¿A quiénes salvamos, a mis abuelos o a tus hijos?
"En Argentina, en lo que va del siglo XXI, y aún antes de la pandemia, se han producido hasta trescientos casos de mortalidad infantil por cada punto de baja de PBI; y en este segundo semestre llevamos casi veinte puntos de baja de ese Producto Bruto...", plantea Pablo Gómez en esta columna.
Los más de doscientos días que llevamos en esta pandemia, han desnudado grandezas y chiquezas de todas y cada una de las personas que habitamos en este planeta. No creo necesario hacer un listado de situaciones vividas pues, quien más, quien menos, ha visto y sido parte de actitudes elogiables y detestables de quienes conviven en su entorno.
Una de las contradicciones más grandes que se han generado en Argentina y en el mundo (aunque quien suscribe la presente no crea que sea tal), es la dicotomía entre salud y economía. Pareciera que quienes están del lado de la brecha de la salud, son gente solidaria que quiere salvar a todas las personas del país, y los que están del lado de la economía son individualistas, explotadores, que tienen recursos y que prefieren seguir ganando plata aunque eso se lleve puestas a personas de grupos de riesgo, que serían los primeros afectados por la denominada vuelta a "la nueva normalidad".
Es cierto que los liberales más cavernícolas, liderados a nivel mundial por un par de presidentes de nuestro continente, y que tienen su rebote en algunos grupos minoritarios en Argentina, plantean (como siempre) que el Estado no debe intervenir en cuestiones económicas, ni para frenar la devaluación de nuestra moneda ni para evitar contagios por covid. Grupos de ortodoxos económicos, reforzados por la desesperación de muchos habitantes del país que ven naufragar sus pequeños emprendimientos, y que se suman a este reclamo aperturista sin restricciones, apostando a que la suerte no los coloque del lado de los infectados, pero entendiendo que, de todos modos, con o sin contagios, su subsistencia depende de su trabajo cotidiano, y su debacle está asegurada de no retomar sus actividades habituales.
Del otro lado de la brecha, adeptos al gobierno nacional (en cualquiera de sus variantes), y personas en riesgo cierto de contagiarse, éstas últimas defendiendo el aislamiento más profundo posible, entendiendo que sus expectativas a mediano y largo plazo dependen de continuar en el mundo de los vivos, por lo que el tema de la subsistencia económica pasa a un segundo plano.
En definitiva, resumiendo (y pretendiendo cerrar la brecha) somos millones de argentinos y argentinas viendo nuestras prioridades, económicas, de salud o políticas, y aliándonos de ser necesario con quien podemos llegar a considerar el mismo diablo, siempre y cuando esté circunstancialmente de nuestro mismo lado de la supuesta solución al problema.
Pero hay una situación, en mi opinión, que no estamos teniendo en cuenta. Y es el hecho de que, si la economía se derrumba por permanecer demasiado tiempo en una cuarentena estricta, hay también miles de muertes que deben contarse, aunque no sean por covid. Y es que, además del incremento de casos de suicidios, la disminución del producto bruto del país aumenta (como siempre) la pobreza y la indigencia. Y entre este último grupo de habitantes, con o sin cuarentena, la mortalidad es mayor que entre el resto de quienes vivimos en el país; esto es, si se incrementa la pobreza y la indigencia, por la causa que fuere, aumentan las muertes, principalmente entre infantes.
En Argentina, en lo que va del siglo XXI, y aún antes de la pandemia, se han producido hasta trescientos casos de mortalidad infantil por cada punto de baja de PBI; y en este segundo semestre llevamos casi veinte puntos de baja de ese Producto Bruto...
Por supuesto, y yendo al título de este texto, esa mortalidad infantil se produce entre hijos de personas que difícilmente estén leyendo mis ideas en este momento. Los abuelos en grupos de riesgo, sí son los nuestros.
¿Qué hacer, entonces? Ojalá lo supiera. Esto es tan nuevo y global que difícilmente pueda tomarse un ejemplo a seguir; creo que nuestros gobernantes intentan, como el resto de los gobiernos del mundo, a fuerza de prueba y error, encontrar el mejor camino. La solución la desconozco, pero pienso que una apertura controlada, que mantenga la economía en funcionamiento, aunque sin olvidar los controles sanitarios que ya tenemos grabados a fuego, va a salvar vidas; vidas que se cuentan en otras planillas distintas al parte diario de la pandemia pero que, en definitiva, son también vidas de habitantes de nuestro hermoso país, y que debemos, solidariamente, ayudar a proteger.