Tapar el Sol con la mano: crónicas inaceptables
Isabel Bohorquez señala en esta nota que "la muerte de la niñita Kim en la ciudad de La Plata nos asesinó un poco a todos" y da cuenta desde su ciudad, Rio Cuarto, de que "se ha rosarizado".
"(...) Cuando yo muera morirá un pasado;
Con esta flor un porvenir ha muerto (...)"[1]
Borges, 1995
La muerte de la niñita Kim en la ciudad de La Plata nos asesinó un poco a todos.
Kim tenía apenas 7 años, volvía con su mamá del gimnasio y en un semáforo, un par de precoces asesinos (de 17 y 14 años) por robar el auto se llevaron también a Kim desoyendo los gritos de ambas, la quisieron arrojar por la ventanilla y la arrastraron por el pavimento casi quince cuadras provocándole una muerte horrible, mientras su mamá clamaba y corría impotente detrás del auto pidiendo por su hija.
Trágica circunstancia de un país inadmisible.
Kim y su mamá deberían haber llegado a su casa sanas y salvas. Su muerte es la muerte de todos, de una sociedad que debe sucumbir para renacer a otra cosa diferente.
Ella nos disparó en el centro de la anestesia, el miedo y la inercia de vivir en un país donde llevar un celular o conducir un auto pueden ser motivo suficiente para pagarlo con la propia vida.
Liquidó la perplejidad de no hacernos cargo de que nuestras esquinas, barrios, ciudades donde crecimos, se han vuelto rehenes de los delincuentes que nos arrasan con ferocidad como presas indefensas.
Rejas, alarmas, cámaras, miradas alerta, celular escondido, sin nada en las manos, vigilando el paso, son elementos y rutinas de cada día para ir a trabajar o hasta el almacén de la vuelta.
Todo lo que hacemos cotidianamente tiene un sesgo de previsión y cautela porque la posibilidad de que te despojen algo está incorporado de manera omnipresente.
Pero la imagen de Kim arrastrada varias cuadras sin piedad, es la epitome de cualquier escena de robo a mano armada con víctimas fatales.
Y concibo que debe conducirnos a un cambio de destino.
Vivo en Río Cuarto, Córdoba, una ciudad que -en esta misma casa que ha sido el hogar de mis abuelos-, siendo yo jovencita, se dejaba la puerta sin llave hasta la noche y no se conocía el peligro de que alguien intentara entrar a robarte. ¡Dormíamos en el patio las noches de verano insoportables de calor! Ahora tengo rejas por todos lados y conecto la alarma antes de acostarme.
El otro día amanecí sin luces en la fachada, me las robaron. Comprá unas con jaulita me dijeron.
Si tenés un picaporte de bronce o una canilla de bronce en la parte delantera de la casa, chau, te la roban. Hay que poner de plástico o de hierro se aconseja...
Rio Cuarto se ha rosarizado se escucha...triste término para calificar de invivible una ciudad por la acción del delito.
Hoy se hizo una marcha, no es la primera y seguirán sucediéndose, por la inseguridad que nos está acechando en todos los barrios, en los comercios, a los laburantes de a pie, a quienes toman un colectivo o andan por las calles como cadetes, no hay respiro. El registro de nueve asaltos a mano armada en un solo día y el conflicto ético de comunicarlo o no, les costó el espacio televisivo a los periodistas del único noticiero local.
¿Acaso tendrán la intención de silenciar un noticiero para que de esa forma la gente no sepa lo que está pasando? ¿Podrá ser tamaña necedad del planeta político que parece habitar sólo la galaxia de sus propios intereses?
Creo que sí, que puede ser.
Lo mismo que Kicillof tratando burdamente de justificarse y atribuyéndole a la campaña sucia el uso malicioso de un crimen tan espantoso...
Lo mismo que el silencio atronador del gobernador Llaryora y todos sus funcionarios cuando mataron al joven del Rapipago en el barrio Castelli por ejemplo...su papá es amigo mío, es docente, maestro jubilado de nivel primario. No vi ni una sola autoridad responsable de la seguridad en el velorio. Ni por las marchas de ahora, ni por el cadete baleado del otro día...
¿Y los niños que desaparecen? A lo largo y ancho del país tenemos un registro espantoso de niños que fueron tragados por una mano tenebrosa sin regresar jamás.
Nos gobiernan personas que no tienen integridad para hacerle frente a las desdichas de la gente, no pueden ni quieren asumir compromisos reales con los problemas concretos.
Lo mismo puede decirse del intendente de La Plata o del intendente de mi ciudad, Río Cuarto. Ambos bien escondidos y en silencio.
La gente está malherida en el alma.
No es un problema de sectores políticos y ya deberían darse cuenta que les queda grande el saco.
Tapan el sol con la mano.
