¿Somos confiados o desconfiados?
El profesor José Jorge Chade indaga en torno a la confiabilidad.
Muchas veces nos preguntamos: ¿podremos confiar? ¿O no? Y muy a menudo esto está en el centro de los conflictos entre las personas y frecuentemente daña las relaciones.
Por «confianza» podemos entender un sentimiento basado en una profunda experiencia interior de que hay «algo» que nos apoya y nos cuida, dándonos la sensación de que podemos afrontar las experiencias de la vida sin miedo a sentirnos abrumados por ellas.
La «confianza» es un elemento clave para iniciar una buena comunicación e interacción y a menudo explica el éxito en las relaciones al permitirnos distinguir entre personas en las que confiar o en las que no.
La confianza en los demás es un sistema que ha evolucionado en el ser humano porque es necesario para sobrevivir; uno aprende a «confiar» en los demás en etapas muy tempranas de la vida, desde que se nace, se necesita contar con «alguien» para sobrevivir.
Las experiencias que uno tiene, durante la vida y especialmente en la infancia, determinan hasta cierto punto la expectativa de encontrar o no una base personal segura más adelante y la medida en que seremos capaces de establecer y mantener, cuando se nos dé la oportunidad, una relación mutuamente gratificante.
Generalmente confiamos en las personas que nos «reconocen», que manifiestan interés por nosotros y que comprenden nuestro estado de ánimo: la experiencia de ser comprendido genera una sensación de confianza y seguridad.
Así pues, la naturaleza de las expectativas que tenemos de los demás desempeña un papel importante a la hora de determinar a qué tipo de personas nos acercamos en relación con cómo nos responderán.
Básicamente confiamos en quienes cumplen nuestras expectativas.
Por eso, la primera manifestación de nuestro sentido de la confianza adopta la forma de la capacidad de un individuo para reconocer a las figuras adecuadas, dispuestas y capaces que pueden proporcionarnos una base segura y, en segundo lugar, en la capacidad para colaborar con dichas figuras en una relación mutuamente gratificante; en otras palabras, un buen sentido de la confianza viene dado por la capacidad de contar con los demás cuando la ocasión lo requiere y de saber en quién es correcto confiar y cambiar de papel si la situación cambia.
Tener confianza significa «confiar», significa pensar que tenemos las herramientas para hacer frente a la situación y confiar en otras personas, seleccionadas por nosotros, que pueden apoyarnos y darnos fuerza en momentos de dificultad. Por lo tanto, para poder confiar es necesario tener confianza en las propias capacidades y recursos.
Cuando nos sentimos «confiados» podemos tener expectativas positivas de los demás, de modo que podemos relacionarnos con ellos de forma auténtica y sin defensas y tenemos más posibilidades de que los demás tengan en cuenta nuestras necesidades.
Por otro lado, a menudo ocurre que sentimos que nos han traicionado o que no se puede confiar en alguien: la desconfianza que se desencadena en las relaciones suele provocar recelos y comportamientos de cierre, que a veces conducen a la ruptura de las relaciones.
Cuando ocurre que alguien nos rechaza, nos hace daño o de alguna manera no cumple nuestras expectativas, podemos sentir «desconfianza» hacia esa persona.
Es posible que la desconfianza que se desencadena en la relación actual reabra heridas causadas a lo largo de nuestra vida por experiencias negativas, puede reavivar recuerdos en los que fuimos traicionados o agraviados.
Cuando esto ocurre nos inclinamos a desconfiar y el no confiar nos lleva a defendernos para evitar que nos hagan daño.
Esto hace que nos resulte más difícil crear y mantener relaciones con otras personas y tendemos a poner en práctica pautas de comportamiento coherentes con nuestras expectativas y emociones. Sin confianza podemos volvernos desconfiados, ansiosos, temerosos de ser traicionados. Por lo tanto, la confianza puede verse comprometida si no identificamos en el entorno a figuras dignas de confianza con un comportamiento coherente, creyendo que sus intenciones son distintas de las declaradas.
