Constelación del Tupper

Un nuevo texto "Requete lindo" de Marcela Muñoz Pan.

Marcela Muñoz Pan

El Campo Mórfico de Cuyo

Entre el trauma transgeneracional y un Bonarda descorchado la constelación de las hermanas de la vida (las amigas, claro está) y el Tupper de San Martín que coleccionaba la Zulema, comienza el encuentro, no en cualquier casa, sino en la galería bajo la parra, con la cordillera imponente como único testigo. Este campo mórfico mendocino tiene como centro de energía: la bandeja del mate y el infaltable Tupper de plástico que una de las "hermanas de la vida" trajo cargado de pastafrola. 

La primera regla autoimpuesta por este quinteto de sesentonas es que la sanación es posible, sí, pero antes se hace una cata o se toman unos matecitos amargos con limón. 

Las cinco participantes, con el peso de la viña y cinco décadas de lealtades ocultas a cuestas, inician el rito. Una de ellas, la más psíquica, propone constelar la herida fundacional de la provincia: otra de las amigas que cruzó a Chile a comprar más barato y se quedó varada con el auto en caracoles sin señal y nunca más supimos de ella. Rápidamente, otra se autoasigna el rol de la abundancia y el territorio fértil, moviéndose estratégicamente hacia el Tupper para establecer el "límite saludable" entre la pena y el antojo. 

Una tercera, la dramática sistémica, decide representar a la bisabuela Remedios y el duelo no resuelto por la pérdida de la receta del mejor budín de sémola, debatiendo internamente si su congoja es el dolor ancestral o el reflujo de las harinas. La cuarta, más anclada a la realidad financiera (el arquetipo de la sobreviviente de las crisis), opta por ser la cuenta de la bodega familiar, que, al igual que los secretos a voces del vino, está en números rojos. 

Y la quinta, la más espiritual y pachamámica, se sienta cerca de la mesa, canalizando al espíritu de los sahumerios que arden, y entre un mar de carcajadas, tosiendo dice: "Chicas, es hora de soltar la tonelada de rencor y de usar esos ahorros para viajar sin culpa". 

La constelación avanza con movimientos lentos y profundos, como el trabajo de la uva en el lagar. Una de las representantes se mueve, con una necesidad inexplicable, hacia la tetera. La consteladora interna lo interpreta como una fuga de energía y una lealtad al olvido por la vía líquida. Sin embargo, la movilizadora solo quería cambiar la yerba para un nuevo mate. El sistema familiar, al parecer, solo necesitaba unos buenos mates y dejar de hacerse problema. 

El cierre de la sesión concluye con la gran revelación, mirando el sol caer detrás del Aconcagua: la verdadera "orden del amor" y la sanación no consiste solo en honrar a los ancestros que se fueron, sino también en saber dónde está el termo y brindar por las amigas, el único sistema que funciona bien, sin juicios y con el Tupper siempre lleno sin que la Zule nos reclame las tapas. El trauma ha sido reemplazado por las carcajadas, un rico mate, un agua saborizada con cúrcuma, canela, hibiscus y el cigarrillo que hay que empezar a abandonar.