Sin embargo, más allá de la inutilidad o el cinismo, o ambos, de los políticos que nos gobiernan, pienso en lo que provoca esta ola de furia delictiva que parece escalar más y más.
¿Qué reflexión es posible?
En principio, dimensionar que el desprecio por la vida es algo evidente.
Y con ello, retomo las palabras de Hannah Arendt de mi artículo anterior[2], y me refiero a la banalidad del mal como un eje posible para entender que los delincuentes hoy salen a matar o morir vacíos de humanidad. No hay cabida para la empatía, ni la piedad. La vida de cualquiera, incluso una niña pequeña, es superflua.
Esa retracción de la condición humana no puede escudarse tras argumentos ideológicos que pretenden justificar la delincuencia en el marco de la pobreza, las carencias y las experiencias traumáticas.
Los delitos graves, cometer un asesinato, la impiedad de la violencia extrema consciente y deliberada tienen que encontrar un límite real en nuestra sociedad. Ni justificación ni exterminio. Y el límite es la penalización; de momento que se tiene conciencia del daño y que se decide a empuñar un arma o causar la muerte, aunque sean personas menores de edad quienes cometen esos crímenes, les cabe la responsabilidad del hecho. La pena debe estar presente si queremos un futuro incluso para quien la comete.
Hay una decisión personal, malvada y deshumanizada de cometer un delito, ¿incluso como un juego macabro? Si. Hay personas que toman esa decisión. Y son personas, no condicionantes sociales prevalentes, sin frontera de edad, sin escrúpulos, sin moral, que eligen ese camino. Sería necesario dejar de santificarlos. ¿Pueden cambiar? Quizá. Pero probablemente, la única oportunidad que se tenga para ello es definir lo que está bien y lo que está mal para convivir en sociedad y empezar en serio a limitar las malas acciones incentivando las buenas.
También debemos, con urgencia, dejar de ser hipócritas y abarcar los contornos de las condiciones que fomentan el delito.
Los delincuentes deambulan por las calles porque hay un negocio tras las sombras que espera el producto o se sirve de esas actividades para desarrollarse. Dejamos crecer el negocio del crimen en nuestras narices y año tras año hemos visto enriquecerse a ciertos grupos, incluso políticos, haciendo negocios sucios.
Debemos acabar con las redes delictivas mafiosas de venta de autos, las cuevas de reducidores de lo que sea, donde compran los celulares, los cables, las canillas de bronce, etc., etc. y están a la vista de cualquiera.
¿Cuántos socios tendrán que nadie se ocupa de ellos, mientras cada día más delincuentes acuden con su botín?
No hay que olvidar el narcotráfico y la trata de personas.
En cada ciudad, barrio, hay un kiosco que vende droga o hay una compraventa fachada que funciona como reducidora y está a la vista de los vecinos...hay hechos evidentes que solamente requieren la decisión de combatirlos.
Recuerdo que hace aproximadamente veinte años me sumé a un propósito en sus orígenes llamado Proyecto Ángel. El objetivo fundamental era y es acompañar y prevenir los casos de prostitución infantil. Trabajamos casi sin ayuda y con el esfuerzo propio y ya entonces, su fundadora conocía los laberintos de la entrega de niños para su explotación sexual en los rincones de Río Cuarto. Tema que no era desconocido por las autoridades. Nunca recibió la ayuda y el respaldo suficiente y tampoco se pudo trabajar con la Senaf, organización crónicamente inútil.
Nunca se habla de los adultos que reclutan a menores de edad para cometer delitos. A esos adultos les debería corresponder penas dobles por sumar a su accionar delictivo, la corrupción de menores.
Los negocios más oscuros existen porque les damos cabida, los toleramos, los admitimos y hacemos silencio.
¿Podremos romper con ese circuito negro y amanecer a un país donde podamos convivir sin ser súbditos de las mafias?
Pienso en Kim, en su mamá, en su papá...pienso en el pequeño Lian de tres años, desaparecido sin dejar rastro, pienso en todas las víctimas del delito organizado en Argentina, pienso en el hijo de mi amigo maestro... y me digo: se lo debemos.
Les debemos, nos debemos, elegir otro camino.
Cierro con el poeta Robert Frost que lo expresa genialmente:
"Seguramente esto lo diré entre suspiros
en algún momento dentro de años y años
dos caminos se abrían en un bosque, elegí...
elegí el menos transitado de ambos,
Y eso supuso toda la diferencia".[3]
[1] Jorge Luis Borges, En memoria de Angélica poema en La rosa profunda, Penguin Random House Grupo Editorial, Buenos Aires, 1995, p. 56.
[2] https://www.memo.com.ar/opinion/duelo-dolor-terrorismo/
[3] Robert Frost, Un valle en las montañas, Poesía Completa, 1916