Un Día del Padre muy especial

En la Columna XV de "Bonarda y Malarda", Marcela Muñoz Pan aborda la fecha: 24 de agosto, Día del Padre, en homenaje a José de San Martín.

Marcela Muñoz Pan

Bonarda y Pedro tenían la noticia tan esperada: iban a ser padres. Después de varios años de estar buscando un embarazo, de idas y venidas con diferentes médicos porque Bonarda no quedaba embarazada, hasta que un día dejó de buscar ese embarazo cuando justamente en una charla con su hermana gemela Bárbara (Malarda) en el espacio que tenían en común de sus respectivos chalets que generalmente era en la tardecita para ver juntas el atardecer y contemplar las montañas con ese cielo límpido, los picaflores que iban y venían entre los rosales, las abejas que empezaban a deambular de flor en flor, puesto que se iba acercando la primavera. Tomaban el blend de Ceferina que tanto les gustaba, cascaritas de naranja, el seductor cardamomo y toques de canela y unos bizcochos de limón. Entre los dos chalets se había construido un puente que por debajo estaba la laguna artificial, por allí iba una hermana a la casa de la otra, un puente como almas puentes que eran, puentes que fueron la base para construir grandes epopeyas y gestas en sus posteriores vidas. 

La particularidad que tenía, además, casi como un ritual, un acto reflejo, es que cuando una iba al chalet de la otra en el puente como encorvado realizado de madera y hierros en forma de hexágonos es que dejaban florcitas de estación enredadas, telitas de diferentes colores que depositaban sus sueños, sus promesas, en forma de nudos. Todas las personas que visitaban sus casas podían dejar sus deseos en el puente. Un puente colgante de sueños.

Un Día del Padre muy especial

Los grandes temas de conversaciones de las hermanas eran la de tener hijos, seguir construyendo esos vínculos entre los padres biológicos y los adoptivos, aunque la vida las recompensó rápidamente con poder afrontar de manera llevadera la compleja y conflictiva en que fueron separadas al nacer, conflictivas porque recuerden que por las inclemencias del tiempo Bárbara fue arrastrada por la corriente siendo bebé y en su adolescencia se volvieron a encontrar porque el universo así lo volvió a reordenar. En fin, que largas charlas tenían sobre el apuro de Bonarda de ser madre, que siempre quiso serlo, tenía ese instinto maternal muy acentuado, Bárbara no tanto, no es que no lo quisiera, más bien ella teniendo una personalidad más descontracturada, libre, y apenas se casaba, como que quería tomar otras cosas de la vida antes de ser madre.

En una de esas conversaciones profundas Bárbara se plantó firme ante su hermana y con una voz segura y con el cariño más grande le dijo:

  • Hermana, vas a quedar embarazada cuando justamente dejes de pensarlo, estás un poco obsesionada, vive los momentos con tu esposo, salgan, diviértanse, bailen, canten, cosechen juntos. Sal de tu zona de confort.

Tremendas palabras las de Bárbara, digo tremendas porque hicieron estremecer a Bonarda de una manera contundente e incisiva, Prácticamente fue como si pusiera en el rol de una terapeuta. Palabras que produjeron un terremoto de emociones, de llorar sin parar, de reírse, de imaginarse de otra manera, Sus placas tectónicas comenzaron a acomodarse nuevamente y los nueve meses Bonarda quedó embarazada, pasó otro año y casi casi para la misma fecha ya Bonarda cursaba su 3 mes de embarazo, su médico de cabecera el Dr. De Gaetano no lo podía creer. Ahora se venía el momento de poder decírselo a todo el mundo, para lo cual como se acercaba el día del padre, las hermanas organizaron un día del padre muy especial, primero que nada y como ya era una tradición se comunicaron con su amiga Silvia Bodiglio para organizar todos los preparativos, pero esta vez lo harían en Rivadavia en el Palacio Gargantini, de donde eran las amigas más cercanas de Bonarda, ya que cuando eran niñas y viajaban con sus padres a Rivadavia se habían hecho la promesa cuando jugaban a la mamá y el papá y hacían como que cocinaban en los grandes terrenos de la bodega de Gargantini, que cuando fueran madres de verdad la primera vez lo festearían allí.

