El futuro y la felicidad: feliz Año Nuevo

Con una mirada filosófica, histórica y lingüística, Eduardo Da Viá pone en cuestión el sentido profundo del saludo "Feliz Año Nuevo" y propone ir más allá del ritual y la costumbre: reflexiona sobre la felicidad como una construcción activa y sobre el tiempo como una convención humana, para invitar a asumir el futuro no como promesa externa, sino como una responsabilidad personal.

Eduardo Da Viá

Ésta sin duda alguna es la expresión más común, que renace cada fin de año, para expresar nuestro deseo, a veces sincero, otras por conveniencia o mero protocolo y destinadas a personas de nuestro entorno con la idea que el futuro año le sea pródigo en todos los aspectos.

Pero en realidad es una expresión cuyos términos raramente son analizados por el que la pronuncia, partiendo de la base de que todo el mundo la usa y cuyo significado se da por entendido.

Pero tanto desde el punto de vista filosófico como desde el cronométrico se basa más en significados arbitrarios consensuados, a veces con aviesas intenciones, que en el entendimiento de lo que realmente significan tanto el término "feliz" como el que le sigue "año nuevo".

Vamos por partes, feliz implica la sensación de felicidad, concepto este que ha sido y lo sigue siendo, motivo de muchas horas de pensamiento filosófico, y a cuyo desentrañamiento se dedicaron oportunamente la mayoría de los grandes filósofos de la antigüedad e incluso de la era contemporánea.

A modo de escuetísimo resumen podríamos decir que en filosofía, la felicidad no es solo un sentimiento pasajero de alegría, sino un estado de vida plena o Eudaimonía alcanzado a través de la virtud, el autoconocimiento y el florecimiento personal, siendo el fin último de la existencia para muchos pensadores como Aristóteles, quien la vincula a vivir conforme a la razón y la excelencia.

La etimología de Eudaimonía () proviene del griego antiguo, combinando "eu" (, que significa "bueno" o "bien") y "daimon" (, que se traduce como "espíritu" o "deidad"). Literalmente, significa "tener un buen espíritu" o "buen genio", y en filosofía, especialmente con Aristóteles, se interpreta como felicidad, bienestar, florecimiento humano o una vida plena y virtuosa, no solo placer momentáneo

Varía entre pensadores: desde el hacer el bien (Sócrates), el control interno (Platón), la voluntad de poder (Nietzsche), hasta el contento del espíritu (Descartes) o el placer medido (utilitarismo).

Vale decir, ser feliz no es sólo es carecer de problemas físicos, síquicos y sociales, tríada que suele conjugarse muy de vez en cuando en la vida de las personas y que se caracteriza por ser un conjunto de carencias, y no de tenencias como debiera ser. Es decir si yo no tengo problemas soy feliz, pero en cualquier momento surge alguno y entonces dejo de ser feliz. Por lo tanto, suele ser una sensación efímera, dado que los problemas devenidos del diario vivir menudean y por momentos nos acosan, entonces surge la pregunta obvia: cuando no carezco de problemas ¿soy infeliz o puedo seguir siéndolo a pesar de tenerlos?

A esto precisamente apuntan los filósofos: alcanzar la felicidad no por carecer de espinas física, síquicas o sociales que nos perturban, sino por valorar los atributos que nos da la vida y que se enriquecen con el ejercicio de los mismos y con la compresión clara de que los poseemos.

Por cierto que las tenencias que nos da la vida varían con la edad en que se las disfruta, no es lo mismo tener gran fuerza muscular cuando, ancianos ya, tenemos problemas de estabilidad de origen neurológico, en tanto que tener buena agudeza visual en pleno período de estudios y lecturas obligatorias tal como ocurre en la niñez y adolescencia, y no tenerla tan incólume en la ancianidad a pesar de las lentes intraoculares etc. podemos suplir el déficit hasta con el uso de la antigua y benemérita lupa.

Tuve la suerte de que un anciano abogado Don JP, me tomara de médico de cabecera; fui muchas veces a su casa porque a él le resulta muy difícil trasladarse, pero siempre lo encontré leyendo, sentado en un sillón y munido de un atril donde apoyaba sus libros y ayudado con una lupa de varias dioptrías con la que podía leer, lentamente por cierto, pero degustando cada palabra que lograba armar, porque eso hacía, aumentaba cada letra en varios centímetros y armaba la palabra en su privilegiado y brillante cerebro. Muchas veces me dijo: esta es mi felicidad: leer.

Fue un ejemplo del famoso querer es poder, al menos hasta cierto punto, las dificultades se alejan en la medida de nuestro esfuerzos para vencerlas.

Y ese diario deber que se había auto impuesto, lo hacía feliz; a mí me sirvió de ejemplo para mi futuro, que como, tal era imprevisible

De tal suerte entonces que la felicidad requiere, al menos en parte, de nuestro deseo de serlo, es decir nos exige una postura activa, un balance diario de lo que tenemos o podemos versus lo que carecemos o no podemos

Por ello me gusta más la expresión "Procúrate un año feliz" o quizás "Hazte feliz", lo que implica no esperar que la bienaventuranza descienda de los cielos como el maná para los judíos.

