El juego de la derecha

En opinión de Eduardo Rivas, "cómo la ultraderecha redefinió el tablero político y por qué no debemos jugar con sus reglas".

Eduardo Rivas

El eterno corrimiento hacia la derecha: una historia de capitulaciones

Todo empezó hace más de un siglo, cuando la socialdemocracia quiso ser algo así como el equilibrio entre dos fuegos. Ni marxista ni liberal, se vendía como el capitalismo con cara humana: moderado, razonable, funcional. El famoso camino del medio, pero... ¿a dónde conducía?

Mucho después, ya en los '90 del siglo pasado, vino Tony Blair con su ‘tercera vía'. Otra vez el mismo truco: tomar un poquito de acá, otro poquito de allá, y al final... correrse. Siempre hacia el mismo lado. Siempre hacia la derecha.

¿Y qué pasó mientras tanto con la izquierda, el progresismo, la centroizquierda? En general, fueron cediendo. Recalculando. Buscando acuerdos que implicaban, en la práctica, renunciar a partes de sus banderas. Cedieron lenguaje, cedieron programas, cedieron identidad. Todo en nombre de una palabra que suena razonable pero suele ser una trampa: gobernabilidad.

El nuevo escenario: cuando la derecha se corre hacia sí misma

Pero algo cambió, y no fue poco. En los últimos años, el que se empezó a mover -y bastante- fue otro. La derecha ya no busca el centro. La derecha se expandió... hacia sí misma.

Y no hablamos de un simple giro retórico. La ventana de Overton -ese marco de lo que se considera ‘discutible'- se desplazó fuerte hacia posiciones que hace no mucho nos habrían parecido impresentables.

Y ahí están: VOX en España, Fratelli d'Italia en Italia, La Libertad Avanza en Argentina. No son marginales, no son exóticos. Están en el centro del ring, con votos, con representación, con poder.

Y cuando eso pasa, todo el resto del sistema político se acomoda. Los viejos partidos conservadores se mimetizan. Las derechas tradicionales, que antes aparecían como moderadas, ahora se parecen más a sus versiones extremas. Y la izquierda... bueno, muchas veces elige callar, adaptarse o -peor aún- discutir en los términos del adversario.

La nueva dinámica: el hermano mayor que termina imitando al menor

Un ejemplo clarito es el del PRO argentino. Ese partido que, durante años, fue la ‘nueva derecha moderna', amigable, gerencial. Gobernó el país. Gobernó CABA. Y hoy... se disuelve en La Libertad Avanza como una sombra de lo que supo ser.

En las elecciones porteñas quedó claro: mejor ser furgón de cola que quedarse afuera del tren. Y así, por miedo a perderlo todo, aceptaron jugar de reparto. Cambiaron el traje por un disfraz.

Y no están solos. Desde el Partido Popular español hasta los republicanos estadounidenses, muchos conservadores clásicos adoptan sin pudor el lenguaje y las políticas de la ultraderecha. El hermano mayor se achica, se mimetiza, se entrega.

El juego de la agenda: cuando todos bailan al compás de la ultraderecha

Pero no es solo un problema de nombres o de partidos. Es más profundo. Es la agenda lo que está en disputa.

Hoy, gran parte del arco político, incluso progresista, termina debatiendo en los términos que impone la ultraderecha. Y esa es una de las trampas más peligrosas.

Cuando discutimos si el déficit fiscal tiene que ser cero o si es mejor un leve superávit... sin cuestionar para qué se quiere ese resultado, o a costa de quién se logra... ya perdimos. Jugamos en cancha ajena.

Y si la izquierda entra en ese juego -si acepta esa cancha, esas reglas, ese árbitro- pierde su razón de ser. Porque el problema no es solo lo que se dice, sino desde dónde se lo dice.

El mito de la representación universal

Hay una idea que conviene desterrar de una vez: nadie representa a ‘todo el pueblo'. Esa es una fantasía peligrosa que favorece al que mejor miente.

