidro y Rivadavia

No voy a hondar históricamente en estas etapas. Voy a comentar curiosidades. Casi todas están en las notas de "Memo. digital" que pronto se juntarán en un compendio, y muchas otras andan dando vuelta en algunos libros que escribimos.

El historiador Rayner Gusberti (1913 - 2000) siempre decía que Rivadavia generaba una especie de adicción. Habrá sido el caso del abogado y brillante escritor Américo Cali (1910 - 1982) que nunca se despegó de Rivadavia, ni aún, siendo miembro distinguido de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) durante varios períodos, en los tiempos donde las figuras de la escritura eran Borges, Múgica Laínez, Bioy Cásares, Alfredo Bufano, Victoria Ocampo. Amigo personal de Neruda y un prototipo de la brillante generación de Di Benedetto, Cúneo (quién dirigió por años la nombrada SADE), Julio Quintanilla y Armado Tejada Gómez, Marianetti, Bustelo.

Y fue también Cali, quien convenció al gran Fernando Lorenzo (1924 - 1997) que viniera a Rivadavia y que por casi 30 años trabajó en el centenario Normal. Lorenzo se movilizaba en colectivos, siendo los viejos micros rojos de la TAC la base de inspiración de muchos de sus obras en un viaje que duraba dos horas desde la vieja CITA mendocina a la Terminal de Rivadavia.

Y ni que hablar de eminencias como el oriundo de La Reducción: Enrique "el negro" Gaviola (1900 - 1989), el amigo y discípulo de Einstein, el inventor del rayo láser y reconocido por descubrir asteroides, galardonado como uno de los astrofísicos más importante de la humanidad por decenas de universidades y la misma NASA norteamericana.

En esa escala internacional, citaré a Hugo Fregonese (1908 - 1987), director de cine que triunfó en Hollywood y se "codeaba" con todo el jet set de la época. Dirigió a Gary Cooper, Anthony Quinn, Jack Palance, Lee Marvin, Joan Fontaine y Charles Bronson y trabajó para Columbia Pictures, Metro - Goldwyn - Mayer, Warner Bross, 20th Century Fox y Universal Studios.

Y para seguir con el cine diremos que por los 50' y 60' Rivadavia tenía 5 cines en todo el departamento, entre ellos el "Ducal" (1963) con 1.100 butacas y todavía vigente. Además, en ese tiempo: 5 hoteles, 20 taxis, 13 restaurantes registrados, 2 elencos de teatro, dos diarios locales, una radio, una biblioteca popular nacida en 1915, varios coros y una de las bandas civiles más antiguas del país (la "Banda Blas Blotta") de finales del siglo XIX, formada en sus orígenes por inmigrantes italianos, que todavía muy activa, ofrece retretas en la plaza departamental.

Dos cooperativas eléctricas, entre ellas la vieja Usina de Rivadavia que dará origen a la "Cooperativa Eléctrica y Anexos Popular de Rivadavia" y hasta una línea de colectivos interna: Transportes Lombardo.

Y para no ahondar solo en estos temas de escritores, científicos y cineastas; también de Rivadavia fue Eusebio Guiñez (1906 - 1987) aquel atleta de Mundo Nuevo que fue campeón sudamericano y brilló en las olimpiadas de Londres (1948). Y Ernesto Contreras (1937 - 2020), "el cóndor de América". De América, pero también de Medrano.

Te hará reír y te hará llorar

Hubo un tiempo además que Rivadavia era uno de los mayores centros productivos vitivinícolas de Cuyo. Con un significativo antecedente: los vinos rivadavienses de la bodega de Jorge Fresaltz fueron los primeros de Mendoza en obtener un galardón internacional en 1895, nada menos que en la reconocida Feria Internacional de Burdeos.

