Las antinomias que mueven a los humanos
Escribe Eduardo Da Viá y hace desde aquí una convocatoria a "secuaces que se incorporen a la cruzada de la mesura y el respeto por los demás". Hay que leerlo. Y si se comparte lo dicho, compartir el texto.
Es de sobra conocido el hecho de que antes de la aparición del hombre sobre la superficie terrestre, el mundo funcionaba en muy buena relación entre sus partes fundamentales, vale decir lo inanimado con lo animado.
Efectivamente, los seres vivos se mantenían en equilibrio a costa en parte y lamentablemente, de una cadena alimentaria de una crueldad inaudita pero equilibrada, y de la que por otra parte nadie podía sustraerse.
Cuando hablo de crueldad me refiero a la parte de la cadena que involucra a animales que sólo se nutren de animales vivos, vale decir carnívoros obligados, cuya supervivencia supone la muerte atroz de otros seres vivos del mismo reino y por tanto susceptibles de experimentar, miedo, angustia y dolor.
A su vez existían desde el principio de los tiempos y hasta la actualidad, los herbívoros obligados, cuyos comestibles, los vegetales, por lo menos hasta donde sabemos, no poseen la peculiaridad de experimentar dolor cuando se los arranca o trocea.
El por qué una animal enorme como la vaca solo puede comer vegetales y un tigre exclusivamente carne, de preferencia fresca, e incluso come durante la muerte de su víctima que por lógica sufre lo indecible hasta perder la conciencia, no es desconocido.
Pero a pesar de los defectos, el sistema funcionaba maravillosamente bien, ni los herbívoros aniquilaban la flora, ni los carnívoros lo hacían con la fauna; es cierto que contaminaban las aguas y el medio ambiente, pero ambos poseían métodos de depuración naturales tan efectivos que no daban lugar a la acumulación de sustancias dañinas para la salud de los protagonistas.
Cuando el hombre irrumpió en estos ecosistemas, extendidos a enormes superficies del planeta, en principio se incorporó bajo la forma de nuevo eslabón, sin que ello supusiera una alteración en el equilibrio que la sabia naturaleza había ido estableciendo con el correr de los milenios.
Se piensa por múltiples datos que la dieta inicial del hombre fue la herbívora, por la fácil disponibilidad de los comestibles vegetales y tiempo después se desarrolló su condición de omnívoro a la que estaba destinado.
Los primeros grupos humanos, integrados por un número relativamente pequeño de individuos, casi siempre familias, eran solidarios. No existía la propiedad privada, todo era de todos, el territorio, la comida, sea ésta producto de la labranza, la recolección o la caza.
Quizás lo primero que crearon y de la que cada uno era el dueño, fue la vivienda familiar, con la característica de ser similares en tamaño y sobre todo en equipamiento, mínimo por cierto, pero que no distinguía a una familia de la otra. Esto se entiende sin dificultad si pensamos que la razón de ser de la vivienda era la protección de la intemperie, e incluso, en ciertas comunidades, los muertos de cada familia eran inhumados en el piso de la choza respectiva, lo que los eximía de la diferenciación de los sepulcros entre familia y familia.
Los inuits, habitantes originales de Alaska, fueron durante siglos el ejemplo más preclaro de solidaridad comunal
Por desgracia, en algún momento apareció la figura del Jefe, al principio útil y hasta necesario cuando la comunidad adquiría cierto número de individuos, para distribuir tareas, tomar decisiones, propender a la ayuda mutua etc. Dije por desgracia por que no tardó el Jefe en adueñarse de lo mejor de lo producido o recolectado, a la vez que dejaba de trabajar. También cambió su vestimenta la que adquirió una suntuosidad claramente diferenciada, lo mismo que su vivienda que fue haciéndose cada vez más lujosa, antecedente de nuestras actuales mansiones.
A poco andar surgieron los "allegados", primero bajo la forma de secuaces o elegidos que rápidamente comenzaron a disfrutar de prebendas similares a las de su jefe
La pérdida de la uniformidad en las condiciones de vida rápidamente llevó a la aparición de dos de los grandes males que hoy, como nunca antes, azotan a los humanos: la envidia y la codicia.
El incremento desmesurado del patrimonio particular, en detrimento del colectivo, fue el comienzo de la aparición de las clases sociales y que, con el tiempo se transformó en el leitmotiv de los ahora ricos.
Hoy el humano se mueve desesperado entre las antípodas del exceso y la escasez, con una mayoritaria masa intermedia pugnando a toda costa para adquirir bienes. Algunos necesarios para el diario vivir, pero muchos para lucir una opulencia espuria y demostrar que está en condiciones de codearse con los ricos verdaderos; todo comprado en cuotas que mucha veces no puede finalmente afrontar, pero que sí aumentan notablemente el nivel de ansiedad y con ello las enfermedades derivadas.
