Casamiento de Bonarda y Pedro
La escritora Marcela Muñoz Pan avanza con su novela de Mendoza Este, sus empresas y protagonistas, y ofrece aquí el Capítulo X.
Amaneciendo en la casa de los abuelos Los Franciscos en el Valle de Medrano, Bonarda se dispuso a tomar el desayuno para organizar los últimos detalles de su boda, entre ellos, esperar ansiosa a su hermana que venía desde Lavalle con sus padres adoptivos. Todo el tiempo todas las cartas que iban y venían desde la casa de Bárbara y la casa de Bonarda fueron intensificando esa nueva y vieja hermandad, amistad y el amor que había llegado para tomar la decisión de casarse Bonarda, empezando una nueva etapa en su vida, etapa de descubrimientos, aventuras de juventud y su nueva vida junto a Don Pedro, ese muchachito que la conquistó por sus conservas de tomate, membrillos con nueces y zapallos en almíbar mientras la poesía su susurraba con esa voz tenue y fresca que tenía en los oídos de su amada.
Don Pedro era hijo de una familia de vitimigrantes que habían llegado de España y con mucho trabajo, esfuerzo y dedicación fueron construyendo sus abuelos y sus padres una de las mayores fábricas de conservas en el Valle de Medran. Cuando Bonarda se iba a pasar los fines de semana a la casa de sus abuelos en la finca Los Franciscos, sus padres pasaban antes por la fábrica de conservas para comprar lo que iban a necesitar para su estadía; así y ahí es donde se conocieron los jóvenes y entre dulces y olores contagiosos se enamoraron a primera, segunda y tercera vista.
Pedro y Bonarda deciden casarse en la semana de pascuas de resurrección y la fiesta sería en la finca Los Franciscos. Uno de los detalles de esta boda es que ambos usarían los trajes de casamientos de los bisabuelos de Bonarda que se encontraban en perfecto estado en el museo que tenía la casona de la finca, un museo abierto al público, al turismo, a los visitantes. Las fotos de la boda las tomaría Don Oscar López y los vinos en esta ocasión serían los que producían en la finca "Midi". Midi era el alma de la finca, además de ser varietal Malbec con un cuerpo preciso, rojo violáceo profundo, de carácter frutado y complejo, con recuerdos de frutos del bosque, textura sedosa y elegante. Los invitados se llevarían de suvenires una botella de 250 ml y una etiqueta artesanal pintada por otra de sus nietas, Nidia. Toda una novedad en un casamiento de época, regalar estos presentes.
La casa estaba brillante, las mesas muy elegantes preparadas por supuesto por Silvia Bodiglio, las flores típicas del lugar decorando todos los lugares, las copas, la vajilla, los cubiertos de plata, los manteles bordados por las abuelas y bisabuelas, todo se usó, todo lo mejor y lo más elegante para semejante ocasión. Silvia había hecho toda esta selección para ornamentar, incluso la organización de los huéspedes en la misma finca que tenía lugar para 17 personas, juntando familias por un lado, jóvenes por otro y los invitados que venían de muy muy lejos especialmente.
El casamiento se realizaba el sábado de gloria, previa a las pascuas, pero como los invitados liban llegando desde el miércoles anterior, porque se acostumbraba a compartir algunos días previos y posteriores a las bodas. Así es que también Silvia propuso que conocieran el vía crucis del Valle de Medrano, del cual le dejo algunas fotos de Oscar López. Todos quedaron obnubilados por los atardeceres que acompañaron esa visita guiada y los colores otoñales de la finca entre tantos árboles musicales y románticos, ideales para celebrar el amor.
Un amor bendecido, una unión que de alguna manera era una recompensa a la vida de las hermanas, donde los momentos importantes se producían sucesivamente. Bonarda y Pedro no sólo estaban sellando un amor con su matrimonio, también abrían ventanas y ventanas para que la luz ilumine aún más esas vidas que volvían a tejer con un hilo infinito, ese que jamás se puede cortar.