Desde ahí, la zona "explotaba en vendimia" durante el primer tiempo del siglo XX. A tal punto la región rivadaviense era atractiva y poblada, que muchos circos, parques de diversiones y elencos de teatros nacionales efectuaban sus giras, radicándose en Rivadavia durante todo el tiempo vendimial. Un caso anecdótico fue cuando llegó a la zona viñatera y frutícola del carril Florida de Los Campamentos (enclave productivo de los Gargantini, entre muchos), la famosa "Compañía Argentina de los Hermanos Podestá".

Entre los encargados de la compañía estaba el Luis Sandrini Novella, padre de un niñito que en pocos años se convertiría en el famoso actor y comediante Luis Sandrini (1905 -1980). Fue así, que aquel niño Luis Sandrini (que durante las funciones del circo vendía maní caliente y hacía de partenaire del payaso del elenco) en la mañana no podía faltar a la escuela. Efectivamente, Sandrini fue estudiante de la actual escuela de La Verde, "Heriberto Baeza Nº 1 -058" (ayer Nacional Nº 20) donde cursó segundo grado.

Volverá Sandrini con Malvina Pastorino a Rivadavia en 1980 para efectuar el estreno nacional de "El diablo metió la pata" en el cine Ducal. El título original de la película dispuesto era "El diablo metió la cola", pero la dictadura de esa época censuró "la cola".

La cultura del trabajo. Aquel medio siglo rivadaviense

Partiremos de un dato sólido; según los Censos Nacionales de 1947 y 1960, la población de Rivadavia osciló entre 24.522 habitantes (1947) y 34.312 (1960). Comenzamos el análisis desde una base concreta, que son los más de 500 enclaves productivos viticultores registrados todos según CN, ocupando aproximadamente 8.000 operarios en tiempos de la uva entre las grandes firmas (Gargantini, El Globo, Catena, Titarelli, González, El Trébol, etc.) y los emprendimientos familiares, contando bodegas, fincas y contratos ("Gargantini" solamente llegó a tener 1.000 empleados).

Pero a eso le agregamos los casi 3.000 puestos de trabajo que ocupaba el sector frutihortícola (mayoría mujeres); los 6 grandes tambos; los 22 criaderos de aves de corral; 18 productores apicultores; 3 palomares; 2 curtiembres y las más de 300 personas involucradas en el rubro matarife, con su eje concentrador en "el bajo" Matadero Municipal (pero no el único del departamento); un mercado central de abasto y 6 pescaderías.

Involucremos en el análisis también a los fabricantes de artículos de limpieza, muebleros, licorerías y gaseosas, mimbreros, mosaicos, imprenteros, aceites, ferreterías, corralones, empresas constructoras y picapedreros. Todos con sus operarios.

Además sumamos: a los 500 empleados de comercios en el ámbito urbano y rural (contando a todos los "cuenta propistas": sastres, pintores, peluqueras, mecánicos, hojalateros, relojeros, servicio doméstico, modistas, jardineros, afiladores, albañiles,); los empleados públicos de las reparticiones estatales (nacional, provincial y municipal) que no llegaban a 200 personas (eran los menos), los bancarios y personal del sector financiero (cooperativas de crédito y fomento) que funcionaban por ese entonces (5 entes); los docentes de las 20 escuelas solamente de Rivadavia; los choferes de camiones de transporte vitivinícola y de colectivos, viajantes de mercaderías, bazar y golosinas; los obreros - changarines que a diario trabajaban en torno a la actividad ferroviaria en la Estación Rivadavia (1908); repartidores de pan, leche, querosén, etc.; los floristas, vendedores de embutidos y dulces caseros; el personal de mantenimiento y atención de los más de 90 clubes barriales (consideremos que solamente la Liga Rivadaviense de Fútbol llegó a contar con 60 y tantos clubes); los operarios de los cines (mencionamos cinco, entre ellos cines en Mundo Nuevo y Medrano); los mozos y cantineros de bares y restoranes, junto al personal de los 4 hoteles del centro de Rivadavia y uno distrital; los canillitas, lustradores de zapatos, vendedores de lotería y los 15 kioscos de revistas y golosinas a lo largo de las esquinas de las calles San Isidro, Lavalle, Sarmiento y Lamadrid; los 30 enfermeros del Hospital Saporiti y de la maternidad de Gargantini (ambos bajo la órbita provincial) y de la privada Clínica de Rivadavia (ayer en Fleming y San isidro, en la ex casona de los Pratx).

