Los padres ante la disciplina escolar: ¿cómplices o perdidos?

El caso del colegio Santa María en Mendoza ya lo conocemos, pero Isabel Bohorquez suma otro antecedente: el de su provincia Córdoba, y los uma para un análisis del que vine siendo activa impulsora desde hace muchos domingos en Memo, antes de que ocurrieran los hechos.

Isabel Bohorquez

En Córdoba y en Mendoza dos escuelas secundarias fueron noticia en estos días por una "revuelta estudiantil" causando destrozos y una lamentable escalada de violencia que deja a la sociedad expuesta en su inutilidad para ejercer la autoridad y para liderar instituciones educativas que tienen entre sus objetivos fundamentales la formación ciudadana.

Como es de público conocimiento, los estudiantes del último curso de la escuela cordobesa intentaron ingresar alcoholizados el ya tristemente famoso UUD (último último día) y ante la negativa del director, se violentaron provocando una situación inmanejable y absurda.

En la escuela mendocina, los estudiantes del último curso pretendieron que les permitieran festejar en el colegio el UUD y ante la negativa de los directivos, estalló la "revuelta".

El olvido de la ley: ¿norma o subjetividad?

¿Qué pasó? ¿Qué nos pasa?

¿Es responsabilidad exclusiva de los directivos y docentes de las escuelas violentadas o los estudiantes son los responsables directos?

No, creo que no.

Es más, pienso en esas personas involucradas en tratar de contener a los estudiantes y me apeno por la impotencia y la invalidez a las que -como sociedad- los hemos subsumido. Y pienso en los estudiantes, a los que todos (padres, docentes, sociedad en general), les hemos admitido rituales cada vez más nocivos como pasarse una noche en vela tomando alcohol y festejando el UPD (último primer día) para llegar trasnochados, ebrios e inhabilitados para estar dentro de la escuela. Y me digo a mí misma, ¿adónde estamos parados?

Rituales que tienen una reminiscencia antropológica a los gestos tribales de paso de una etapa a otra, que en las sociedades antiguas significaban mayormente los indicios del paso a la adultez, a la iniciación sexual, al combate guerrero o como cazadores, etc.

¿Cómo fue que llegamos hasta aquí? (El olvido de la ley)

Actualmente los rituales que hemos consagrado -los adultos para los adolescentes- tienen que ver con el consumo, el festejo, la exhibición y el desborde.

En muchísimos casos, son los mismos padres quienes fomentan esos rituales y encuentran en la fiesta de 15, en el egreso de los hijos, en el viaje a Bariloche, etc. una manera de convalidación social y de prestigio propio.

Se ha naturalizado que los adolescentes consuman alcohol y eso es lo que les enseñamos y permitimos. Los adultos somos los responsables directos de esa enseñanza: padres, docentes, gobiernos, comerciantes, todos.

Hemos establecido también que esos rituales son parte indispensable de la vida escolar.

Se impusieron de tal manera que parecen estar allí desde siempre. No es así. Pueden desaparecer y dar lugar a otros rituales de paso que sean más edificantes y saludables. Depende de los adultos y de los escenarios que los adultos habilitemos para los jóvenes que son nuestra responsabilidad.

Retomo las preguntas y repaso mis respuestas:

¿Qué nos pasa? ¿adónde estamos parados?

Las dificultades que hoy enfrentan las comunidades educativas, docentes, directivos, personal administrativo que se vincula cotidianamente con los estudiantes están directamente relacionadas con el cambio de paradigma impulsado -entre otros factores-por la Ley para la Promoción de la Convivencia y el Abordaje de la Conflictividad Social en las Instituciones Educativas, Ley 26.892 (año 2013).

La convivencia escolar en tiempos de cólera

Ya hemos tratado en otros artículos las implicancias del modelo disciplinario anterior a la ley y que podemos describir resumidamente como tradicional y el modelo que impone la ley vigente y no es mi intención aquí reiterar los conceptos ya planteados.

Me interesa considerar cuánto de estos modelos se reflejan en los estilos de crianza familiar actuales y qué está pasando con la aceptación de la autoridad de parte de los jóvenes y niños con respecto al vínculo parental que se traslada al resto de las relaciones donde la asimetría niño/adolescente y adultos atraviesan las tensiones de una disputa de poder.

Traigo aquí el cuadro de síntesis presentado en el texto ¿Cómo fue que llegamos hasta aquí? (al olvido de la ley) solamente a los fines de tener presente los elementos prioritarios de uno y otro modelo.

Los padres ante la disciplina escolar: ¿cómplices o perdidos?

El cambio de paradigma nos ubicó en una posición difícil de sostener: una falsa dicotomía entre lo "punitivo" y lo "dialógico".

