Daniel Oldrá: el adiós del formador silencioso que cambió la historia de Godoy Cruz
La moción de Daniel Oldrá al dejar el cuerpo técnico del Tomba repercutió fuerte. Aquí Eduardo Muñoz, sin ser partidario del club, dimensiona o que El Gato significa para Godoy Cruz.
Un adiós que deja huella
Daniel Oldrá deja su casa después de 23 años. No se va de un club: se despide de un proyecto de vida. Lo hace entre la nostalgia y el desafío, con la mirada puesta en Córdoba, pero con el corazón aún en las calles de Godoy Cruz. La suya no es una salida más del fútbol argentino. Es una pausa -ojalá breve- en una historia de entrega, formación y contención que deja un vacío difícil de llenar.
Lo que comienza para Oldrá en Instituto de Córdoba es una etapa nueva. Quizás la felicidad lo espere allí. Aunque él aún no lo sepa, Córdoba podría ser su nuevo lugar de alegría. Pero lo cierto es que deja atrás mucho más que un cargo o una función: deja su lugar en el mundo.
Fútbol y pertenencia: el club como identidad
Durante más de dos décadas, Oldrá caminó cada rincón de Godoy Cruz Antonio Tomba: desde la calle Balcarce hasta el Predio de Alto Rendimiento, desde el Gambarte hasta el Malvinas Argentinas. Fue jugador, coordinador, entrenador, mánager y sostén emocional. Ocupó todos los roles, incluso aquellos que no figuran en ningún organigrama: fue padre, psicólogo, amigo, el bueno y el malo, el que abraza y también el que da malas noticias.
Exclusivamente Godoy Cruz, "Solo Tomba"
Su figura trasciende los triunfos deportivos. No son los interinatos ni las clasificaciones a torneos internacionales lo que lo definen, sino su compromiso cotidiano. Porque el Gato fue mucho más que el "bombero" del primer equipo. Fue el que abría puertas, detectaba talentos, se subía al auto para llevar chicos a entrenar o los convencía de no abandonar.
Contención y futuro: la otra cancha que jugó el Gato
En un país donde el fútbol es pasión, industria y, muchas veces, refugio, la figura de Oldrá adquiere un valor especial. No todos los pibes llegan a Primera, y él lo sabe. Por eso luchó para que el club también fuera un espacio de contención, un escudo contra la violencia, la marginalidad y el abandono.
Desde una mirada preventiva -donde el deporte actúa como herramienta concreta contra la exclusión social-, su trabajo representa una pedagogía silenciosa, cotidiana y profundamente humana. La pelota no solo corre detrás de un gol. También puede evitar que un chico caiga en un destino marcado por la calle.
Modelo a seguir: cuando el ídolo es también formador
Oldrá es un ídolo sin estatua. Un héroe de barro, como tantos que sostienen el deporte desde adentro, lejos del show, pero cerca de las personas. Su legado es inmenso porque no está hecho de flashes ni contratos millonarios, sino de valores. Su modelo no grita ni se impone: se ofrece como camino.
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Ser un referente en el fútbol argentino -especialmente en las divisiones formativas- es un desafío colosal. Daniel Oldrá lo logró sin buscarlo, simplemente haciendo lo que considera correcto. Por eso su partida duele, pero también inspira.
Un hasta luego, con gratitud
El Gato hoy se va. Pero se queda en cada historia que ayudó a escribir. En cada chico que eligió el estudio o el deporte antes que la calle. En cada técnico que aprendió de su templanza. En cada hincha que entendió que el fútbol también puede ser una herramienta de transformación.
Esta nota no pretende ser objetiva. Es, más bien, un acto de justicia. Una muestra de reconocimiento y agradecimiento sincero a alguien que, sin buscar cámaras ni titulares, dejó una huella profunda.
Gracias, Gato, por enseñarnos que el fútbol puede ser otra cosa. Que se puede ganar sin traicionar valores. Que formar jugadores es importante, pero formar personas es imprescindible.