Ámbar, emperador del orbe
El ámbar, un protagonista que recorre no solo la historia, sino us etapas previas, la prehistoria. El ser humano y sus circunstancias, bajo el análisis de Eduardo Da Viá.
El ámbar es una resina de algunas coníferas, de color entre amarillo y naranja, translúcida, muy ligera y dura, que arde con facilidad y desprende buen olor. Mana espontáneamente cuando la corteza sufre una solución de continuidad vale decir una herida y al contacto con el aire solidifica hasta obtener una importante dureza. Se la encuentra al estado fósil en distintos lugares.
Etimológicamente su nombre proviene del árabe , ámbar 'lo que flota en el mar', ya que éste flota sobre el agua del mar, aunque originalmente se refería al ámbar gris. Presenta color ámbar, es decir, color naranja amarronado, aunque existen variedades amarillas, tono miel y verdosas. El ámbar de origen vegetal tiene la particularidad de ser extremadamente resistente, perdurando intacta por milenios. Suele atrapar insectos, semillas y hasta pequeñas ranas a las que conserva sin cambios estructurales por parte de la víctima, lo que ha permitido a los científicos, determinar la antigüedad y hasta estudiar el ADN de muchos ejemplares.
Parece que fue Tales de Mileto en el S V AC quien primero advirtió que el ámbar frotado con lana atraía el polvo y otras pequeñas partículas. Por eso Gilbert dio a esa propiedad el nombre de fuerza eléctrica, o electricidad, ya que la palabra griega para el ámbar es electrón y de ahí la derivación semántica electricidad.
Hoy la electricidad es al mundo lo que el agua a los mares, por cuanto si bien existen lugares habitados donde no cuentan con electricidad y sobreviven, el conjunto de la humanidad depende de la electricidad.
En el planeta quedan no más de un centenar de comunidades indígenas sin contactar, repartidas en la Amazonia, Papúa Nueva Guinea e India. Su supervivencia depende de que sigan aisladas y la mayoría no desean ser contactados. Algunos países han optado por una vigilancia a distancia, más con la intención de protegerlos que de incorporarlos. Corren gran riesgo por la presencia de madereros y mineros furtivos que pretenden esclavizarlos, de clérigos que ingresan con idea evangelizadora, rechazada por cierto e incluso con el homicidio de John Allen Chau, misionero norteamericano que se introdujo en una de estas comunidades.
Ninguna estas tribus tiene electricidad y son aparentemente sanos, bien nutridos, con muy buena dentadura y con actitudes espontáneas que demostrarían un estado de felicidad y buenas relaciones interpersonales.
Todo esto está documentado por tomas aéreas desde gran altura y con cámaras de extraordinaria potencia.
A diferencia del agua, imprescindible para la vida y que preexistía al hombre, era un bien fácilmente accesible, a tal punto que los primitivos nómades dirigían sus pasos a distantes vergeles, a veces conocidos, otras referenciados, donde se daba la conjunción agua y comida, y ésta última derivada precisamente de la presencia de agua.
Sin agua no hay vida y sin ella no hay comida, por cuanto todos los alimentos, sean vegetales o animales en origen, dependen del suministro de agua.
Cuando los nómades se transformaron en sociedades sedentarias, los asentamientos lo fueron ineludiblemente en las proximidades de una fuente segura de agua.
En tanto la electricidad también preexistió al hombre, estaba en la naturaleza y en su propia intimidad corporal, más solamente la vivenciaba como una potentísima y fugaz luz que se desprendía del cielo en noches de tormenta.
No sabía que era ni la usaba y por lo tanto, amén de atribuirle virtudes y defectos influenciados por la concepción mágica de los fenómenos naturales, no les merecía dedicarle mayor atención.
Sí en cambio le temían, por cuanto más de una vez vieron que una de esas luces bajando del cielo impactaba sobre un árbol que de inmediato se incendiaba o bien sobre seres vivos, incluido algún semejante y que morían en el acto.
La electricidad fue un misterio y un desafío científico durante caso toda la historia de la humanidad.
Benjamin Franklin, un personaje ilustre en la historia de Estados Unidos, demostró en el siglo XVIII la naturaleza eléctrica de los rayos. Este descubrimiento le permitiría comenzar a utilizar la electricidad en aplicaciones prácticas, como el pararrayos.
Posteriormente, las investigaciones de Alejandro Volta en el siglo XIX le permitieron desarrollar las primeras celdas químicas capaces de almacenar la electricidad. Fue así como inventó la pila.
Y es que, en este siglo, convivieron los responsables de gran parte de los avances que han hecho posible que hayamos llegado hasta nuestros días dominando ese extraño fenómeno... Nombres como Faraday, Ohm, Ampere o Morse realizaron sus progresos en el siglo XIX.
Ya al final de siglo surgieron personalidades como Edison o Tesla, que con sus investigaciones cambiarán el curso de la historia y pondrían a la electricidad como eje central de nuestras vidas.
A medida que la electricidad iba siendo comprendida, almacenada y guiada a voluntad, el mundo azorado vio nacer la lámpara de incandescencia, el telégrafo, el teléfono, los motores antes propulsados a vapor de agua etc.
Quedaba por solucionar el tema clave: la producción de electricidad en gran escala para la ingente necesidad que de ella iba teniendo el mundo.
En síntesis las fuentes son.
Hidroeléctrica
Termoeléctrica
Nuclear
Mareas
Olas
Viento
Sol.