La verdad es que los intereses de una sociedad son contradictorios. Defender a unos implica afectar a otros. Y está bien que así sea: por eso existe la política.

El bienestar general no es una nube. Es concreto. Es parcial. Es una construcción colectiva entre quienes comparten valores, ideas, proyectos. Reconocerlo no es sectarismo, es honestidad.

La trampa del pragmatismo sin principios

Sí, hay que ser pragmáticos. Pero el pragmatismo sin principios es solo oportunismo disfrazado.

Aceptar los marcos conceptuales del adversario -aunque sea ‘para ganar'- es rendirse antes de empezar. Y eso es lo que pasa cuando la centroizquierda habla de ‘responsabilidad fiscal' con las mismas palabras, los mismos tonos y los mismos valores que la ortodoxia económica.

Adaptarse a una coyuntura es una cosa. Cambiar el ADN político para sobrevivir... es otra muy distinta. Y es suicida.

El costo de jugar el juego ajeno

¿Y qué pasa después? Lo que ya estamos viendo: la pérdida total de identidad política.

Partidos que supieron representar a sectores populares terminan vendiendo versiones ‘más amables' de las recetas de siempre: ajuste, mercado, austeridad.

¿El resultado? La gente ya no sabe qué los diferencia. Todo parece lo mismo, solo que con otro envoltorio.

Y cuando todo se parece, cuando nadie se planta con claridad... las opciones extremas crecen. No porque sean mejores, sino porque al menos se atreven a ser distintas.

El camino de regreso: recuperar la identidad y la propuesta

¿Y entonces? ¿Cómo se sale de esta trampa?

Con convicción. Con claridad. Con coraje. No se trata de atrincherarse, ni de volverse dogmáticos. Se trata de tener una brújula. De jugar el propio juego.

- Definir a quién representamos

No hay que representar a ‘todos'. Hay que representar a alguien. A los trabajadores. A los sectores populares. A quienes creen en un Estado presente. A quienes luchan por derechos y dignidad.

Y decirlo sin miedo. Porque el que no sabe a quién representa... termina representando a nadie.

- Imponer nuestra agenda

No se debe correr atrás de los temas que impone la derecha. Volvamos a poner en el centro la discusión sobre distribución del ingreso, derechos laborales, acceso a la vivienda, salud, educación, el rol del Estado.

¿Quién decidió que esos temas ya no interesan? ¿Desde cuándo dejamos que nos digan de qué se puede hablar y de qué no?

- Construir mayorías desde nuestros valores

No hay que disfrazarse para gustar. Hay que explicar mejor lo que somos. Traducir nuestras ideas a un lenguaje más claro, más directo.

Pero sin perder la esencia. Porque cuando se negocian los principios, lo que se gana en votos se pierde en alma.

La lección internacional: otros caminos posibles

Miremos un poco más allá. Hay ejemplos. Pocos, pero los hay.

En varios países de Europa, algunos partidos socialdemócratas lograron mantener sus valores sin volverse irrelevantes. En América Latina el Frente Amplio uruguayo también puede servir de norte. Se aggiornaron, sí. Cambiaron las formas, renovaron los liderazgos, modernizaron sus discursos...

Pero no traicionaron su programa. No vendieron sus banderas por un puñado de votos. Y eso, a la larga, paga.


Reflexión final: la democracia como campo de batalla

La democracia no es un lugar plácido donde todo se equilibra por arte de magia. Es una disputa permanente, una tensión constante entre proyectos de sociedad.

La ultraderecha eso lo entendió. Por eso juega fuerte, sin pudores, sin disfraces.

¿Y nosotros? Nosotros también tenemos que jugar. Pero no su juego. No con sus reglas. Tenemos que jugar el nuestro. Y jugarlo bien.

Con propuestas claras. Con coherencia. Con ideas propias. Con voluntad de mayoría.

Porque si no lo hacemos, no solo perdemos nosotros. Pierden también quienes esperan que alguien los represente con dignidad, sin miedo y sin vergüenza.



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