Un Día del Padre muy especial

Todo salió a pedido de boca, esta vez su amiga Silvia se lució como nunca, se había asesorado muy bien con los lugareños, pero más que nada con el historiador Don Pablo Lacoste que le contó: La ceremonia de la mesa era un ritual de alta jerarquía en el Palacio Gargantini, y no comenzaba en el comedor, sino en la piscina. 

Un Día del Padre muy especial

Allí se servía el aperitivo, formado por empanadas criollas de horno de barro, de carne, huevo, aceituna y piñones, acompañadas por vino blanco, lo cual era una singularidad. También se ofrecían picadas con salame y queso del lugar. Posteriormente, se ofrecía el almuerzo en el salón comedor. En los días de fiesta, se ofrecía una entrada de melón con jamón crudo. Después se servía la cazuela de gallina; se preparaba con arroz y un aliño especial, preparado con yema de huevo, leche, cebolla de verdeo (picada fina), orégano y ají. Luego venía el plato principal, que podía variar: tallarines caseros de tradición italiana, con salsa de tomate; pollo con papas fritas o rizoto eran clásicos; el asado se acompañaba con tomaticán, plato típico del lugar, preparado con tomate, abundante cebolla cortada a pluma, un huevo por persona, ajo, sal y azúcar; con los restos del asado se preparaban croquetas con salsa Bechamel. De postre se servían frutas, particularmente duraznos en verano y uva en otoño. En los días de fiesta mayor, se servían tres platos singulares, de larga tradición familiar: "mayonesa de palmitos", "fiambre de aceitunas" y "torre de panqueques", cuyas recetas se mantiene en reserva, entre tantos secretos de la familia.

Palacio Gargantini en Rivadavia (1909). Colección Pepe Valenti.

Palacio Gargantini en Rivadavia (1909). Colección Pepe Valenti.

Llegó el Día del Padre y se reprodujo toda la ceremonia tal cual le contó Don Pablo a Doña Silvia. Pero los padres biológicos y adoptivos sabían que había algo más que un gran festejo por el día del padre, querían indagar y no sabían cómo porque había tantísima gente y gente que hacía mucho no se veían y las charlas eran intensas y largas, la alegría reinaba, se brindaba todo el tiempo por los padres, ni siquiera Pedro sabía.

Bonarda golpeaba suavemente una cuchara en la copa pidiendo la palabra: mientras el sol iba colándose por las ventanas del palacio, se fue despacio hasta donde se encontraba un gran espejo que despegaba su elegancia, con pasos sigilosos y sus brazos rodeando los brazos de Pedro, lo fue acercando a la escena y ya todos ansiosos por escuchar: Querido Pedro, querido Padre, madre, hermana y amigos, amigas, querida familia, con inmensa felicidad y cumpliendo con las promesas de niña que fueron testigos en esta Bodega, en este Palacio con mis amigas del alma, es que quiero comunicarles que estoy esperando mi primer o primera hijo. Pedro abrió tan grandes lo ojos que parecían llegar al otro lado del mundo, lo primero que hizo fue abrazarla fuerte y con lágrimas en los ojos le preguntó si estaba segura, Bonarda sin que le temblara la vos: Sí, completamente así es que por eso hemos organizado esta fiesta con Bárbara para festejar a los padres que hemos tenido y los padres que contarán una nueva historia. El padre de Bonarda el abuelo Osman, sería abuelo, el padre de Pedro, Doña Elena, Bárbara tía, en fin, la familia crecía, los amigos festejaban.

Nuevos puentes afectivos se seguían construyendo, un día del padre muy especial, José el esposo de Bárbara también quería ser padre, se fue contagiando este nuevo rol en los jóvenes que traerían un aire de desafíos, de miedos lógicos, pero con un sentido de continuar con los legados, ser testigos de una emocionalidad que sería presente, afectuosa dejando en buenas manos sus testamentos de amor. Pedro y José serían padres muy sanmartinianos, ya que el legado del José de San Martín le dejó su hija Merceditas, para ellos eran las máximas a sus descendencias.




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