Según el Informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y Nutrición en el Mundo en 2020 publicado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en junio de este año, las cifras son poco alentadoras: Cerca de 690 millones de personas pasan hambre, o el 8,9 % de la población mundial, un aumento de 10 millones de personas en un año y de casi 60 millones en cinco años.
En el otro extremo, el denominado "Índice de desperdicios de alimentos 2021" expone una cifra casi aterradora: en el año 2019, hubo 931 millones de toneladas de alimentos desperdiciados. Esto sugiere que el 17% de la producción total de alimentos en el mundo fue a parar a la basura.
Si no fuera así, cada uno de esos hambrientos seres, podría disponer de suficiente comida como para saciar al más voraz.
Por qué este increíble exceso de alimentos tiene una clarísima respuesta: producir comida es un fabuloso negocio, y como hay compradores cuyos dineros obtienen con gran facilidad y en cantidades también excesivas, pues compran más de lo que consumen y el resto, en una actitud de total desprecio por los sufrientes, simple y sencillamente lo tiran a la basura.
La basura es precisamente uno de los grandes problemas sanitarios que enfrenta el mundo "desarrollado", y es mayoritariamente producida por los pudientes dado que sus compras están inevitablemente relacionadas a los plásticos, vinculados a las comidas envasadas, los envoltorios, adornos, bolsas comunes y sofisticadas de firmas famosas etc.
Jugando con los números, digamos que en la Argentina hay alrededor de 14 millones de autos, lo que supone más de 50 millones de asientos, dado que cada vehículo tiene como promedio capacidad para 4 personas.
Pero hay que considerar que casi la mitad del país es pobre y por tanto incapaz de adquirir un automóvil moderno aún de los de menor precio, que orillan el millón y medio de pesos; y son alrededor del 40% de la población; le adicionamos entre menores de edad y mayores de 80 años, hay otro 25% por lo menos que no manejan o no debieran hacerlo. En total solo 35% de la población, dispone de 50 millones de plazas, o sea que a cada uno le corresponde 3.5 asientos particulares. A todas vistas una obscena exageración.
No somos los únicos por desgracia, en Madrid por ejemplo, el 72% de los vehículos circulan sólo con el conductor como único ocupante.
He tenido ocasión de viajar varias veces a Cuba; allí los vehículos deben circular con todos los asientos ocupados, de los contrario son multados severamente. Pagaron muy caro el haberse acostumbrado a los autos americanos de ocho cilindros con anchos y largos absurdos y con gigantescos baúles desocupados.
Caemos entonces en el tema central de este ensayo que es el EXCESO.
Entiendo por tal incremento extraordinario, patológico casi siempre y perjudicial directa o indirectamente para el prójimo, de las peculiaridades y habilidades con que fueron dotados los humanos sea por creación o por evolución.
Esas condiciones particulares y de las que carecen en su mayoría los animales, estaban destinadas inicialmente a que cada uno pudiera alcanzar una vida confortable, en base al trabajo, el ahorro y la solidaridad.
Hoy están totalmente desvirtuadas
Los que se exceden no reparan en la inevitable ecuación de que a todo exceso, en el otro extremo le corresponde la escasez.
Veamos ejemplos cotidianos:
Soberbia: es el amor exagerado hacia uno mismo, en detrimento del que debiera distribuir por lo menos entre familiares y amigos.
Avaricia: Afán desmedido de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas.
Lujuria: Deseo excesivo del placer sexual.
Ira: Enfadarse o irritarse en demasía y desproporcionadamente a la ofensa recibida
Gula: Exceso en la comida o bebida, y apetito desordenado de comer y beber.
Envidia: Desear o apetecer de manera enfermiza algo que tienen otros.
Pereza: Negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados.
Salta a la vista que la lista que antecede es la de los Pecados Capitales desde el ángulo de la teología, y sin necesidad de coincidir con esta postura, digamos que son nada más y nada menos que el desborde de las capacidades de que está provisto el humano,
Lo cierto es que estas faltas graves de conducta, además de ser nocivas de por sí, conducen a la ejecución de otras faltas, pecados capitales, dirían los creyentes, derivadas de la capital, término que no está en relación con la cabeza sino precisamente con esa cualidad de inducir a la comisión de otros actos dañinos, incluso criminales.
Nos guste o no, gobiernan al mundo; marcan las pavorosas diferencias de calidad de vida de millones de seres y peor aún van entronizándose paulatinamente en grupos poblacionales que se mantenían vírgenes de discriminación, pobreza, analfabetismo, desnutrición, criminalidad etc.
Alrededor del planeta hay 2.755 personas que cuentan con fortunas superiores a los mil millones de dólares. Son 660 milmillonarios más que los que Forbes registró en 2020, un dato que la reconocida revista describió como 'sin precedentes'.
