Un nuevo romance de primavera en Las Bóvedas

La continuidad de la II parte de la novela "Bonarda y Malarda", de Marcela Muñoz Pan.

Marcela Muñoz Pan

El paso de los transeúntes por las tierras Sanmartinianas ese domingo dando la bienvenida a la primavera fue la ambientación natural y simbólica de historias por venir en multiplicidad de oportunidades en una época prometedora. Casi lindantes con el Barrio Las Bonardas cada vez tenía más adeptos en toda la zona este y de otras provincias, Las Bóvedas, siendo uno de los testimonios arquitectónicos y urbanísticos que aún se encuentra en pie en la región de cuyo, con el adicional, que se levanta en terrenos que están ligados a la vida del General San Martín y constituyen además el casco de una explotación agropecuaria y comercial de principios de siglo, es declarado el 10 de diciembre de 1941 "Lugar Histórico" según el Decreto 107.512 del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, debido a las gestiones de las fuerzas vivas de San Martín.

La genialidad de las niñas que propusieron el nombre del barrio Las Bonardas comenzó a llamar la atención de artesanos, artistas, comerciantes, empresarios, comunicadores, todos querían venir a conocer el barrio y pasear por el lugar histórico Las Bóvedas. Era "la salida" típica del fin de semana porque las familias podían salir con sus hijos, las parejitas pasear bajo los designios de tantos besos, los niños en sus triciclos, generando que se crearan ferias de productos regionales, vinos de la zona, los artesanos vendían mucho ese día, los fotógrafos sacaban las fotos de las tardecitas en el este y los pintores con sus atriles al aire libre pintando por el día de la primavera que justamente se festejaba ese domingo, la música, los músicos, los bailarines creando un universo cautivante. Arte, empresa, intercambio de vivencias, crearon una trama sociocultural de la mano de una identidad histórica y patrimonial sin precedentes: Caminar por las chacras del Libertador y conocer el Barrio Las Bonardas.

Un nuevo romance de primavera en Las Bóvedas

Alicia la primera hija de Pedro y Bonarda ya había llegado a sus flamantes 15 años, el día de la primavera en los festejos en Las Bóvedas conoció a su primer amor: Don Ángel de El Alado, de Rivadavia, si bien Ángel ya la había pispeado a Alicia con todo lo que implicaba ella en su país de Las Bonardas, él no se quedaba atrás, su nombre era inspirador, él había nacido en El Alado, sus padres producían vino también pero lo gastronómico era su fuerte y habían hecho de su vida, un lugar de ensueño para organizar festejos, cumpleaños, casamientos. Don Ángel creció entre viñedos y mucho amor, era divertido, romántico y con un don como el lugar donde nació: Tenía alas. Alas para volar con su imaginación, alas para observar con los pies en la tierra el cielo, el universo porque Don Ángel era astrónomo. Siempre su curiosidad fueron las estrellas, las fugaces y no, los planetas, los cometas, de niños jugaba con sus alas aladas a ser un cometa, su padre le compró el primer telescopio a los 10 años, allí en la inmensidad de sus tierras en Rivadavia, jugaba, ideaba, creaba un mundo paralelo. Había estudiado en Observatorio Astronómico de Córdoba y al recibirse quiso quedarse en su ciudad natal porque decía que los mejores espacios y lugares para observar el universo estaban ahí, en Rivadavia.

Cuando Ángel ese domingo pudo tomar valor para hablar con Alicia, todos los planetas se alinearon y se produjo ese choque de astros del amor, el eclipse total de las pasiones. Alicia quería ser docente y modelo, amaba la moda, los diseños, los zapatos y carteras, perfumes accesorios, pero el perfume que despertó todas sus emociones y run run en su corazón fue el olor de Ángel. Estaba escrito en el aire. Los años luz de ambos se juntaron en el momento indicado, a la hora precisa y en la misma galaxia, la mayoría de edad no fue impedimento, ni una justificación ni un problema. Iniciaron un camino abierto al mundo de las cosas y situaciones auténticas, propias que ni siquiera ellos imaginaron cómo les cambiaría la vida. Un sendero de luz, un portón que abriría corazones nuevos, corazones rotos, como si fuera una gran constelación que vino a salvar, a sanar, soltar lo que hay que soltar y aferrarse a lo que vale la pena. Un hogar que sería parte de nuevos comienzos, partes de un recorrido que sería iluminador e iluminados.

Un nuevo romance de primavera en Las Bóvedas

Un amor con un origen: las Bóvedas y el Barrio Las Bonardas, y una evolución de un amor que desencadenó en un pronto casamiento, el tiempo vuela le decía Don Ángel y ella que ya había aprendido bastante de estrellas, le decía: eres mi supernova. La vinculación coestelar fue tan intensa, verdadera y vibrante que se fueron a vivir al cielo predilecto de Ángel y crearon El Alado, donde recibían a amigos de todas partes, de largas fiestas familiares, de infinitos domingos sin cosmos, pero siendo el Big Bang de una nueva manera de hacer turismo enogastronómico, destacando las bondades de la naturaleza rural, cocinando en los hornos de barro sus empanadas chirriantes, asaditos de lujo, costillares a las llamas, tortas fritas con jamón. Además del placer de disfrutar el cielo, ambos crearon una atmósfera terrenal para que turistas, vecinos, amigos cuenten sus historias, fortaleciendo los lazos de su comunidad y su destino cultural. Un amor de primavera que comenzó a trascender las fronteras.



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