Llegó a su final una campaña electoral del Estado contra "resto del mundo"

No hay qué elegir, solo dos opciones. Qué tarea queda para adelante en un país que desoyó las advertencia de "venezuelización" porque las creyó exageradas en su momento. Pero aquí estamos: es el Estado generando un presidente desde lo que ya está o su crío, que se desmadró.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Terminó la campaña electoral y más allá de quién vaya a ganar el domingo y el lunes ya sea el nuevo presidente, una conclusión sobre este proceso que no puede pasar inadvertida es que el Estado fue estrujado al máximo en sus recursos desde las más diversas áreas, tergiversando su función, con tal de permitir el nacimiento de una continuidad maquillada en otro rol, como sería la del ministro de Economía, Sergio Massa.

Si se observa la situación a vuelo de pájaro, podrá observarse la enorme disparidad entre tal situación y la de los otros candidatos que fueron participando en las diversas instancias.

Primero, fue la política y los partidos, en donde se sospechó algo que confirmó el lunes pasado en el programa "Tenés que saberlo" por 91.9 Radio Jornada Carlos Maslatón: que Javier Milei fue un "producto" alentado, criado y lanzado a rodar por el propio Massa para sacar de juego a Juntos por el Cambio (leer con clic aquí).

Pero se les fue de las manos y se transformó en una amenaza para la continuidad del peronismo. Ante esa situación, todos los subsectores que abrevan finalmente en las cuentas, cajas y salarios del Estado se unieron olvidando las diferencias que antes exhibían sin empacho desde las tripas mismas de la Casa Rosada y se encolumnaron detrás de un Massa que es un misterio, pero que sí es la esperanza de todos ellos de continuar haciendo lo que estaban haciendo: mucho o nada, pero seguir allí.

La Argentina prueba así la metodología que el Movimiento Nacional Justicialista siempre soñó: perpetuarse en el poder como lo hizo en México en sus tiempos el PRI. Allí, la vida del país se confundía con la del partido y la democracia se reducía a una puja interna del partido, que generaba la máxima expectativa. Era el presidente saliente el que elegía al sucesos, si es que le quedaba poder al término de su mandato.

En nuestro país, fue bastante peor. Las luchas internas terminaron con muertos "propios" y "ajenos", argentinos todos, como en Ezeiza aquel día en que llegó Perón de vuelta a la Argentina, o con la Triple A peleando contra los sectores enamorados de las revueltas de izquierda de Cuba o europeas desde Montoneros. Todos, peronistas. Hasta un presidente peronista, Ítalo Líder, en reemplazo temporario de Isabel Martínez de Perón, "Isabel", instauró la "aniquilación de la subversión" que hoy desde esa fuerza le endilgan a cualquiera sin hacerse cargo de su historia.

Esos eran tiempos de miedo. Y basta leer la historia o repasar los documentales de ese tiempo para ver que al país ya lo gobernó una persona caprichosa y desequilibrada elegida democráticamente, como la última esposa de Perón, sin contar a los que asaltaron salvaje e ilegítimamente el poder luego, en la dictadura, con un usurpador como Leopoldo Galtieri que, wiskhy on the rock en mano, se aventuró a una guerra que mochó a toda una generación, inutilmente, tal vez para lograr unanimidad falsamente nacionalista tras de sí y seguir en el poder.

¿Es posible que nadie acepte que el paso por la Casa Rosada es temporal y que la alternancia le da salud al funcionamiento de las cosas?

Este año, las mañas aplicadas a full, engañosamente, con una inyección de recursos provenientes del bolsillo de todos los argentinos, le dio un giro sustancial al ejercicio político en argentina y, con tal de salvar a un grupo de corrientes que constituyen una de las alternativas, el peronismo, dejó al resto de los argentinos al borde del abismo.

La elección del domingo será triste, convocará a la resignación que es el paso siguiente a consolidar un "pobrismo" que alienta un sistema que consiste en hablar bien de los pobres y no dejarlos salir de allí, para "domarlos" y tenerlos al pie, tirándoles los restos de comida con una mano y sin darles las oportunidades de desarrollo.

Muchos creyeron que esto era "exagerado" cuando se advertía sobre la "venezuelización". Pero aquí estamos, igual que allá: un gobierno que parece decir que "al que no le guste, que se vaya" (y se está yendo más gente del país que en 2001) y una oposición atomizada, sospechada, enredada con recibir algo también. Eso es "una Venezuela con otros modales": aquí no hizo falta que un presidente hable con los pajaritos, pero pegó en el palo.

El domingo se elige gobierno y también oposición, de allí la importancia de la sucia campaña sucia, así, en capicú, que se desplegó en forma incansable.

Dentro de lo que hay, no hay nada para elegir, pero si por optar. La trea es otra: no permitir la consolidación de esta forma de consagrar o destruir políticos, sino involucrarse a futuro en nuevas formas de participación para que la prioridad del dirigente esté en gobernar (y hacerlo bien) y no solamente en ganar esta, la próxima y la siguiente elección, sin más.

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