Las contradicciones del poder
"No todo empieza y termina en una campaña electoral, claro que es difícil para muchos comprenderlo", sostiene en esta columna para Memo la docente, periodista y escritora Norma Abdo.
La Constitución de la Nación Argentina, expresamente en su artículo 99, dice que el Poder Ejecutivo "no podrá en ningún caso, bajo pena de nulidad absoluta e insanable, emitir disposiciones de carácter legislativo. Solamente cuando circunstancias excepcionales hicieran imposible seguir los trámites ordinarios previstos en esta Constitución, para la sanción de leyes y no se trate de normas que regulen materia penal, tributaria, electoral o el régimen de partidos políticos, podrá dictar decretos de necesidad y urgencia, los que serán decididos en acuerdo general de ministros que deberán refrendarlos juntamente con el jefe de gabinete de ministros".
Sin embargo, el actual gobierno nacional parece estar convencido que puede gobernar entre vetos (lo contrario a la promulgación de leyes emanadas del Congreso) y amenazas a los distintos actores de la política (y también de los otros tantos sectores de la sociedad). Tanto es así que, en su reciente discurso por cadena nacional, sostuvo que los legisladores aprueben leyes que importen gasto, deberán definir "de dónde sale y a quién le sacan" el dinero que deben salir de las arcas nacionales. Pero además sostuvo que el proyecto que entrará en vigencia en forma inminente, incluirá "sanciones penales a legisladores" y también a funcionarios que" no respeten la regla". Pregunta: ¿puede el presidente sancionar penalmente a miembros de otro poder del estado?
También señala la Carta Magna que cuando el presidente veta un proyecto emanado del Congreso, hay pasos legislativos para que vuelva a la Cámara de origen y si tanto en Diputados como en Senadores, lo confirman con las dos terceras partes de los votos, se convierte en ley. Pero desde La Rosada sostienen que vetarán y judicializarán todo aquello que no se ajuste al equilibrio fiscal que sostiene el gobierno.
Pero lo cierto es que el presidente Javier Milei está dispuesto a gobernar de espaldas al Congreso, denostando a quienes lo componen (más allá de no saber cómo algunos legisladores de distintas fuerzas han llegado a sentarse en una banca. Pero esto es harina de otro costal) sobre todo sin respetar las funciones de los tres poderes del Estado. Claro está que como dijo de sus exégetas Agustín Laje, Milei odia a la política y a los políticos (por eso deja a su hermana Karina en esos menesteres y parece que esta división de trabajo les ha resultado bien; no olvidemos los clanes Menem, Kirchner, Menem). Una verdadera contradicción presidencial ya que fue elegido por el voto, en un sistema representativo, republicano y federal. Es tan contradictorio que si los odia tanto por qué le preocupa tanto sumar bancas. ¿Será para que igual que en otros tiempos, el Congreso se convierta en una escribanía?
¿Será que el poder en algunos puede producir una desconexión respecto de las necesidades de los demás? ¿Será que el poder hace actuar de manera agresiva sin pensar que eso tiene consecuencias? ¿Será que el poder puede llevar a la necedad? Cuántas preguntas buscando respuestas!
El peligro surge cuando el liderazgo se confunde con autoritarismo, el poder con la omnipotencia y la omnipresencia, o con la vanidad y la soberbia que a veces llega a obnubilar. Y eso puede ser muy peligroso en los gobernantes (y los que detentan un cargo, cualquiera sea) que creen, más allá de los liderazgos (y en la Argentina sobran los ejemplos) que se eternizarán en el poder.
Y si no, pruebas al canto. Estamos transitando el camino electoral 2025 en el que se han desdibujados los partidos para que reinen las alianzas basadas en la dedocracia de las candidaturas tanto a nivel nacional como en las provincias y municipios. Se reiteran los personajes. Ponen y sacan nombres, cortan la energía, saltan de un punto a otro con una facilidad que asombra, y ese enjuague de nombres (no de principios o propuestas) y que tal como camaleones cambian de color según la ocasión, llámese transversalidad (¿o neutralización?), tránsito libertario (¿o absolutismo y autocracia?), cambio de color según la ocasión (amarillos convertidos en violetas o blanquirrojos que van perdiendo poco a poco su identidad centenaria), siempre buscan una cuota de poder lejos de las necesidades reales de una sociedad ávida de más republicanismo y de que alguna vez dejen de mirarse el ombligo y amplíen su mirada a una sociedad que está padeciendo una vida real de aumentos permanentes en los servicios, de falta de empleo (aunque traten de convencernos de lo contrario), de retracción del salario y del poder adquisitivo.
No todo empieza y termina en una campaña electoral, claro que es difícil para muchos comprenderlo. Aunque la dirigencia no lo crea, los argentinos solemos no perder la memoria histórica, aunque a veces no se note.