Arqueología de un dolor

Isabel Bohorquez comparte los recuerdos de su familia en el Día Nacional de la Memoria

Isabel Bohorquez

Mis recuerdos

Conservo las imágenes de mi infancia como escenas nítidas pero breves, muy fugaces, que transitan por mi mente deslizándose velozmente. No se quedan allí, no puedo hacerles stop y observarlas. Perduran los detalles, algunos insólitos, que mi memoria guarda tenazmente a lo largo del tiempo.

Este recuerdo al que voy a aludir, se sitúa en mis 8-9 años, quizá menos, no tengo certeza y mis padres ya no están para preguntarles fechas u otros pormenores.

Vivíamos por entonces en Necochea, Buenos Aires, era fin de año y la familia materna se reunió allí, quizá por última vez. Como la casa quedaba chica, se sentaron en la vereda a guitarrear y cantar hasta la madrugada. A mis primitas visitantes y a mi nos mandaron a dormir y allí fue cuando me contaron un secreto: a su mamá la habían baleado en una pierna porque habían robado un camión de lácteos (no recuerdo el termino que usó, no sé por qué me quedó en la mente que era de leche pero puede ser una desviación mía) para dárselo a los pobres en una villa, los habían perseguido, se habían tiroteado y ella había resultado herida.

Mi impresión fue tal que han pasado varias décadas y aún tengo presente la escena. Breve, implacablemente precisa y recortada a ese instante.

Luego iría comprendiendo otras frases escuchadas al pasar en las conversaciones entre mis padres o entre mi mamá y mi abuela. A mi hermana y a mí, nunca nos explicaron nada. Fuimos entendiendo (o no) inmersas en los acontecimientos familiares como testigos involuntarios de un país y una familia que se desangraba.

El origen

Mi mamá nació en Santiago del Estero en 1929. Mi abuelo ferroviario, mi abuela perteneciente a una sólida familia del norte santiagueño. La familia materna de mi mamá, los Juárez, se emparentó con los Santucho ya que Francisco (mi tío abuelo) se casó con dos hermanas Juárez. Con la primera esposa -que falleció- tuvo siete hijos y al enviudar se casó con su cuñada más joven, con quien tuvo tres hijos más. Cuestiones de las costumbres de aquélla época. Tengo entendido que esta segunda esposa, mi querida tía Manuela, estaba muy enamorada y no sé si prometida con otro hombre pero accedió a casarse para cuidar de sus sobrinos. Don Santucho era todo un patriarca. La familia estaba económica y socialmente bien posicionada, además muy vinculada a la política, Don Santucho era radical. En el seno de esa familia y entre sus hijos menores, nació Mario Roberto Santucho líder del PRT-ERP. Roby para la intimidad de los familiares.

La mamá baleada en la pierna era Sayo, primera esposa de Roby y una de las víctimas de Trelew. Recuerdo el episodio de la muerte de Sayo, el llanto de mi madre y de mi abuela y un entramado de palabras sobre la cárcel de Rawson, la huida y cómo habían protegido a Roby priorizando la figura del líder por sobre los otros. Sayo estaba embarazada. Esa decisión, si es que fue así ya que solamente cuento con los fragmentos de conversaciones en mi casa, gravitó en el ánimo de mi madre como algo espantoso. Ella pensaba que Roby no debía haber abandonado a su esposa. Ella consideraba que en esa huida habían priorizado las jerarquías militares del ERP y no los lazos afectivos ni su condición de embarazada. Y siempre creyó que había arrastrado a toda su familia a la desdicha, a la muerte y a la persecución de una manera ciega y egoísta. Sin embargo, cuando necesitaban refugio, jamás les cerró la puerta aún cuando discutían mucho con mi papá porque él temía por nuestras vidas. Papá no quería que vinieran a casa, ni esconderlos o facilitarles nada y mi mamá decía que eran sangre de su sangre.

En medio de esas contradicciones y disputas, con el corazón en la boca tantas veces, con autos cargados con armas o pasajeros furtivos que entraban de noche y se iban de madrugaba, pasé el final de mi infancia y toda mi adolescencia. Crecí con miedo, con rabia, con angustia. Entre secretos y silencios forzados. Siempre alerta a los autos circulando, a las conversaciones y a las preguntas casuales que algún desconocido pudiera hacernos. Crecí sintiendo que tanto los propios, estas personas que me resultaban inalcanzables, lejanas en su mirada hacia mi como niña o adolescente, que tenían conversaciones enigmáticas; como los militares que los perseguían y que también podían hacernos daño, eran parte de una realidad que me aterrorizaba y me expulsaba de un mundo seguro y feliz.

Otra escena breve y rotunda: al fondo del patio, ya en la casa de Río Cuarto, Córdoba, había un limonero, jugábamos allí con mis primitas Santucho. Roby había vuelto de Cuba. Habían comenzado los setenta. Ellas me llamaban pequeña burguesita. Yo no entendía. No podía comprender aquélla expresión que me resonaba a desprecio. Me hacia sentir otra, disímil. Sentí que me miraban de un modo diferente. Yo era algo que ellas no querían ser.

