Argentina, una Nación adolescente

"Los distintos gobiernos que han ido transitando por la historia reciente, como los adolescentes en plena ebullición hormonal, se han mostrado como capaces de la épica más noble y del error más absurdo", escribe Mauricio Castillo.

Mauricio Castillo
Técnico universitario en Gestión y Administración en Instituciones Públicas - Coach Laboral y Ejecutivo

Hay etapas en la vida que definen la identidad de las personas: "La adolescencia". Ese momento en el que se mezclan sueños infinitos con contradicciones brutales: la rebeldía convive con la necesidad de pertenecer, la búsqueda de libertad tropieza con la dependencia, y la auténtica lucha contra la tentación de la mentira. Observando la política argentina de los últimos cuarenta años; ¿se puede encontrar un parecido con esa etapa vital? Resulta tan evidente como inquietante: ¿hemos vivido o sobrevivido como un país adolescente?

Los distintos gobiernos que han ido transitando por la historia reciente, como los adolescentes en plena ebullición hormonal, se han mostrado como capaces de la épica más noble y del error más absurdo. Marchas y contramarchas, nos hemos habituado a convivir entre los berrinches institucionales, y las promesas que se evaporan en cuestión de meses y, sobre todo, las "travesuras" de corrupción que dejaron de ser travesuras, para convertirse en delitos que minaron la credibilidad colectiva.

Como en la adolescencia, la Argentina pareció enamorarse de sus propias contradicciones: reclamar transparencia mientras se naturalizaba la "coima"; y ¡Si! sin temor de declamarlo, ya que hay sentencias, condenas sobre el tema; exigir justicia mientras se negociaban atajos; pedir crecimiento mientras se devoraba el presente a crédito. Como suele ocurrir con los adolescentes, la excusa fue siempre la misma: "ya vamos a cambiar, cuando? Quizás cuando seamos grandes".

En esta comparación, bizarra, por cierto, encuentro una verdad alentadora: La adolescencia no es un estado permanente; es tránsito, es búsqueda, es ensayo y error. Así como los adolescentes terminan por reconciliarse con la responsabilidad adulta, nuestro país puede llegar a madurar, el aprender de sus cicatrices y asumir con determinación y firmeza que no hay Democracia sólida sin honestidad suficiente, ni futuro compartido sin instituciones que funcionen, o al menos lo intenten.

Lo que Argentina reclama, demanda, y hasta lo sufre, el demostrar y lograr que desea dar ese salto hacia la madurez: dejar de lado los caprichos del cortoplacismo, las promesas huecas y los abusos de quienes confunden el poder con el privilegio personal.

Las naciones también pueden crecer, y logran crecer cuando su gente se atreve a dejar la comodidad de la excusa para abrazar el desafío del cambio. La Argentina, esa Nación "adolescente", posee la oportunidad de mirarse al espejo no alcanza con sobrevivir de las contradicciones.

Podemos descubrir que la madurez no es aburrida, sino profundamente liberadora. El futuro, ese futuro tantas veces hipotecado, todavía puede y debe ser distinto.

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