La campaña cínica para culpar a Biden del desastre en Afganistán

Ted Galen Carpenter considera que la creciente crítica en ambos partidos en contra del retiro de tropas de Afganistán por parte de la administración de Biden es señal de que el establishment estadounidense de política exterior se siente amenazado.

El fin caótico a la misión estadounidense en Afganistán ha producido una abundancia de reclamos. Algunos de ellos son merecidos, aún cuando el motivo dominante en casi todos los casos es poco más que un crudo desplazamiento de la culpa. Joe Biden y su equipo de política exterior ciertamente pueden ser culpados por manejar terriblemente mal la última etapa del retiro de las fuerzas armadas de EE.UU. Los comentarios del 8 de julio del presidente cuestionando de manera enfática las predicciones de que el Talibán rápidamente tomaría el control de Afganistán no fortalecieron su reputación de realizar predicciones precisas. Difícilmente es una buena imagen ver a helicópteros estadounidenses conduciendo vuelos de evacuación con diplomáticos desde la embajada americana en Kabul -una imagen que recuerda demasiado al Saigón de 1975.

Pero la campaña intensificada para asignar culpa va mucho más allá de quejas acerca del manejo de la retirada. Los partidarios del Partido Republicano y los siempre oportunistas neo-conservadores están intentando responsabilizar a Biden por todo el fiasco de la misión fracasada en Afganistán. Como un corolario, EE.UU. ellos esgrimen el argumento insidioso y absurdo de que si EE.UU. se hubiese quedado unos cuantos años más (o décadas), la intervención de Washington en Afganistán eventualmente hubiera tenido éxito.

En realidad, la cruzada ineficaz y corrupta de construir una nación estaba condenada desde un inicio. Basándose en la amarga experiencia de la Unión Soviética intentando mantener un régimen comunista cliente durante la década de 1970 y 1980, Mikhail Gorbachev enfatizó este punto recientemente. Aún así en su arrogancia, los funcionarios estadounidenses no lograron aprender del episodio sangriento y frustrante de Moscú en ese país. Las administraciones de Donald Trump, Barack Obama y (especialmente) George W. Bush merecen mucha más culpa que la administración Biden por el fiasco en Afganistán.

La debacle afgana

El ex-presidente Bush tuvo la temeridad de denunciar la idea de un retiro de tropas estadounidenses de Afganistán a pesar de que han pasado casi dos décadas, se han gastado alrededor de $2 billones ("trillones" en inglés), y se han perdido más de 2.400 vidas estadounidenses.

Fareed Zakaria señaló una razón particularmente importante detrás del fracaso de la misión estadounidense. La legitimidad del gobierno respaldado por EE.UU. "estaba socavada porque sobrevivía solamente gracias al respaldo de una potencia extranjera. La identidad afgana está estrechamente atada a la resistencia en contra de la invasión extranjera, particularmente en contra de la invasión de infieles (la historia afgana glorifica la lucha de siglos en contra de los británicos y la yihad en contra de una Unión Soviética sin dios). Es fácil usar estos sentimientos para movilizar el nacionalismo y la devoción religiosa, los cuales alimentan de manera poderosa la voluntad de luchar y morir". El Talibán usó esta fórmula a la perfección. Aún así tres administraciones sucesivas antes de Biden entraron a la Casa Blanca y falsamente presentaron al gobierno afgano como democrático y eficaz. Dada la campaña sostenida de desinformación, es comprensible por qué el colapso abrupto del régimen sorprendió a los estadounidenses.

No obstante, los críticos denuncian a Biden por "abandonar" o "traicionar" a los aliados de EE.UU. en Afganistán. El ejemplo más frecuente es la probable represalia del Talibán en contra de los traductores y otros afganos que trabajaron con EE.UU. durante la ocupación de dos décadas. En muchos casos, sin embargo, la implicación es que el mismo gobierno afgano era un aliado importante que la administración lanzó por la borda de manera torpe -en desmedro de la reputación de EE.UU. alrededor del mundo. Otros críticos se enfocan en el probable futuro oscuro para las mujeres en el Afganistán gobernado por el Talibán y argumentan que el retiro de tropas por parte de Biden despiadadamente las condenó a un destino terrible, violando la obligación moral de prevenir dicho resultado.

Algunos intervencionistas adictos incluso quieren un renovado involucramiento militar de EE.UU. en Afganistán, ya sea aumentando el número de soldados utilizado para evacuar a los estadounidenses atrapados en ese país o mediante la participación en una nueva "misión para mantener la paz" de la ONU. Cualquiera de estas medidas sería la esencia de un error, dado que nuevamente introduciría a EE.UU. en el centro de la turbulencia de ese país. La siempre halcón Danielle Pletka del American Enterprise Institute dice sinceramente que "inevitablemente nos encontraremos de vuelta en Afganistán". Si quienes diseñan las políticas públicas de manera torpe escuchan a Pletka y sus aliados neo-conservadores, ese resultado bien podría darse.

De hecho, lo que más parece preocupar al establishment de la seguridad nacional es que Biden podría estar derivando una lección más amplia acerca de la política exterior de la terrible experiencia en Afganistán. En su discurso del 16 de agosto a la nación, el presidente dijo: "Nuestra misión en Afganistán nunca se suponía debía ser la construcción de una nación. Nunca se suponía que era la de crear una democracia unificada y centralizada. Nuestro único interés nacional vital en Afganistán sigue siendo hoy el de siempre: prevenir un ataque terrorista en territorio estadounidense. He argumentado por muchos años que nuestra misión debería ser precisamente enfocada en el combate del terrorismo, no en la contra-insurgencia o la construcción de nación. Por eso es que me opuse al aumento de tropas cuando fue propuesta en 2009 cuando fui vicepresidente". Agregó: "No repetiré los errores que hemos cometido en el pasado. El error de quedarnos y luchar de manera indefinida en un conflicto que no está en el interés nacional de EE.UU., de inmiscuirnos todavía más en la guerra civil de un país extranjero, de intentar rehacer un país mediante despliegues militares sin fin de fuerzas armadas estadounidenses".

Dichos comentarios llegan a estar peligrosamente cerca de una abierta herejía ante el establishment estadounidense de política exterior. La creciente hostilidad en ambos paridos hacia la decisión de Biden de terminar la misión militar estadounidense en Afganistán sugiere que una serie de poderosos intereses pro-guerra creados ahora se sienten amenazados. Incluso CNN y el resto de la usualmente servil prensa de la corriente dominante se han vuelto notablemente más crítica de la administración durante los últimos días. Dada la colaboración cercana desde hace mucho de esos medios con el Pentágono y la comunidad de inteligencia, dicha reacción constituye una advertencia para el presidente de que cualquier coqueteo con una nueva política exterior que evite las cruzadas de construcción de naciones arriesga la eficacia en su cargo y su futuro político. Considerando lo que está en juego para el complejo militar-industrial, el establishment político pro-guerra, y sus aliados en la prensa, la campaña de culpar a Biden por el desastre en Afganistán probablemente se intensificará. Los opositores a las tóxicas aventuras globales de Washington no deben caer en esta estratagema.

EL AUTOR. Ted Galen Carpenter es Académico Distinguido del Cato Institute y autor o editor de varios libros sobre asuntos internacionales, incluyendo Bad Neighbor Policy: Washington's Futile War on Drugs in Latin America (Cato Institute, 2002).Este artículo fue publicado originalmente en Antiwar.com (EE.UU.)

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