Por entonces, siendo una niña, casi púber, que pertenecía a una familia de clase media argentina, vivíamos bien, con lo justo, sin lujos, quería comprender el apodo de mis primitas. Ni ricos, ni pobres...lo de pequeña burguesita no tenía sentido para mí y sigue siendo aún hoy, un término que me resulta ajeno. Con el tiempo, le adjudiqué a esa expresión más el carácter de un juego de niñas viviendo un mundo demasiado hostil que a una categoría de clase.

Para su padre, Roby, sí era una categoría de clase. Una visión del mundo.

Vi a mi madre llorar muchísimas veces y a medida que crecimos, pudimos ir conociendo algunos de los acontecimientos relatados de su boca. El modo en que desapareció una de sus primas más queridas, Manuela o algunos episodios de enfrentamientos en la selva tucumana que volvían recurrentemente en sus narraciones. Las crónicas fueron cada vez más tremendas. Y la acompañaron el resto de su vida.

Con el transcurso de los años pude ir encontrando sentido a algunas de las palabras que recorrieron mi infancia y mi adolescencia y que no podía comprender cabalmente. No sé si tenga una síntesis que me permita una lectura medianamente fidedigna de nuestra historia argentina y latinoamericana. Si, puedo afirmar que mis opiniones se basan en hechos reales, vivenciados con gran respeto por las personas en juego.

El presente, casi cincuenta años después 

Cuando hoy escucho consignas sobre la dictadura militar, la lucha guerrillera, los derechos humanos....y sigo percibiendo en las mismas, una profunda incapacidad para resolver aquéllas cuestiones que desataron esas feroces tormentas en Argentina, me pregunto: ¿aprendimos algo? ¿aprendimos lo que teníamos que aprender para que Argentina sea un país pacífico, próspero, justo? ¿O nos quedamos con las consignas y las banderas?

Hasta donde yo lo recuerdo, en el relato de mi madre y de lo que pude ir recopilando de mi familia, Roby asumió una gesta, la lucha contra el capitalismo y la burguesía, la revolución por el pueblo oprimido y pobre y se definió por tomar las armas como la mejor manera de concretar esa revolución. Inició una ofensiva bélica consciente de que era eso. Todo o nada. Lo dio todo. Incluso lo que no era de él: la vida de su familia, de su gente más cercana, de sus seguidores.

Sinceramente, no comparto su modo de luchar ni sus banderas.

Creo profundamente que está en nuestras manos resolver la injusticia, la pobreza, transparentar nuestras instituciones, lograr que funcionen, hacer bien las cosas para que todos accedamos a la educación, la salud, el trabajo, la vivienda, la cultura...cuidar de nosotros mismos colectivamente y en paz.

Creo que tenemos muchísima tarea por delante. Pero la condición sustantiva es en paz. En paz. Sin violencia, sin armas, sin bombas, sin secuestros, sin ataques ni tomas ni ocupaciones forzadas.

La paz es un derecho humano fundamental así como el respeto por la vida. Por todas las vidas.

Cada caído, cada fallecido en esta Argentina violenta me duele. Cada recuerdo de los caídos en aquélla Argentina violenta de mi niñez y mi adolescencia, me duele. No distingo entre terroristas y militares o civiles. Son vidas. Vidas. Vidas. El aprecio por la vida humana tiene que estar por encima de todo lo demás.

No justifico ningún crimen cometido en ese período, no importa de quien provenga. Un crimen cometido por fuerzas militares o un crimen cometido por fuerzas guerrilleras. Torturas y ejecuciones son dos acciones totalmente inhumanas.

Nadie puede arrogarse el derecho de ajusticiar en nombre de un proyecto. Ese es el Nunca más al que adhiero. Ni militares, ni civiles, ni fuerzas revolucionarias de ninguna especie.

En aquél entonces, Argentina venía atravesando un escenario negro, tras largas dictaduras, la vuelta de un peronismo oscuro, tumultuoso y con un Perón debilitado. La izquierda socialista-comunista no adhería a Perón ni Perón a ellos. Si hicieron alianzas, fueron transitorias y endebles. La oposición tampoco parecía tener fuerza suficiente (lo que resultó parte de la ecuación fatídica) y fue la propia sociedad argentina, con sus intereses mezquinos y sus incapacidades la que se fue perdiendo y derrumbando.

¿Acaso hoy nos distinguimos en algo de aquél escenario? ¿Qué aprendimos?

Me preocupa que después de tantos años sigamos repitiendo las mismas falencias. Y aunque hoy sea inadmisible cuestionar el valor de los derechos humanos, yo me quedo pensando si no estamos recortando el alcance de ese concepto. O lo estamos banalizando o manipulando en función de un oportunismo político...Tampoco advierto autocríticas ni de parte de los marxistas (leninistas o trotskistas) ni de los peronistas de aquélla época...porque algunas cuestiones entiendo que habría que revisar. A los que hoy vociferan consignas...no les creo nada.