La oscilación entre el sentimiento de confianza y desconfianza suele ser frecuente: es posible confiar mientras la otra persona esté de acuerdo con nuestras expectativas y cuestionar la confianza en ella cuando, por el contrario, hace algo en contra de dicha satisfacción; entonces empezamos a acumular resentimiento y una desconfianza cada vez más profunda y generalizada.
Experimentar «confianza» también nos permite aumentar nuestra autoestima y sentirnos menos vulnerables, generando momentos personales positivos, pero aceptar el dolor que generan las experiencias de desconfianza también puede ser beneficioso. Las situaciones que desafían nuestras expectativas o esperanzas pueden ser ocasiones útiles para empezar a tomar conciencia de la realidad.
Guiarnos por nuestras fantasías nos lleva a influir en la forma en que evaluamos una situación o a una persona, generando reacciones emocionales negativas que pueden poner en entredicho nuestras relaciones con los demás. Si somos capaces de reconocer cuándo ocurre esto, cuándo las fantasías toman el control, quizá sea posible tomar conciencia de lo que realmente está ocurriendo.
Puede ser doloroso ver las cosas tal y como son y probablemente una parte de nosotros seguirá sintiéndose herida en determinadas ocasiones y no dejará de desear que las cosas sean diferentes, pero si somos conscientes de dónde proviene ese sufrimiento podemos intentar no reaccionar ante él, tomando nota de la realidad y de lo que ésta realmente nos muestra aumentando la confianza en nosotros mismos.
Confianza e ingenuidad
Confiar tampoco significa actuar con ingenuidad. Vivimos en un mundo en el que hay mucha gente en la que no se puede confiar (bien lo sabemos y no lo enumeraremos aquí), y desde luego no tienes por qué confiar en ese tipo de personas. Más bien, hablemos de confiar en los que queremos, en los que nos importan y en las personas que son importantes de alguna manera en nuestra vida y por las que tiene sentido «arriesgarse» a dar confianza.
Hasta que no demos toda nuestra confianza a quienes nos importan, nuestra relación con esas personas nunca podrá ser la mejor posible. Por supuesto, si confiamos, puede que nos decepcionen, pero si no confiamos en nadie, ¿cómo terminaríamos? Solos, seguramente. Puede que ya nos haya pasado estar rodeado de mucha gente, pero sentirnos completamente solos.
Siempre que sientas que vale la pena, es importante dar confianza. La confianza que podemos tener es como el universo, infinita. Así que, si sentimos que no la podemos dar, no es porque no la tengamos. Tal vez tengamos miedo, pero el mayor miedo sería no invertir el recurso ilimitado que tenemos.
Analicemos esto racionalmente. Hemos dicho que la confianza que tenemos es infinita. ¡No es que si das confianza a alguien entonces tienes menos para dar a otra persona! Así que tienes más confianza de la que puedes dar en toda tu vida. Por supuesto, si das confianza y te joden, entonces será más difícil dar confianza a la siguiente persona con la que sientas que vale la pena. Será más fácil tener miedo de experimentar el dolor que ya has probado, pero la alternativa es ¿cuál? ¿No confiar en nadie? ¿Encerrarte en ti mismo? ¿Quedarte solo?
Confiar es necesario, aunque no sea suficiente, para crear las relaciones que deseas con las personas que son importantes para ti.
Así que gracias a la confianza (recurso infinito) se pueden crear relaciones importantes (recurso finito): empresarialmente sería un sinsentido no utilizar toda la confianza posible, ya que es infinita. Sería como tener todo el dinero del mundo, pero no utilizarlo para comprar comida y pasar hambre innecesariamente.
Así que ¡confía! Da más confianza de la que creas que puedes dar. Evidentemente, a aquellos que consideres que merecen la pena, lógicamente.
Fuente consultada
Ensayo de Débora Pratesi. Grosseto. Firenze 2015