El desarrollo económico es el camino más seguro para lograr la resiliencia climática
El éxito en materia de adaptación dependerá de políticas que den un rol de liderazgo a las personas, los hogares, las explotaciones agrícolas y las empresas.
La furia de la madre naturaleza es muy imparcial. Desde 1960, los desastres naturales han afectado a los países de ingreso alto aproximadamente en la misma proporción (i) que a los países de ingreso bajo y mediano. Las disparidades radican en las consecuencias: las economías más ricas se recuperan de manera más rápida, mientras que las economías más pobres sufren efectos más graves. En los países más pobres, el número de muertes por cada desastre puede ser seis veces mayor, y los daños económicos pueden persistir durante décadas.
El cambio climático ha aumentado la brecha en la capacidad de recuperación de los países. Entre mayo de 2023y mayo de 2024, las personas soportaron en promedio 26días más (i) de calor sofocante que los que habrían sufrido sin el cambio climático. El incremento de las temperaturas impide que se produzcan avances en casi todos los frentes: eleva las tasas de mortalidad, debilita los puntajes de los niños en matemáticas y lectura, y reduce la productividad de las empresas y los trabajadores. Por lo tanto, muchos países de ingreso bajo y mediano enfrentan un dilema: a menos que intensifiquen sus esfuerzos de adaptación, los estudios muestran (i) que el aumento de las temperaturas mundiales podría disminuir el potencial económico de las naciones de África y América Latina hasta en un 15%.
El éxito en materia de adaptación dependerá de políticas que den un rol de liderazgo a las personas, los hogares, las explotaciones agrícolas y las empresas. Eso requerirá replantear (i) el enfoque actual, que depende en gran medida de la inversión y los programas gubernamentales. Los Gobiernos priorizan los subsidios, las transferencias monetarias y una variedad de otras intervenciones destinadas a ayudar a las personas a sobrellevar las secuelas de los desastres. Pero no hacen lo suficiente para alentar a las personas, las empresas y los mercados a tomar medidas que podrían reducir la gravedad de los desastres en primer lugar.
Hay una buena razón para ello. Se necesita dinero para proteger sistemáticamente a una economía de los daños. En los países más ricos, las personas y las empresas pueden asumir los costos para resguardarse de las temperaturas extremas invirtiendo en viviendas, escuelas y oficinas con aire acondicionado. Además, tienen fácil acceso a información que les ayuda a tomar medidas de precaución: por ejemplo, informes meteorológicos precisos y sistemas públicos de alerta temprana. Se benefician, asimismo, de mercados de alto rendimiento que permiten a los hogares y los agricultores comprar seguros de cosechas o contra inundaciones. Y, por último, pueden cosechar los frutos de la infraestructura moderna, como caminos, puentes y sistemas de transporte público, que facilitan que la ayuda de emergencia llegue con rapidez y mantienen intactos la mayoría de los vínculos económicos vitales cuando ocurre un desastre.
Por el contrario, las economías en desarrollo suelen carecer de esos privilegios. La pobreza es el primer obstáculo y el más importante: en caso de emergencia, más de dos tercios de los hogares de Bangladesh, Colombia, Kenya y VietNam no tendrían ahorros ni activos suficientes para vender y poder costear sus necesidades básicas durante tres meses. Los bajos ingresos dan lugar a una serie de resultados negativos en materia de resiliencia climática. En Bangladesh, por ejemplo, solo el 2,3% (i) de los hogares posee un sistema de aire acondicionado. En 2020, en los países en desarrollo, salvo China e India, menos del 10% (i) de las explotaciones agrícolas tenían algún tipo de seguro. Además, la información necesaria para evaluar los riesgos climáticos también es escasa. En África subsahariana, de hecho, existen solamente 1,6estaciones meteorológicas por cada millón de habitantes, en comparación con 217en Estados Unidos.
Eso puede y debe cambiar. En la actualidad, las personas en situación de pobreza de los países de ingreso bajo son desproporcionadamente vulnerables a los efectos del cambio climático porque carecen de los recursos para enfrentarlos. Sin embargo, pueden ser muy ingeniosas. En las zonas de Bangladesh propensas a inundaciones, por ejemplo, más de 100000niños continuaron su educación durante la temporada de monzones gracias a una genial idea de un ciudadano particular: instalar aulas en un bote (i). Desde entonces, la iniciativa se ha extendido a Indonesia, Nigeria (i), Filipinas, VietNam y Zambia, que ahora tienen "escuelas flotantes" en áreas inundables. Los responsables de la formulación de políticas de estos países deberían preguntarse: ¿cómo podemos movilizar una inventiva de este tipo para impulsar los esfuerzos de adaptación en toda la economía?
