Libre mercado, reciclaje y subsistencia: me puse un puesto de ropa usada

Una experiencia de libertad de mercado desde la base. La naturalidad con la que se ejerce el capitalismo y éste, le da oportunidades a los que menos tienen para poder salir adelante. Una de las tantas ferias de cosas usadas que hay por toda Mendoza.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Antes de las revoluciones industriales, el principio de la vida económica se basó en el libre intercambio: uno producía o conseguía unos bienes y los cambiaba por los que justamente les faltaba.

En algún momento, y en diferentes formas, aparecieron los intermediarios: para mejorar la logística, puede ser, pero también para controlarlo todo. Sean los señores feudales medievales, los monopolios del siglo pasado o los dirigentes piqueteros, entre otros, de hoy, siempre hubo alguien que quiso acumular para repartir. En algunos casos, se trate de prácticas socialistas o todo lo contrario, se quiso cuotificar qué les llega a quién, quedándose con "la parte del león".

En el mundo hoy se da una situación de rebeldía, organizada o espontánea, según los casos, de vuelta al libre intercambio de bienes. Los más conscientes de la situación del planeta y, aun aquellos que exageran su situación ambiental, promueven la reutilización de los bienes materiales en vez de su reemplazo por otros a los ritmos que dicta la moda. 

En el pasado reciente los hijos de las familias más acomodadas se rebelaron contra lo que llamaron como "el sistema" uniéndose a grupos guerrilleros. Les daba asco tenerlo todo y que tantos otros no tuvieran nada. Pero no dejaban de ser parte de las familias con más plata. Hoy lo revolucionario pasa por unirse -bajo la misma sensación de asco, pero fundamentalmente más organizados y con altos fundamentos y datos- a movimientos de "triple impacto" en donde se busca afectar lo menos posible al planeta con sus acciones: gran vuelta de tuerca con respecto a otras épocas de la humanidad.

Todo esto tiene un canal paralelo, tal vez subterráneo, con menos visibilización y probablemente muchas veces segregado, que es la gente que busca en donde reciclar sus cosas, intercambiarlas, proveerse de bienes y alimentos: las ferias de lo usado.

No es como ocurrió en el 2001 con los clubes de trueque, porque aquella anarquía terminó siendo organizada y centralizada por intermediarios, y eso la condenó al fracaso.

La espontaneidad controlada de las ferias de lo usado, que proliferan en Mendoza por doquier, han logrado cierto nivel de estandarización, ya que las hay para los públicos más diversos, desde muy pudientes pero con espíritu ambientalista, hasta los muy pobre con espíritu a cuestas que alimentar y sobrevivir.

El grado de dignidad de todas estas experiencias es monumental. En los sectores más bajos -económicamente hablando- se puede ver el nivel de dedicación extrema a obtener el mejor rédito posible, pero sin intentar trabar la rueda. Para explicarlo mejor: nadie parece querer buscar cagar a otro, sino coadyuvan a que circulen los productos para que la maquinaria no cese.

Instalé un puesto de venta de ropa usada, la nuestra, la que ya nos sobra, en una de estas ferias. Cinco metros por tres, todos los puestos ya definidos en un predio cerrado, lejos de la Ciudad, con servicios: baños, un espacio gastronómico, agua corriente cerca, tarros para que la basura no quede en donde se produce, estacionamientos para clientes.

Una administración recibe a "los nuevos" con absoluta naturalidad: $ 3.500 por el día. Otros pagan por semana y aun, por año. Son los que viven de eso todo el tiempo.

A partir de allí -a las 5.30 de la madrugada, de noche aun- hay tiempo hasta el mediodía para empujar la rueda y todo queda a criterio de cada vendedor.

Los más duchos y habituales, ya tienen gazebos. Los nuevos, podemos alquilar un tablón a $ 1.000 y exhibir allí el producto en venta.

Los primeros en mirar puesto a puesto son los otros puesteros: buscan para sí y para la reventa. La economía empieza a circular en serio; la libertad de mercados ya con el primer rayo de sol hace lo suyo, sin magia ni libros teóricos.

Finalmente, al promediar la mañana, el fenómeno sucede, ya que cada puestero ha conseguido tener algún efectivo que reinvierte en otro al comprarse una prenda, munirse de algún producto o artefacto que le hacía falta, o bien, experimentadamente detectó algo que puede vender a mejor precio. ¿Mucho más? No necesariamente: el asunto es hacer una diferencia pequeña.

La rueda debe seguir circulando.

Después de media mañana llega "la gente" y sería un festival para un sociólogo sin espíritu de confirmación de sus propias ideas (algo difícil de hallar, pero posible). Hay de todo clasificándolos económicamente como de clase media baja, hacia abajo. Unos buscan marcas, como todo humano de hoy en día, aunque usado. Otros buscan justo lo que necesitan. 

En el caso del domingo pasado y en la experiencia personal (solo venta de ropa usada), este ránking de búsqueda:

- Indumentaria y calzado cómodo o deportivo, para todos los días

- Ropa y zapatillas útiles para que los chicos vayan a la escuela

- Camisas manga larga para trabajar bajo el rayo del Sol

- Cosas para regalar en el Día de la Madre

- Algo elegante para ir a la iglesia

La plata circula en efectivo, mucho billete argentino en efectivo y, en los casos más especiales, por Mercado Pago. Nadie menciona al dólar: es posible que la mayoría de las cosas cuesten menos de un dólar.

En simultáneo, son ocho las peluquerías que trabajan a full en el predio y más de 10 los locales gastronómicos, con amplia oferta que va desde las muy argentas milanesas (a $1.500 el sánguche grande en serio), los pasteles o empanadas fritas a $ 2.000 la docena y, para los más exigentes, un comedor extra ya por fuera del predio, con platos como chicharrón, pescado, costeletas y milanesas a $ 2.000, en tamaño gigante y con arroz, ensalada y papas como acompañamiento extra.

Elaboración: alguien compró esos productos y ya pagó impuestos, dentro o fuera del predio, pagó a su personal (muchas veces la propia familia), los elaboró y puso a disposición, frescos y con una sonrisa en el rostro, ya que no hay "intrusos" en el lugar (o al menos, no se dieron cuenta de que lo éramos).

Es una experiencia tan cotidiana como desconocida, que podría pasar por la moledora de carne de la opinión pública argentina no bien se tire el tema, pero que en medio de la crisis simplemente fluye.

En este momento, justo ahora, hay gente reciclando y sobreviviendo a la vez, sin hacer absolutamente ninguna alharaca con ello.


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