La termoeléctrica es en base al calor producido por la combustión del carbón o del petróleo, es la más común y la más contaminante. El 63% de la electricidad producida en el primer consumidor mundial: EEUU de NA, es de este origen.
La nuclear es la más peligrosa por la utilización de isótopos radioactivos y la hidroeléctrica por las inundaciones, deforestaciones, desbordes y rupturas catastróficas de las paredes de contención de los diques.
Las fuentes limpias y sostenibles son las que utilizan el viento, el sol, los mares y las olas, pero falta aún mucho para que remplacen la primera.
Lo cierto es que en menos de doscientos años, la humanidad se ha hecho electro dependiente.
Paradojalmente cuanto más desarrollado sea un país, más depende de un suministro eléctrico suficiente y constante.
La inteligencia, le permitió al hombre el desarrollo de un mundo tecnológicamente asombroso e incluso incursionar en el espacio y en otros cuerpos celestes, siempre electricidad mediante, pero pareciera que no advirtió tempestivamente que se encerraba así mismo en una gigantesca jaula cuyas barrotes son ni más ni menos que millones de kilómetros de cables conductores eléctricos.
Supongamos por un imaginario momento, que alguien con el poder suficiente, cortase la electricidad que da vida al mundo, y pensemos cuánto tardaría el orbe en colapsar.
Claro que el desastre no sería uniforme, precisamente esas tribus que mencionara más arriba, ni se darían por enteradas al igual que los países más pobres del mundo, al menos en las zonas alejadas de la ciudades, tampoco lo sentirían como una catástrofe. La miseria y la ignorancia de los conocimientos del mundo así llamado desarrollado, los salvarían de una muerte lenta y segura.
Los países dueños del mundo padecen de una fragilidad que prefieren no reconocer, pero temen, y están en estado de alerta permanente porque saben que hoy es posible hackear las centrales informáticas que regulan el flujo eléctrico no importa cuán distantes estén.
Si algo ha desaparecido en el mundo moderno es la distancia y por lo tanto el tiempo, dado que viajando a 300.000 k por segundo, la maldad alcanza sus objetivos en fracciones infinitesimales de tiempo.
No obstante ello, siguen las guerras por apoderarse del petróleo, del carbón o del uranio y hasta de los ríos potencialmente útiles para instalar centrales hidroeléctricas.
A pesar de lo obvio que resulta pensar en las consecuencias devastadoras que tarde o temprano ha de tener el incremento descontrolado de la producción y consumo de electricidad, no se advierten medidas ciertas por parte de las grandes potencias para enfrentar el desafío.
Parecieran vivir en un presente constante sin que el futuro, ya inmediato, realmente les preocupe.
Estados Unidos, la Unión Europea y los Emiratos Árabes llegan a niveles obscenos de despilfarro ante un mundo que clama de rodillas por una mejor distribución de los recursos.
Pero más grave aún que la responsabilidad que le compete a cada país por velar por sus recursos perecederos y desarrollar los renovables, es la actitud de cada uno de nosotros en general, y que alcanza niveles inadmisibles en ciertos grupos sociales, siempre en los países más ricos, responsables de los derroches más descarados por meros motivos de figuración social.
Son los famosos Jóvenes Profesionales Urbanos (Yuppies en inglés) egresados universitarios jóvenes que se desempeñan en grandes empresas y ganan salarios muy elevados. Los veo a diario montados en poderosas camionetas de gran cilindrada para concurrir a la oficina y señoras en Audi o BMW para llevar los niños al colegio, privado por cierto.
Pertenecen a la Generación Z también conocida con otros nombres como generación posmilénica o centúrica (del inglés centennial). Es la cohorte demográfica que sigue a la generación milénica y precede a la generación Alfa. Los demógrafos e investigadores suelen señalar desde la mitad de la década de 1990 a mediados de la década de 20004 como el comienzo de los años de nacimiento de la generación, mientras que hay poco consenso con respecto a su terminación. La mayoría de personas pertenecientes a la generación Z ha utilizado internet desde muy joven y se siente cómoda con la tecnología y los medios sociales. Se estima que las personas de la generación Z corresponden al 23,7 % de la población mundial.
Una vez producida la inevitable hecatombe, ¿Seremos capaces de volver a comer alimentos naturales crudos; nuestro sistema inmunológico aprenderá a defendernos de las aguas contaminadas para hacerlas potables; resistirá nuestra delicada piel las inclemencias del tiempo y de los suelos que pisemos; volveremos a usar velas de cera de abeja para iluminarnos dado que la parafina, especie de aceite mineral que sale de un compuesto que viene a su vez del petróleo y del carbón, es la que le confiere consistencia a la estearina, de origen animal, para la fabricación de velas.
Pero para disponer de parafina hay que extraer y procesar el petróleo, el que sin electricidad podrá volver a reposar en sus santuarios soterrados, de donde diariamente es arrancado por el hombre sin importarle cuántas vidas y dinero cueste.
Sí señores, mal que nos pese, no es el famoso G7 (Alemania, Canadá, los Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido) el que maneja al mundo, sino el ámbar, sin custodios, ejércitos, alarmas y supuestamente inexpugnables palacios, pero con orgulloso beneplácito de la imbecilidad humana como su mejor aliado.
Y hasta será el ambarino el color que adquirirá la piel del hombre en algún momento de su irremediable holocausto, cuando la desnutrición y la deshidratación lo pongan a las puertas del Averno, su inevitable destino, a menos que un alma caritativa suba la palanca y restaure la energía eléctrica.
Insecto atrapado en el ámbar