La confesión de Gimena Accardi y la doble vara de la infidelidad
El caso mediático y el por qué de su ascenso en los medios, cuando se trata de una situación del ámbito privado. Lo analiza el criminólogo Eduardo Muñoz.
La frase de Gimena Accardi sobre su infidelidad fue un sincericidio en horario central. No lo confesó en un tribunal, sino en un set de televisión, pero el efecto fue el mismo: quedó expuesta al juicio social.
Lo interesante no es su historia personal, sino lo que revela de nosotros. ¿De verdad cambiamos tanto desde las hogueras medievales o simplemente mudamos el fuego a las redes sociales?
Infidelidad: del delito al entretenimiento
La infidelidad siempre fue más que un desliz amoroso. Fue un mecanismo de control social. En el Código de Hammurabi, la mujer adúltera podía ser condenada a muerte por ahogamiento. En la Edad Media, bastaba la sospecha para terminar en la hoguera. Y en Argentina, hasta 1995, el adulterio era un delito con consecuencias civiles y penales.
Hoy ya no hay jueces que metan su nariz en la cama ajena. Pero cuidado: el vacío lo ocuparon las redes sociales. Y lo hicieron con una crueldad que no necesita pruebas ni plazos procesales. Basta un posteo, un tuit, un video.
A ellos la picardía, a ellas la hoguera
Lo que quedó en evidencia con Accardi es la vieja doble vara. Cuando un hombre confiesa o es descubierto, el relato suele girar hacia la travesura, o la justificación "el hombre es hombre" solo fue una "canita al aire". A veces hasta recibe aplausos cómplices.
Cuando es una mujer, la historia cambia. Ella no solo le falló a su pareja, traicionó su rol de mujer, de esposa, de referente familiar.
Se la descalifica de raíz, como si la infidelidad borrara todo lo demás. Es la Magdalena del siglo XXI, pero sin opción de redención.
El sincericidio como espectáculo
Accardi eligió contarlo ella misma. ¿Estrategia de sinceridad? ¿Intento de desactivar rumores? ¿Capitalización mediática? Puede ser todo eso a la vez. En la era del espectáculo, la confesión también se transforma en contenido. Y ahí está la trampa: uno mismo se convierte en guionista, protagonista y víctima del propio escarnio.
La hoguera sigue encendida
El caso de Gimena Accardi no es solo un episodio de farándula: es un espejo de nuestra sociedad. La infidelidad femenina sigue pagando un precio más alto, aunque las leyes ya no castiguen. Lo que antes era la hoguera o la lapidación ahora es un hashtag, un tuit, un video viral que decide quién merece ser señalado y quién puede salir ileso.
Cada clic, cada comentario indignado, sostiene esa doble vara que viene de siglos atrás.
La pregunta que queda flotando es incómoda: ¿realmente avanzamos como sociedad, o solo cambiamos de escenario para seguir reproduciendo la misma condena moral? En pleno siglo XXI, la hoguera sigue encendida... y todos, desde nuestras pantallas, seguimos alimentando el fuego.