Jeff Bezo, Bernard Arnault y Elon Musk, están por encima de los 170 mil millones de dólares de capital y son el paradigma más repugnante de la avaricia.
A propósito y en palabras de Plutarco:
"La bebida apaga la sed, la comida satisface el hambre; pero el oro no apaga jamás la avaricia"
La avaricia es en realidad el motor de las desigualdades sociales; cuando el avaro se desprende de una parte de su gigantesca fortuna lo hace para adquirir bienes exóticos, destinados más bien a provocar la envidia del entorno que para disfrutarlo el mismo. Cuando se aloja en un hotel de 10.000 dólares la noche, a su regreso lo comunica a los cuatro vientos mientras se hace lustrar los zapatos por un menor sentado en un humilde banquito fruto de sus propias manos y a los pies del erguido millonario, una alegoría perfecta de la sumisión de los pobres al dinero de los ricos.
De tanto en tanto, los avaros reunidos en sociedades de "beneficencia", deciden donar elementos a los más desposeídos. Lo he vivido personalmente como médico de guardia en el Hospital de Maipú, cuando damas del Club de Leones se acercaron en una oportunidad para llevarles juguetes a los niños internados, los habían reunidos en numerosas tés sociales a los que cada concurrente había asistido con un juguete barato. La comisión directiva no había gastado ni un centavo, pero asistieron lujosamente emperifolladas al nosocomio para demostrar su amor a los necesitados.
Les hice saber que no era juguetes lo que esos niños necesitaban, ello se los saben fabricar, lo que sí necesitan es salir de la pobreza, que el padre consiga trabajo en blanco y no en negro como ofrecen varios de sus cónyuges, empresarios de renombre del medio. Por cierto no les agradó, dado que esperaban la alfombre roja para hacer su triunfal ingreso al Hospital.
Los Médicos sin Fronteras no solo donan su trabajo sino que arriesgan sus vidas y no aparece la efigie de cada uno de ellos en Vanity Fair, Cosmopolitan u Hola.
Un par de preguntas para finalizar: ¿Existen personas en el mundo libre de los mencionados excesos?, ¿Estoy exento de todas ellas?
Mi respuesta para ambas es negativa; veamos la primera: dado el enorme número de la muestra que alcanza los 8 mil millones de seres, los estadígrafos estimo coincidirán con mi parecer de que la distribución debe ser uniforme, vale decir que todos y cada uno padecemos de por lo menos uno de esos vicios, como así también de alguna de las virtudes que se oponen a los mismos En el caso de los pudientes los vicios serán la avaricia, la soberbia, la lujuria principalmente, y en el otro extremo, el de los pobres, serán la ira, la envidia o la pereza.
En definitiva nadie está a salvo, pero con una gran diferencia entre lo extremos.
En el grupo de los adinerados los excesos son voluntarios, conscientes y progresivos, en cambio en el de los pobres e indigentes, por estar atrapados en la miseria, de la que, precisamente por los innumerables Bezos u Musks de este planeta no pueden salir, las privaciones y la escasez son involuntarias y por tanto resultan inimputables.
El paradigma más triste del orbe lo constituyen las Castas Sociales de la India, pero cuidado que en la Argentina hay castas, de perfiles menos definidos, pero existentes al fin.
Gobernantes, traficantes, empresarios y religiosos, en especial los que habitan en el Vaticano son los grandes responsables de la miseria desde el punto de vista macro económico, pero cada uno de los que disponemos de 3.5 asientos de autos para uso individual, también sumamos nuestro aporte descarnado para la perpetuación e incremento de las diferencias.
Y contribuimos a contaminar el medio ambiente, pero claro, a diferencia de los míseros, podemos defendernos con acondicionadores de aire, agua envasada, saneamiento periódico de nuestras casas, grandes extensiones de verde alrededor del edificio habitacional y el uso de infinidad de los así llamados "antisépticos", la mayoría carentes de efectos reales, pero cuyos recipientes elegantes también se descartan para ir a integrar el mar de plástico que ya nos ahoga.
La pobreza en la Argentina ha trepado al 42% y recientemente se conocieron los resultados de un estudio que pone en escena la delicada situación en la que se encuentran los niños en nuestro país. Más de 8 millones sufren algún tipo de vulneración en sus derechos. De ese total más de 5 millones pasan hambre o no acceden a los nutrientes necesarios para desarrollarse.
Sería bueno un sincero autoanálisis con intencionalidad de corregir en la medida de nuestras posibilidades estos abismos sociales que a mí, particularmente me preocupan porque sé que en alguna medida contribuyo al desequilibrio, por acción u omisión, pero lo cierto es que no puedo tirar la primera piedra.
Sé perfectamente que este escrito será leído por pocos, descartado por muchos, con destino a la basura virtual o real, pero me queda la esperanza de encontrar secuaces que se incorporen a la cruzada de la mesura y el respeto por los demás.