Emprender para mover el mundo

"Emprender requiere un ecosistema que acompañe: regulaciones claras, financiamiento accesible, educación emprendedora desde la escuela, acceso a tecnología y redes de contención", sostiene Gabriel Piconero en esta columna.

Gabriel Piconero
Periodista. CEO & Fundador de RedEmprende.com.ar.

En un mundo atravesado por la incertidumbre económica y la urgencia social, el emprendimiento con propósito aparece como una respuesta concreta. Pero para que florezca, necesita algo más que talento: requiere un ecosistema que acompañe. ¿Está Argentina preparada para apostar de verdad por sus emprendedores?

Durante años se nos dijo que el crecimiento económico era casi una cuestión de ingeniería: ajustar ciertas variables, equilibrar las cuentas y esperar a que los mercados hicieran su magia. Hoy, la realidad nos impone otra mirada. La economía global está estancada, las recetas clásicas no funcionan y los desafíos -cambio climático, desigualdad, envejecimiento, exclusión digital- se multiplican. ¿Y si la salida no viniera de arriba, sino desde abajo? ¿Y si la chispa capaz de reactivar el sistema estuviera en manos de los emprendedores?

El Foro Económico Mundial lo plantea con claridad en uno de sus informes recientes: el emprendimiento puede ser el motor que necesitamos para volver a crecer. No se refiere a abrir negocios por necesidad ni a perseguir unicornios como fin último. Habla de otra cosa: de asumir riesgos con propósito, de innovar con sentido, de construir soluciones a partir de los problemas reales de las personas. Emprender, en este tiempo, es comprometerse con el mundo.

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Pero ese compromiso necesita condiciones para florecer. No alcanza con la voluntad individual ni con el romanticismo de "creer en uno mismo". Emprender requiere un ecosistema que acompañe: regulaciones claras, financiamiento accesible, educación emprendedora desde la escuela, acceso a tecnología y redes de contención. En países como India, programas como Startup India han demostrado que cuando el Estado y el mercado trabajan juntos, el talento se transforma en desarrollo. En cambio, cuando el emprendedor se enfrenta solo al laberinto, lo que sobrevive no es el más innovador, sino el más resistente.

En la Argentina, esa resistencia es legendaria. Pero también hay talento, creatividad y propósito. Hay mujeres en Misiones que transforman residuos orgánicos en biofertilizantes para regenerar la selva. Hay emprendedoras afrodescendientes en San Telmo que construyen comunidad desde un espacio comercial donde lo cultural y lo económico se entrelazan. Hay jóvenes que reciclan computadoras y arman redes para llevar conectividad donde el mercado no llega. Y sí, también hay plataformas tecnológicas que nacen en Rosario o en un departamento de Devoto y terminan operando en toda la región.

Esas experiencias nos muestran que el emprendimiento no es solo una salida individual, sino una herramienta de transformación colectiva. Que detrás de cada proyecto que funciona hay una historia de impacto, de identidad, de comunidad. Y que en un país como el nuestro, donde las políticas públicas suelen ir detrás de las urgencias, es tiempo de pensar en una estrategia de fondo: si queremos empleo, inclusión y futuro, necesitamos tomarnos en serio al ecosistema emprendedor.

Invertir en emprendedores es invertir en desarrollo. Pero no cualquier tipo de emprendimiento: necesitamos fomentar aquellos proyectos que suman valor, que resuelven problemas, que no piensan solo en la rentabilidad sino también en el impacto social y ambiental. Necesitamos acelerar a quienes ya están pensando soluciones para una economía más justa, más verde, más digital. Y para eso, la articulación entre el Estado, el sector privado y la sociedad civil es clave.



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