Cómo se forja la cultura personal (cultura animi)

El doctor Eduardo Da Viá se enfoca en la filosofía de la cultura y el valor de la formación personal.

Eduardo Da Viá

Comencemos por definir qué se entiende por cultura:

La cultura es el conjunto de elementos y características propias de una determinada comunidad humana. Incluye aspectos como las costumbres, las tradiciones, las normas y el modo de un grupo de pensarse a sí mismo, de comunicarse y de construir una sociedad.

La palabra "cultura" es un término amplio que proviene del vocablo latino cultus, a su vez derivado de colere, es decir, "cuidar del campo y del ganado", lo que hoy en día se conoce como "cultivar". El pensador romano Cicerón (siglo I a. C.) empleó el término cultura animi ("cultivar el espíritu") para referirse metafóricamente al trabajo de hacer florecer la sabiduría humana.

El término se utiliza para referirse a las distintas manifestaciones del ser humano y, según algunas definiciones, todo lo que es creado por el humano es cultura.

Ésta es una definición genérica, pero a la que deseo referirme es a la cultura individual de cada integrante de la sociedad, que naturalmente difiere de individuo en individuo por la sencilla razón de ser todos diferentes.

En realidad lo que ocurre es que como ser social, el hombre necesita incorporar los elementos básicos de la cultura en que está inmerso y aquí aparece la palabra conducta con significado de manera de actuar, de tal forma que la conducta individual no puede apartarse mucho de la grupal por cuanto si ocurre desarticula el mecanismo normativizado implícita o explícitamente, es decir sujeto a normas (Reglas que se debe seguir o a las que se deben ajustar las conductas, tareas, actividades).

Esto en cuanto a ser social, pero además cada uno va construyendo su propia cultura en concordancia con su parecer sobre los distintos aspectos de la cultura grupal.

Pero a lo que deseo referirme especialmente es a una de las facetas de la cultura, muy importante por cierto, y es el cúmulo de conocimientos que el individuo va incorporando a lo largo de toda su vida, y estos son los valores intelectuales, aquellos que están relacionados con los procesos cognitivos y de razonamiento. Es decir, son los valores que mejoran la capacidad del ser humano de analizar, comprender y reflexionar sobre los fenómenos para entender el contexto, producir nuevas ideas o tomar mejores decisiones ante las circunstancias que se nos presentan.

De igual modo, estos valores se relacionan con la verdad y la razón y tienen el objetivo de ayudar a que la persona pueda discernir entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo bueno y lo malo. Esta es una cualidad subjetiva que puede cambiar con el tiempo a medida que se vayan adquiriendo nuevos conocimientos o aprendizajes.

Inicialmente el recién nacido comienza siendo un imitador de actitudes de los mayores a cargo, pero va exteriorizando conductas que le son propias y es el inicio de la formación de la personalidad. Comienza a aprender que si llora alguien vendrá en su ayuda física o afectiva.

Con el desarrollo del lenguaje y el aprendizaje primero de la bipedestación y luego de la deambulación, va adquiriendo una cierta libertad e independencia que habrán de incrementarse con el correr del tiempo.

Ya a los tres años es capaz, por lo general con ayuda profesional por medio de los llamados "Jardines", de establecer vínculos sociales primitivos a la vez que demuestra preferencias en sus relaciones: "solo se lleva bien con.... Y no tolera la cercanía y menos el contacto con....."

A los 6 años, en mi época comenzaba la asistencia obligatoria a la Escuela con el nivel "Pre Escolar"

Los ítems que se valoraban eran: Educación Sensorial, Expresión oral, Aptitud matemática, Destreza manual, Educación moral y social, Religión, Educación física.

Se las calificaba con la escala Alta, Mediana y Baja; en mi caso fueron todas Altas durante los 4 bimestres del año escolar.

En este particular período de la vida escolar es cuando empieza el aprendizaje de la lectura y de la escritura, y las maestras se valían de la ayuda que brindaba el famoso libro "Mamá" que recuerdo con la emoción de haber sido el primero de miles de libros que luego habrían de pasar por mis manos.

Tengo claros recuerdos de la emoción de recibirlo por parte de mis padres y comenzar a hojearlo. Recuerdo con claridad frases inolvidables tales como "Mi mamá me ama; Ema ama a mamá". Era el libro obligatorio para alumnos de 6 años, por cierto con gran tolerancia para aquellos que no podían acceder por razones económicas familiares y con los que lo compartíamos en horario de clases.

A la edad de 7 años decidí rendir en calidad de libre las materia correspondientes a 1er grado. Lo hice en la Escuela Patricias Mendocinos y las pruebas versaron sobre Lectura, Idioma, Historia, Geografía, Aritmética y Geometría, Observación y estudio de la Naturaleza, Escritura y Dibujo.

Aprobé con promedio 8,4 con lo que pasé directamente a 2º grado, reitero con 7 años de edad.

Hasta tercer grado inclusive asistí a la Escuela Francisco Narciso Laprida y luego cambié a la Esc. Daniel Videla Correas.

