Ecoextremismo de bacanes contra el ascenso social

Francia prohíbe las aerolíneas low cost para frenar la afectación al cambio climático. Deja sin chances de volar a los sectores que ya tienen una vida contaminada por la falta de recursos. ¿No suena parecido a los argumentos glamorosos de la agitación antiminera mendocina?

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Ecologismo extremo, pero de moda, versus los más pobres. Así podría resumirse, en forma absolutamente simplificada, la situación que deja sobre la mesa, para el debate, una situación que está sucediendo en Francia, pero que podríamos transpolar a nuestra realidad argentina.

Es que las medidas tomadas en ese país en contra de las aerolíneas low cost, basadas presuntamente en querer evitar la contaminación que la proliferación de naves produce, dejará afuera de la posibilidad de volar, conocer, disfrutar, conectarse, aprender al igual que los pudientes, a los que no pueden pagar un avión de línea estándar.

París ya no es una fiesta. Los que tienen dinero podrán seguir contaminando y la medida solo afectará a los que no. Hay en esto una carga fuerte en la definición de "ambiente": deja afuera a la humanidad, para concentrarse en una entelequia antojadiza, un glamour ambientalista que solo pueden degustar los sectores más elitistas de la sociedad, en detrimento del resto.

Chapu Apaolaza escribió en el diario español The Objective sobre el tema y la idea quedó picando contundentemente, porque muchos no terminan de entender que el ecologismo extremo es una jactancia de muchos de los que ya tienen la vida resuelta, y posiblemente hasta sientan culpa por el ejercicio del bienestar acomodado de sus familias, como ya sucediera en los años '60 con los montoneros, por ejemplo, casi todos hijos de familias católicas y acomodadas que, culposos por ello, salieron a regar su inconformidad confundiéndola con una agenda de "bien común".

Escribió Apaolaza: "De nuevo, se contraponen los intereses legítimos de la lucha contra el cambio climático  a los de la parte más débil de la sociedad sobre la que se termina cargando una vez más el peso del futuro de la Tierra. Pagaron la factura de no poder entrar en coche al centro de las ciudades y fueron condenados a andar kilómetros -qué bien les venía- y a morirse del asco en transporte público. Tuvieron que cambiar de vehículo porque el suyo emitía demasiada porquería por el tubo de escape...".

De tal modo, la situación planteada en la siempre vanguardista (algunas veces, en vano) París "los que no tienen dinero para hacer otras cosas, tampoco podrán viajar barato", escribió Apaolaza. Privados del alcance de viajar barato, cargando una mochila, se aplica una política decrecentista que va en contra del progreso social, del ascenso al que se aspira, del "salir del pozo" en el que a muchos nos tocó nacer.

El ambientalismo así entendido (malentendido) es para pocos: luce como un ejercicio bacán.

¿No les parece muy parecido el concepto a lo que sucede en Mendoza con la difusión de falsos apocalipsis para el caso de que se avance en el desarrollo minero? 

Lo que han conseguido los impulsores de las bataholas ruidosas que anunciaban que saldría cianuro por las canillas, a la vez impidieron la competencia de una nueva actividad que generaría numerosos empleos con las actividades que ya están: le pusieron el pie encima a la posibilidad de mejores salarios, encubrieron a los que prefieren ganar más y distribuir menos en sus equipos productivos. Ellos siguen viviendo tan bien como siempre, consumen productos certificados y hasta capaz que sean veganos. El resto sigue siendo tan o más pobre que antes, pero además, ahora sin horizonte.

Una vez más, hay que repasar la columna que escribió en Madrid Apaolaza: "Porque un tipo con un trabajo de mierda, una casa de mierda y un futuro de mierda, digo que un tipo con una vida de mierda, un pobre diablo al fin conservaba la dignidad interior que nace de la consciencia de haber estado aquí o allá y de poder ir a aquel sitio. El extranjero ya no era un sitio vedado a los de abajo así que, de vez en cuando, tiraba de la ilusión de hacer planes o acaso la memoria de aquellos viajes que pudo hacer pese a estar, en principio, fuera de sus posibilidades". 

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