En nuestro último informe Rethinking Resilience (i) (Replantear la resiliencia) se propone una estrategia basada en cinco pilares y denominada método 5i para ayudar a los países a fomentar la resiliencia climática. El primer pilar es intuitivo: los ingresos. El desarrollo económico amplio y sostenido es el indicador predictivo más confiable de la capacidad de un país para hacer frente a una crisis climática. El análisis del Banco Mundial sugiere que un aumento del 10% en el producto interno bruto per cápita puede reducir en 100millones (i) el número de personas más vulnerables a las crisis climáticas. No será fácil lograr ese impulso. En todas las regiones, excepto Oriente Medio y Norte de África, se prevé que el crecimiento económico en los próximos años será más lento que el promedio de la década de 2010.
El segundo pilar es la información. El acceso a información confiable permite a las personas convertir la incertidumbre en un conjunto concreto de riesgos -cada uno con probabilidades distintas- que guíen sus decisiones para mitigar esos riesgos. La alta incertidumbre es a menudo una receta para la falta de avances o errores. Los agricultores, por ejemplo, podrían dejar (i) de utilizar una nueva variedad de cultivo de alto rendimiento si no tienen información cuantitativa sobre el comportamiento de este cultivo en condiciones climáticas inusualmente adversas. El margen de mejora en esta área es significativo. Los pronósticos meteorológicos, por ejemplo, se han vuelto mucho más confiables: en la actualidad, una predicción de cuatro días es tan precisa como una de un día de hace 30años. Los datos satelitales y los análisis basados en inteligencia artificial también podrían ayudar a reducir el costo de la información sobre riesgos.
El tercer pilar son los seguros, que se convierten en una opción más factible una vez que la información sobre los riesgos se vuelve ampliamente disponible. Estos mecanismos permiten a las personas, las empresas y los Gobiernos recuperar al menos parte de las pérdidas financieras provocadas por un desastre. En la mayoría de los países en desarrollo, los residentes están obligados a comprar un seguro para conducir un automóvil, pero no para proteger su propiedad contra inundaciones, incendios u otras conmociones climáticas. Este enfoque debería reconsiderarse, ya que la obligatoriedad de contar con seguros en zonas expuestas a peligros podría disminuir la necesidad de programas de rescate de los Gobiernos. Los proveedores de seguros también tienen mucho que ganar al simplificar sus productos u ofrecer paquetes que hacen que la cobertura sea más atractiva para los clientes indecisos.
El cuarto pilar es la infraestructura. El Gobierno desempeña un papel fundamental en este aspecto. El acceso a agua potable, saneamiento mejorado y electricidad es esencial para el desarrollo, pero estos servicios son altamente deseables porque también reducen los riesgos sanitarios causados por los desastres climáticos. Toda la infraestructura debería diseñarse teniendo en cuenta la resiliencia. Las presas, por ejemplo, tendrían que construirse de manera que resistan mejor las inundaciones. Las carreteras, los sistemas de drenaje, el abastecimiento de agua y los sistemas de generación de electricidad deberían tener en cuenta los riesgos climáticos.
Sin embargo, aunque se implementen a la perfección, estos cuatro pilares no serán suficientes. Las intervenciones gubernamentales siguen siendo esenciales para proteger a los hogares más vulnerables. La entrega inmediata de transferencias monetarias y otros beneficios de protección social puede prevenir aumentos de la pobreza a corto y largo plazo después de un desastre climático. No obstante, estos beneficios tienen que ser específicos, temporales y estar basados en reglas. Los programas de protección mal diseñados podrían dejar a los agricultores atrapados en opciones de cultivos que socavan la resiliencia climática o llevan a los hogares y las empresas a establecerse en zonas vulnerables al clima. En otras palabras, las prestaciones de protección social deben ser transferibles, y no estar vinculadas a un lugar específico.
En las próximas décadas, el crecimiento económico y los avances en la consecución de los principales objetivos de desarrollo dependerán de la capacidad de los países para adaptarse al aumento de las temperaturas y limitarlo siempre que sea posible. Es una labor demasiado grande para que la asuman los Gobiernos por sí solos. El éxito también dependerá de las acciones privadas: cómo se adaptan los individuos, los hogares, las explotaciones agrícolas y las empresas para protegerse a sí mismos y sus comunidades. Los seres humanos somos infinitamente ingeniosos: lo pueden hacer. Pero, el éxito dependerá de la implementación de los cinco pilares de esta estrategia de adaptación.