El maná cayendo a los hombres de la mano de Dios. ANTON KOBERGER, 1483.

El maná cayendo a los hombres de la mano de Dios. ANTON KOBERGER, 1483.


Aclarado espero el tema de la felicidad, veamos algunas elucubraciones acerca del Año Nuevo.

En primer término convengamos que el tiempo medido es una invención humana, dado que el tiempo es eterno, desde y hasta siempre, sin interrupción alguna, lo que implica que no es divisible.

En los comienzos de la humanidad, el hombre primitivo no medía el tiempo, simplemente se guiaba por el día y la noche. Por el calor del verano y por el frío del invierno, y luego por la posición de las estrellas.

Y con estos escasos elementos se manejaban tanto en las migraciones como en la era sedentaria el gobierno de los cultivos.

Sin embargo el humano decidió que necesitaba medir el tiempo y así la mensura comenzó hace unos 5.000 años con los sumerios y babilonios en Mesopotamia, quienes desarrollaron calendarios lunares y el sistema sexagesimal (base 60) para dividir horas, minutos y segundos, observando los ciclos solares y lunares, utilizando instrumentos como el reloj de sol y el de agua o clepsidra para organizar la vida y la astronomía.

En América tanto los mayas como los aztecas crearon sus propios calendarios; en ambos casos basados en la observación de los astros y las fases de la luna, sin otro propósito que la utilidad que le pudiera brindar a cada uno.

Entonces ya existía el concepto de año con subdivisiones en meses y días, pero diferentes para cada caso.

En el caso de la iglesia católica llegó un momento en que debía tener sus propias festividades, tanto del natalicio de Jesús como del año nuevo.

Para ello fue necesario primero establecer una día determinado para el natalicio de Jesús, dado que NO EXISTE DOCUMENTACIÓN ALGUNA QUE LO ESTABLEZCA, así fue que el nacimiento de Jesús no fue fijado en un concilio, sino que fue establecido como fecha oficial el 25 de diciembre por el Papa Liberio en el año 354 d.C. para vincular la fiesta cristiana con celebraciones paganas como las Saturnales y el Sol Invicto, aunque concilios como el de Nicea (325 d.C.) sentaron las bases teológicas para la divinidad de Cristo, permitiendo que estas celebraciones estén normatizadas aunque no reflejen hechos históricos debidamente comprobados.

Adviértase el enorme tiempo transcurrido entre el nacimiento de Jesús y el acuerdo en la fecha de tan magno acontecimiento; pero este consenso sirvió para estandarizar fechas y serenar los ánimos, pero por sobre todo para poder establecer un día como el primero de año; para ello, valiéndose de la ley hebraica que establece como tal el día en que debe procederse a la circuncisión del recién nacido, el séptimo a partir del nacimiento, aunque en realidad la ley dice el octavo; de esta manera coincide con el primero de enero, que a partir de entonces pasó a ser el inicio del año cristiano.

Sin pretender entrar en juicios de valor, admitamos que todo fue un invento de la más que deleznable mafia clerical que domina la iglesia católica, desde el Papa inclusive para abajo.

En el mundo actual hay más de 40 calendarios vigentes, cada uno con un día determinado, pero distinto como el primero del año.

De los 195 países reconocidos en la actualidad, ciento sesenta y ocho se guían por el calendario gregoriano y por lo tanto festejan el inicio del año el día 1 de enero, aunque algunos tienen doble calendario y fechas diferentes para el inicio doméstico del año.

Considerando todas estas razones, estimo sería mejor decir: "HAZ FELIZ TU FUTURO".

Los razonamientos anteriores no hacen sino confirmar una vez más la extraordinaria riqueza de nuestro idioma, por cuanto cada vez que nos atrevemos a escudriñar en la intimidad de cada palabra, encontramos una compleja red de vinculaciones idiomáticas soterradas, verdaderamente apasionante, cuando comprendemos su origen, su significado original y los cambios que usos y costumbres fueron produciendo en ella.

Escribir en serio es realmente cosa seria.

De ahí pues el nacimiento de los giros idiomáticos, expresiones fijas cuyo significado no es literal y se entiende por el contexto cultural, no por la suma de sus palabras, añadiendo naturalidad y matices al lenguaje; son cruciales para la fluidez y la comprensión profunda de un idioma.

Es por ello que a pesar de los diferendos en cuanto a significados académicos, acepto gustoso las decenas de Feliz Año Nuevo que he recibido ante la proximidad del fin del actual; pero permítanme que me mantenga fiel a mi interpretación y les responda a todos mis amigos con la expresión ut supra propuesta:

¡HAZ FELIZ TU FUTURO!

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