El segundo libro señero de mi vida fue "Voces Cordiales" utilizado en tercer grado, con mucho material de lectura que sutilmente iba brindando conocimientos varios, tales como las estaciones, nociones de conducta social respetuosa, notas históricas en especial referidas a Belgrano y la creación de los símbolos patrios: escarapela y bandera.

Siempre con el ánimo de saber más, interrogué a mi maestra de 4º grado qué libro podía ayudarme para incrementar mis conocimientos, y sin vacilar me dijo la Enciclopedia Escolar, explicándome el significado elemental de lo que era una enciclopedia, lo que una vez comprendido más me estímulo para solicitarle a mi padre me lo comprara. A los pocos días ya obraba en mi poder, y la mantengo intacta como representante de la universalidad de conocimientos que habría de adquirir con el correr de los años.

Pero no se detuvo ahí la ayuda de mis maestras en la selección de otras lecturas por ellas aconsejadas, y así con solo 12 años ya había leído La Ilíada, la Odisea, y la Eneida, todas en versión prosada aptas para mi edad, más Tom Sawyer y Huckleberry Finn.

Fueron esos cinco inolvidables libros, también en mi poder, guardados como tesoros que eran, y siguen siéndolos, los que constituyeron mi iniciación literaria.

Eran lecturas que exigían comprensión, habilidad que fuimos incorporando naturalmente, siempre bajo la tutela de mis entrañables maestras, aquellas que nunca faltaban, y si lo hacían alguna compañera tomaba el grado transitoriamente acéfalo para no desperdiciar la jornada.

Hoy la comprensión de las lecturas es motivo tardío de preocupación por parte de las autoridades educativas, por cuanto no la posee más de la mitad de alumnos de primaria.

Tampoco las maestras salían a protestar por las calles, ni a cortar el tránsito, ni quemar neumáticos. Supongo que los reclamos que seguramente hicieron alguna vez, en lo salarial especialmente, lo hacían a través de delegadas elegidas entre sí y que se reunían con las autoridades pertinentes para salvar las diferencias, pero fuera del horario de clases, claro no existía el SUTE, fundado el 4 de julio de 1971, cuando yo era ya médico en ejercicio.

Como conclusión de esta primera parte, destaco el rol primordial de los maestros, y lo digo en plural masculino utilizando la letra o, sin temor a que se me califique de retrógrado por no utilizar la e, o la arroba, propias del ridículo lenguaje "inclusivo", por cuanto en quinto grado tuve un maestro, Perez de apellido, excelente, y en perfecta comunión con el resto del elenco docente, todas mujeres; como así también fue un varón el director durante toda la primaria, Don Jorge Silva Benítez, maestro de alma.

Por cierto uno no conocía, finalizada la escuela primaria, cuánto sabía. Pues bien la medida la dio indirectamente el hecho imborrable de aprobar con holgura el examen de ingreso al Liceo Militar General Espejo, famoso por sus exigencias.

Mi escuela de barrio me había preparado para enfrentar el futuro con bases firmes.

La etapa de estudios secundarios en el mencionado instituto militar, fue sumamente estricta tanto para nosotros los cadetes como para los profesores, que jamás hicieron un solo día de paro, y que gozaban de un merecido prestigio, varios de ellos profesores universitarios también e incluso destacados músicos o autores de libros para enseñanza secundaria.

Solo estaba permitido rendir hasta 3 materia en diciembre, sólo una en marzo y ninguna previa.

Nadie, ni alumnos ni padres protestaban cuando un cadete era dado de baja por incumplir estas normas, dado que las reglas de juego eran perfectamente conocidas y aceptadas de antemano. Hoy eso hubiera supuesto ataques contra las personas y sus propiedades, más las demandas judiciales paternas por persecución del hijo que nunca estudió

Esos profesores no compartían con nosotros solo su saber, sino el propio deseo de saber. Y me comunicaron el gusto por su transmisión:  Daniel Pennac.

Al bagaje cultural promedio y obligatorio, por cuenta propia fui agregando autores como Azorín, Capdevilla, Marañón, Cané, Lugones, Cervantes, Hernández, Del Campo, Ingenieros, Russell, Hemingway, Childs, Irving, De Foe, Melville, Quiroga, Stevenson, Kipling, De Amicis, Maupassant, Shakespeare, Cooper, y muchos más.

Ya promediando el secundario y con la firme decisión de estudiar medicina, mi más clara vocación, me compré el Diccionario Etimológico de Ciencias Médicas de León Braier, al que leía como si de una novela se tratara, por cierto lo conservo y lo consulto aun hoy.

Novelas afines a la profesión como Ciudadela, Escalpelo, Cuerpos y Almas; y muchos ya de temática médica descriptiva no novelada, como Cazadores de Microbios, Moral Para Médicos, El Alma del Médico, Historia de la Medicina, Historia de la Cirugía, Vida de Lister y muchos otros que sería excesivo mencionar, pero que en conjunto me fueron dando un" corpus scientiae", vale decir un cuerpo de conocimientos que hoy me resultan imprescindibles y de extrema utilidad en mi nueva condición de novel escritor.