En estos días exploré las entrevistas que se le hicieron a docentes y directivos, así como a profesionales del ámbito de la Psicología y en muchas de esas voces apareció esta falsa dicotomía. Hacen referencia a las sanciones como algo negativo y enaltecen el diálogo y la tolerancia frente a los rituales de los adolescentes porque ellos constituyen parte de la construcción de su identidad.

De mi parte, insisto en que esos rituales no una parte intrínseca de la identidad adolescente ya que podemos reemplazarlo por otros que SI motiven el paso o la transición a la siguiente etapa. Estas formas anodinas, violentas y con la conciencia turbada por el consumo, más bien infantilizan o retrasan.

¿O acaso esa es la pretensión no dicha? ¿Qué todos seamos eternos adolescentes festejando, sacándonos selfis y armando berrinches si no nos dan la razón?

Me preocupa la dicotomía ficticia ya que desprestigia la sanción y la disocia de la reflexión. Define lo punitivo como una acción represiva y romantiza el acuerdo y el diálogo en el marco de enfatizar que los estudiantes sean escuchados y contenidos, como si la sola intención de los adultos de ponerse de acuerdo lograra el efecto deseado.

Si una sanción, un límite, una imposición de parte de la autoridad son considerados como algo contrario al diálogo, a la reflexión y a la participación, ubicamos el orden social y colectivo en el casillero de lo represivo y autoritario que puede (y debe) ser cuestionado y repudiado. Y consagramos las acciones individuales -independientemente de su valor moral- como el principio de derecho basal en el que fundamentar todas las decisiones, incluso las de carácter colectivo.

¿Somos conscientes de lo riesgoso que puede resultar ello para la convivencia pacífica y tolerante en cualquier sociedad que -para lograrlo- requiere establecer acuerdos y cumplirlos? Sin esos acuerdos, lo que puede llegar a quedar en pie es la horda y la voluntad del más fuerte (o feroz).

Del mismo modo, en esa falsa dicotomía, las normas entendidas como reglas de conducta o comportamiento que se consideran obligatorias y que están socialmente establecidas y aceptadas -indispensables para la convivencia y el consenso- perdieron su peso específico en la escuela tras el velo difuso de la ampliación de derechos, de la construcción horizontal de acuerdos (todos tenemos la misma autoridad ante los hechos) y de la supremacía de las subjetividades por sobre el valor del bien común de lo colectivo.

Esta visión de las normas y del orden social, así como la autoridad consecuente, establece una tensión entre individuo y sociedad que ha encontrado un callejón sin salida.

Hoy el desafío histórico no es solamente una cuestión ideológica que atraviesa la escuela. Este callejón sin salida es socio-cultural y concierne también a las familias, así como al resto de las instituciones. Un ejemplo claro de ello fue el reciente juramento de algunos diputados que responde a este esquema del olvido de la ley, de la defenestración de las normas y de la autoafirmación individual a expensas del bien común -en este caso- de los votantes que los pusieron en ese lugar (no juraron por la Patria). Viéndolos se parecen mucho a los adolescentes embriagados que rompieron su escuela haciendo un berrinche frente a la autoridad que detestan...

Si los adultos que actualmente tienen la responsabilidad de la crianza, asumen que los mandatos son malos, que las normas son opresivas y que la autoridad es tirana porque atenta per se contra los derechos individuales, se situarán en el mismo lugar que los estudiantes desafiantes y cuestionarán toda autoridad institucional y toda norma que impuesta, les resulte arbitraria u ofensiva.

Lo vemos a diario en los reclamos de padres que intervienen en situaciones concernientes a decisiones de los docentes, en agresiones incluso físicas a docentes y directivos, en acciones legales como recursos de amparo interpuestos ante las escuelas, en cuestionamientos y puestas bajo sospecha respecto a las actitudes o conductas de los docentes, etc.

¿Hay circunstancias que ameritan una defensa de parte de los padres? Claro que sí. Y también hay docentes o directivos cuyas actitudes deben ser sancionadas y rectificadas por el propio sistema que supervisa.

La cuestión está en distinguir unas de otras.

Y renovar un pacto social con las instituciones. Restituirle la autoridad a la escuela para que ejerza su función y reclamarle a la escuela que la cumpla en las mejores condiciones posibles.

Con esto quiero expresar que somos los adultos los que tenemos que volver a mirar las normas con aprecio y respeto sin que sea interpretado como un gesto de obediencia ciega o un mandato que esclaviza y anula la identidad personal.

Si somos esos adultos reflexivos y respetuosos de las propias leyes y normas que nos garantizan la convivencia pacífica y humana, podremos enseñarle eso mismo a las generaciones más jóvenes.

Entonces ya no habrá rituales que rompan escuelas.


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