Emigrantes: mentir para seguir viviendo

Un bus turístico lleva a decenas de jóvenes oriundos de América, Asia y África desde Barcelona a Madrid. Pero esa es solo la primera de muchas mentiras que les permiten a ellos y a sus familias de tierras lejanas seguir viviendo.

Gabriel Conte en Barcelona
Notas para Memo preparadas especialmente en Barcelona, España

Hay desazón y miedo atravesados por la esperanza. Son jóvenes y emigraron. Empezaron su trayecto en Barcelona en un verano pospandemia en la que todo reabría y todos, por ello, querían ser parte de alguna actividad al aire libre y lo más colectiva posible. Traducción: encontraron en qué trabajar.

Algunos llegaron con "papeles" y les fue mejor. Otros, pura aventura. Son muchos los que, aun sin admitirlo, son refugiados no formales, exiliados de las crisis de sus países. Unas son solo económicas y otras, además de ello, humanitarias: los persigue la muerte a la vuelta de la esquina del lugar en donde nacieron.

El invierno los espantó hacia una diáspora inesperada. Todos tienen algún contacto o amigo de algún conocido que les orienta: "Hay que ir a Madrid", "en Málaga es mejor", "la oportunidad está en Valencia", "es a Sevilla a donde tienes que ir". Y así.

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Todos los jóvenes -algunos solos de toda soledad, otros de a dos, y solo un trío que ve amenazada su cohesión como tal por la escasez laboral- ya probaron con la promesa incumplida que les resultó Andorra. Allí no piden ciudadanía europea, es cierto, pero tampoco este invierno hay trabajo. La otrora "Meca" laboral, el primer escalón informal para acomodarse en una posterior radicación más formal, está apagada. No hay qué hacer y al que llega desinformado de su nueva realidad, también se le extinguen los recursos y debe volver, siempre que tenga cómo y a dónde- si es que malgasta su puñado de recursos con los que apostó a la emigración.

Se pusieron su mejor ropa para el viaje. No buscan disimular ya que tampoco hay una resistencia ostensible hacia su presencia. Buscan impactar bien. Pero al vestirse lo hacen como lo harían en sus países y no en el anfitrión. Es como si hasta los fines de semana lucieran formales o en la mañana, de fiesta. Y entonces, terminan reforzando semióticamente su extranjería en un efecto paradójico del que parecen incapaces de percatarse.

Son sinceros: exhiben con orgullo su mejor condición.

Luego, mienten. Pero las mentiras de los emigrantes no son pecado: resultan un combustible que permite sobrevivir.

Mienten a dónde sea que vayan y, aunque digan la verdad, creerán de todos modos que están mintiendo. El balbucear del español arrancando desde cualquier otro idioma de países del "tercer mundo", genera en los locales -como en cualquier parte- ternura cuando se trata de muy jóvenes y miedo cuando son mayores.

Mienten además cuando hablan con sus familias en sus lugares de origen y ellas, al reproducir sus diálogos con los emigrados, agrandan la mentira. Una videollamada desde Barcelona Nord, la estación de buses de donde parte hacia Madrid Wilson, un joven de 24 que llegó desde Colombia para estudiar y trabajar (y al final, no cuadró y terminó a la deriva) ancla una mentira detrás de otra, de ambos lados de la pantalla. "Hola mamita -dice, y detrás de la señora se ve cómo se le arrima esperando su turno un señor y varios niños- aquí estoy pues, partiendo a Madrid. Allí mañana me presento a mi nuevo puesto". Se atraganta y pregunta cómo están. Le mienten: "Estamos muy bien, despreocúpate de nosotros. Lo importante es que tú estés bien. ¿Necesitas algo?". Y miente, desde aquí: "¡Apenas llegue les giro 100 euros. Estoy muy bien. Miren los zapatos nuevos que compré en la tienda. Apenas me acomode les mando para todos". "Tranquilo, mi niño, lo importsnte es que no pases necesidad. Si no funciona, ya sabes que puedes volver". Una sonrisa confiada (aunque ensayadamente forzada) desde el pie del bus y lágrimas emocionadas desde el otro lado que delatan: "Tiene cómo llamarnos", "se pudo comprar calzado", "qué bueno que consiguió otro empleo", "le sobra como para enviarnos dinero"...

Wilson se retuerce tras colgar hasta no aguantar la lloradera que le durará las 8 horas que hay desde Barcelona hasta la capital española, y que no aflojó con el lavado de cara en la estación intermedia de Zaragoza.

Si es que les va bien, no saben si festejarlo o sentirse culpables ante la realidad de la familia que quedó atrás. Hay algo extra en Miriam, la chica porteña que va sentada a mi lado y que frena su locuacidad inicial cuando le pregunto: "¿Has tenido la necesidad de mentir mucho para sostener en pie tu proyecto de emigrar?". Se desconsoló primero. Se limpió la nariz y los ojos y sonrió. Necesitaba esa catarsis con un 'desconocido de confianza', digamos, que no tuviera chances de desmentirla ante sus ansiosos y orgullosos padres. "La he pasado mal, muy mal. Pero siempre les he dicho a mis padres todo lo contrario. Mis primeros tres meses fueron infernales. Comía de salteado y hasta he pedido las sobras en algún Subway o McDonald's. Vengo de la clase media y no podía fallarles a mi familia, que me apoyó en todo cuando decidí salir a buscar otro futuro".

Emigrantes: mentir para seguir viviendo

No sabe cómo seguirá su vida de emigrante. Admitió que por unos días tiene muchísima fuerza y esperanza, y en otros demasiadas ganas de largar la verdad. En Navidad no hizo videollamada: decidió grabar un video cuando estaba con el ánimo alto. Temía una autotraición si el saludo era en vivo y en directo.

La mentira los hace libres, a unos y a otros, de ambos lados de la emigración. Es la cuota diaria de creatividad y esfuerzo por ocultar temores y carencias lo que mantiene encendido los motores.

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Quién sabe cómo terminará cada una de las historias que se guardan en cada asiento de este viaje a Madrid, que no es turístico aunque se ufane toda la propaganda presente en el bus en acentuar esa otra mentira. Algunos repetirán el recorrido de sus abuelos o bisabuelos y crearán una familia lejos de su origen. ¿No verán más a mis suyos? ¿Se extinguirán los afectos poco a poco mientras nacen otros, a la fuerza? ¿Dónde estarán cuando mueran los seres queridos que les enseñaron a caminar, ahora que practican tanto y les resulta tan vital aquella enseñanza?

El bus avanza y en cada nudo en la garganta se empolla la siguiente versión de los hechos que, aunque ficticia, les permitirá seguir adelante.

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