Confieso que actualmente, al escribir algunos de mis ensayos o notas analíticas y/o críticas de la conducta humana, resurgen saberes que daba por olvidados, y que por contrario adquieren nueva vida, diferente a la que vivieron de la pluma del original escritor y hasta me parece verlas, a las renovadas expresiones, como alegres de salir de la oscuridad de las regiones menos activas del cerebro, para volver a brillar como en sus mejores épocas.

Todo este largo proceso de forjado de la cultura, se hacía en tres etapas concatenadas: educación primaria, secundaria y terciaria, sea ésta universitaria o no.

Las tres etapas del hoy llamado con justicia proceso de enseñanza aprendizaje, gozaban de un denominador común: el AULA, para mí el santuario del saber.

En un aula, término prestado del (s. XVII) del latín aula ?patio', ?atrio (de una casa)', ?corte', y este del griego aulé s. XVII. Las lenguas modernas lo han tomado con significados especializados como ?sala donde se imparten cursos, y donde caben todos los conocimientos que ha acumulado la humanidad, aun cuando al entrar solo veamos sillas, pupitres, pizarrón, tiza, puntero y una persona: el Docente.

Es precisamente el maestro el encargado de ir exprimiendo la nube preñada de saber y así gota a gota hacerlo tangible, comprensible y asimilable.

He transcurrido 60 años de mi vida pisando suelos de aulas, primero como alumno, luego como docente y finalmente como conferencista aun después del malhadado "retiro".

He dicho, escrito y repetido hasta hoy incluso con mayor vehemencia, que la tecnología de pantallas no podrá remplazar jamás la magia de la presencialidad, en especial cuando damos lo primeros pasos. Aun me parece percibir el efluvio de mi maestra cuando solícita y atenta se acercaba para ayudarme a trazar el asta de la g, la efe o la doble ele, mi mano temblorosa, mi rostro encendido y esperando el consabido ? Y ahora solito eh? Y la letra rebelde se rendía ante el esfuerzo conjunto de maestra y alumno.

Desde la incorporación de las tabletas electrónicas, siendo Suecia uno de los pioneros en implementarlas, la calidad del aprendizaje ha retrocedido.

Días atrás el mundo se sorprendió con la noticia de que la Ministra de Educación del país escandinavo tomó la valiente decisión de prohibir el uso de teléfonos móviles por cuanto el nivel de comprensión lectora había descendido un 2%. .

Según los resultados de las pruebas Aprender, en nuestro pobre país, el descenso entre 2019 y 2022 sobrepasa el 10%, siempre cifras oficiales, lo que con seguridad significa que debe ser bastante mayor.

A pesar de los resultados propios e importados el genial Ministro de Educación Jaime Perczyk, que luce como cucarda el ser Profesor de Gimnasia, insiste en mantener el lema kirchnerista de, un alumno, una tableta.

Demagogia que todos pagamos, pero mucho más van a pagar los damnificados alumnos cuando con el correr del tiempo adviertan que no están en posición competitiva con el resto del mundo.

La aprobación masiva y la no repitencia fundamentadas en las dificultades de muchos alumnos para acceder al virtualismo, debió solucionarse, terminada la pandemia, con cursos recuperatorios de verano, bajo la forma presencial. Pero era más atractivo y simpático obviar los requisitos habituales para pasar de grado o peor aún de año a nivel secundario. Los perjudicados, sin advertirlo, son los alumnos que necesariamente tendrán un bache en sus conocimientos muy difícil de rellenar.

Así es como surgen tremendas diferencias de nivel cuando enfrentan exámenes de ingreso a secundarios y luego a terciarios.

La conclusión es que la decadencia gravísima en la calidad del proceso enseñanza aprendizaje, que hoy se visualiza a través de pruebas ad hoc, son males modernos, inexistentes en mi época de estudiante primario y secundario.

Sin gabinetes psico pedagógicos ni doctorados en educación; naturalmente, íbamos acrecentando nuestro acervo cultural en forma atraumática, libre de complejos y de cuadros psiquiátricos en el alumnado tales como la hiperquinesia generalmente acompañada de disprosexia, la hoy famosa TDHA, sigla que significa trastornos por déficit de atención e hiperactividad. Aquí es donde las pantallas se adjudican el mérito etiológico del trastorno.

Aquí es donde fallan los padres a los que les resulta más fácil comprarle un celular al aburrido hijo que inculcarle actividades y lecturas provechosas. Aquí es donde fallan los maestros, creo que no tanto por ignorar los riesgos de la adicción al móvil sino por temor a las airadas y a veces violentas actitudes de los padres cuando pretenden evitar el uso de los dispositivos en clase.

Y aquí más que nunca es aplicable la copla de Manrique: "Como a nuestro parecer, todo tiempo pasado fue mejor"

Y lamentablemente lo fue.

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