Deberíamos agregar también a todos los profesionales matriculados de actividades independientes (médicos, abogados, bioquímicos, ingenieros, odontólogos, oftalmólogos, arquitectos, contadores, enólogos, etc.) más su personal auxiliar.

Pueblo chico, infierno grande

Por supuesto que existía también una numerosa actividad que comprendía la "trata de personas" con 6 prostíbulos, más los burdeles rivadavienses de la Calle 25 de Mayo. El más famoso, el de Madame Perlí ("la diabla") que ofrecía show con orquestas típicas casi todas las noches. Pero además existía una amplia red de juego clandestino y lo relacionado al mundo de las apuestas: riñas de gallo, carreras de galgo y cuadreras de caballos (ayer autorizados), que ocupaban una considerable cantidad de trabajadores y gran número de adherentes en cada convocatoria dominical.

Como contraposición había muchas capillas y oratorios en el centro y los distritos. Hay mil anécdotas que relatan que muchos visitaban a Madame Perlí ("la diabla") por la noche y a San Isidro Labrador por la mañana. También hay cosas que no cambiaron.

Con lo bueno y con lo malo. Esas mujeres, esos hombres, esos transgresores no binarios de ayer, sus empresas, sus fábricas, sus negocios, tienen nombre y apellido. En las historias de pueblos afortunadamente no son anónimos. Andan dando vueltas por ahí, en un libro que escribimos ("Rivadavia, las historias de su Historia; Huellas, tertulias y memoria". 2008) donde en 413 páginas están prácticamente todos.

Todo rodeado de varios ballets folklóricos, uno de danzas clásicas, ateneos culturales, grupos literarios, centros tradicionalistas, un club de radioaficionados, academias de idiomas, dibujo y 5 de dactilografía (ya no alcanzaba con leer y sumar), la más importante la de los "polacos" Peacock, la familia de la mamá de Lencinas con dos máquinas cuando abrió sus puertas.

Conclusión: cultura y trabajo

Por ese tiempo también podríamos haber nombrado a dos rivadavienses que fueron gobernadores: Carlos Washington "el gauchito" Lencinas en 1924 (el hijo de aquella dactilógrafa y de otro gobernador) o Guillermo Cano en 1935 (el hijo del primer intendente de Rivadavia en 1884 y de Fidela Maldonado; los Maldonado del tambo y fincas en Reducción). Deberíamos haber profundizado la vida de maestras como Leonor Ferreyra (la tía de Fidela que se enamoró del indio ranquel), Leonor Lemos (primera directora del Normal rivadaviense en 1917 y hermana de los famosos Lemos de Mendoza) o Clotilde del Valle de Úbeda, quien fuera amiga de las maestras norteamericanas que invitó Sarmiento a Mendoza.

Podríamos haber nombrado más. No faltará oportunidades. Con lo bueno, y lo mucho por mejorar que tenía ese tiempo.

Terminó con una anécdota de Américo Cali que a mi humilde entender reflejará el espíritu de una época. Cali era un fanático de los libros. En una oportunidad se enteró que el libro que buscaba estaba solamente en una librería del departamento de San Martín. Era un libro de Luis de Góngora y Argote (1561 - 1627). Una reliquia. Se fue a buscarlo en su auto. Un viejo vehículo inglés, Hillman Mix, modelo 1938. La cosa fue que el librero le puso un precio alto; mucho más de lo que él tenía en su billetera.

En las habituales mesas de café que Cali frecuentaba contó su historia: "Me fui en auto a buscar a Góngora y me volví en su libro". Como el dinero no le alcanzaba dejó su auto como forma de pago.

En fin; pareciera otra vida. Pero el desafío es volver a soñar con esa Argentina posible. Porque hay otra Argentina posible donde sus pueblos tienen mucho para dar. 

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