Un rumbo correcto
Nación y Mendoza marchan por caminos similares en sus políticas económicas, es lógico se confluyera en un acuerdo político. Escribe el economista Sebastián Laza.
En tiempos de confusión política e incertidumbre económica, pocas cosas son más valiosas que la claridad estratégica. La Argentina, bajo la presidencia de Javier Milei, ha comenzado a transitar un sendero largamente postergado: uno que apuesta por la competitividad, la productividad, la baja de impuestos, la desregulación y la reducción del costo laboral, entre los principales pilares.
No es un camino fácil, y ciertamente se han cometido errores tácticos -como el esquema de crawling peg al 1% mensual o los intentos fallidos de acumular reservas en pisos de la banda cambiaria, entre otros-, pero lo importante es que se van corrigiendo. La dirección general se mantiene. Y eso es lo que importa.
La estrategia es concreta y marcada: desintoxicar a la economía de su dependencia crónica de la inflación y del asistencialismo financiado con emisión monetaria. En ese marco, la inflación ha funcionado como una droga: permitió a muchos empresarios cubrir ineficiencias productivas simplemente remarcando precios, y a muchos ciudadanos les dio la ilusión de percibir ingresos mayores a los que realmente generan en términos de productividad. Esa época terminó. No se puede ser competitivo emitiendo o devaluando. El nuevo paradigma exige reducir costos estructurales -laborales, impositivos, logísticos, financieros, tecnológicos- sin resignar salarios reales, sino eliminando sobrecostos que hoy financian burocracias, litigiosidad, sindicatos prebendarios, etc.
La hoja de ruta del Gobierno Nacional encuentra un eco importante en Mendoza. En nuestra provincia, desde hace tres gestiones consecutivas, se viene consolidando una serie de reformas que apuntan en la misma dirección: equilibrio fiscal, un Estado más austero, pero más eficiente, reducción de tributos distorsivos, mejora en los servicios públicos esenciales, incremento de la inversión en infraestructura estratégica y una clara apuesta por diversificar la matriz económica con la minería del cobre, siempre respetando la legislación ambiental vigente. Acá también se recibió la herencia económica del kirchnerismo (Paco Perez), y se tuvieron que hacer reformas de fondo.
Pero estos cambios no necesariamente tienen que nacer de una ideología partidaria, sino más bien de una necesidad práctica. No importa que los radicales nunca fueron liberales, y viceversa, esas son discusiones de historia y doctrina. Lo que verdaderamente vale es que, tanto el Gobierno nacional como el provincial, han comprendido que el futuro requiere un modelo económico enfocado en la productividad real y no en el espejismo del cortoplacismo inflacionario o del asistencialismo improductivo. La batalla es cultural, es contra el populismo.
Por eso, más allá de los colores políticos, era lógico que se alcanzara un acuerdo entre la Nación y Mendoza. No tiene sentido disputar un mismo electorado cuando se comparten objetivos de política económica. El error de fragmentar espacios por cuestiones de pertenencias y egos -como ocurrió en CABA- no debe repetirse. Es hacerle el juego al populismo.
Tampoco se trata de construir una "tabula rasa" ideológica, sino de entender que incluso las posiciones de centro pueden abrazar la libertad económica, la productividad y la competitividad sin renunciar a un Estado presente. Lo importante es que ese Estado sea inteligente, que actúe como facilitador, como ya lo planteaba el gran Michael Porter en su célebre teoría de la ventaja competitiva: los países exitosos no prescinden del Estado, pero sí lo reinventan, y eso viene haciendo Mendoza hace 10 años, y la Nación desde hace un año y medio.
Argentina necesita un cambio de rumbo, y ese cambio ya comenzó. No será lineal, ni exento de obstáculos, ni tampoco de errores tácticos, que se irán corrigiendo. Pero, por primera vez en mucho tiempo, el rumbo es el correcto, y la oferta electoral que se ha diseñado desde Mendoza lo acompaña e interpreta claramente.