Respeto la memoria atesorada y vivida por quienes estuvimos de un modo u otro allí, sufrimos y testimoniamos la época oscura de una Argentina atravesada por la violencia y el desamparo. Respeto mi memoria, la memoria de mi clan y de mis afectos más cercanos. Guardo cierta reserva frente a los discursos político- partidarios egoístas que usan las banderas de los derechos humanos y tras de ellas aprovechan para empuñar sus propias intenciones, siendo que muchos de los actuales discursantes estuvieron muy lejos, ausentes o ni siquiera vinculados a una lucha ideológica que hirió de muerte a tantos argentinos. Esta lucha aludida con la que no concuerdo en sus bases doctrinarias, no me identifico con la postura marxista-leninista, tampoco me identifico con quienes secuestraron, torturaron y suprimieron vidas en pos de un proyecto de organización nacional, no concibo el poder y el gobierno de las naciones desde ninguna de las dos perspectivas y entiendo que los pueblos deben emanciparse desde un camino pacifista, democrático y donde el diálogo sea una condición necesaria.

Estoy y estaré siempre del lado de las personas que han perdido a sus seres queridos en estas luchas injustificables, sea desde donde sea que provengan las víctimas. Cualquier caído duele, militar o guerrillero, civil...inocentes víctimas tanto de acciones revolucionarias o de acciones represivas. Crecí viendo a mi madre llorar por sus seres queridos. Crecí en el filo del riesgo de la vida porque mi madre no abandonaba a los suyos a pesar de no compartir su lucha. No es un mero concepto para mí. Y jamás estaré del lado de la violencia. No hay bandera política que justifique una bala en la cabeza de alguien.

Para los jóvenes digo, la grieta no es tan reciente ni tan lineal en su comprensión. No hay simples dualidades o bandos lisos y llanos o buenos y malos. Estemos advertidos todos del riesgo de las terribles simplificaciones...

Me duele que hoy se hagan distinciones tan a la ligera y se acuse de una cosa o la otra con sólo una frase. Es tan fácil acusarnos u ofendernos en lemas y en fotos por sangre ajena que ya se derramó...mucho más difícil es construir un país vivible, justo, tolerante y con horizonte de futuro. No perdamos más el tiempo.

Foucault dice algo respecto de las dicotomías -que deberíamos de una buena vez asumir y transitar sin pretender conservarlas como dos veredas opuestas- que a mí me parece substancial: es en esta madeja de distinciones donde aceptamos algunas cuestiones y las justificamos así como rechazamos otras y por ende, las excluimos, que se configura la apariencia de un fundamento.

Cito textualmente para quien tenga interés en leer de la fuente: "La conciencia moderna tiende a otorgar a la distinción entre lo normal y lo patológico el poder de delimitar lo irregular, lo desviado, lo poco razonable, lo ilícito y también lo criminal. Todo lo que se considera extraño recibe, en virtud de esta conciencia, el estatuto de la exclusión cuando se trata de juzgar y de la inclusión cuando se trata de explicar. El conjunto de las dicotomías fundamentales que, en nuestra cultura, distribuyen a ambos lados del límite las conformidades y las desviaciones encuentra así una justificación y la apariencia de un fundamento"[1].

¿Cual es el fundamento que tenemos para seguir sosteniendo nuestras dicotomías? ¿Adonde nos conducen como país y como sociedad? ¿Por qué insistimos con un debate ideológico que responde a una lógica que no sólo que no nos resolvió nuestros problemas sino que parecen haberlos acentuado? ¿Nos animaremos a construir otro fundamento? Yo sigo soñando un país donde se pueda progresar, trabajar, formar una familia, criar los hijos...sigo sin identificarme con el mote de pequeña burguesita...no quiero una sociedad despiadada y cruel a la que no le importe el que sufre pero no encuentro en esa categoría de clase la explicación de fundamento para cambiarla. Y me pregunto.. ¿Acaso el conjunto de la sociedad argentina la encuentra allí? ¿O en un liberalismo acérrimo? No lo creo sinceramente. El resto de los sectores partidarios hace rato que perdieron identidad de tanta alianza cambalache...Habrá que construir algún otro cimiento.

Mi fundamento

Compartir los recuerdos de mi familia, como un homenaje fundamentalmente a mis padres, que navegaron como pudieron sus propias dificultades y sus contradicciones en un país que se desarmaba y se agrietaba, es mi raíz y es mi principio. En medio de discusiones, angustias y desentendimientos, en definitiva, siguieron juntos, trabajaron hasta el final de sus vidas, sostuvieron el hogar y nos protegieron a su manera.

¿Seremos capaces de hacer lo mismo como sociedad? ¿Soportaremos nuestras contradicciones y desencuentros y buscaremos lo único que debe importarnos, cuidar de nuestra casa, cuidarnos como hermanos?



[1] Foucault, Michel. La vida de los hombres infames. Ensayos sobre la desviación y la dominación. Número 18 de Genealogía del poder. Editorial La Piqueta, 1990, p. 13.

LA AUTORA. Isabel Bohorquez es doctora en Ciencias de la Educación.

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