¡Esas... no volverán!
Reflexiones de enero del Dr. Eduardo Da Viá, en torno a las golondrinas, "esas máquinas de volar".
20.15
La hora en que el ocaso comienza a ganar terreno facilitándole a la noche su dominio de los cielos.
Resta suficiente luz para poder apreciar en todo su esplendor el maravilloso ballet que en breve habrá de empezar. Uno de los más delicados, gráciles y sistemáticos con que la naturaleza nos regala cada día a los que tenemos la suerte de advertirlo, admirarlo y esperarlo incluso.
Yo me apoltrono en un cómodo sillón de jardín, mirando directamente a oriente en momentos en que el cielo, si está despejado, exhibe uno de sus celestes más bellos y así oficiará de telón de fondo para mejor apreciar el contorno de los delicados cuerpecillos que habrán de surcarlo en dirección noroeste sudeste.
Y aquí vienen las primeras, rara vez solitarias, por lo general formando grupos de número variable volando en perfecta sincronía y concordancia y por lo que se sabe regalándose con la última ingesta del día: diminutos insectos que degluten en vuelo, a la vez que trisan con un sonido tan delicado que no alcanzamos apercibir, pero pletórico de significados para ellas. Solo cuando se posan es factible escucharlo, momentos antes de darle paso al Dios Morfeo.
Este fantástico pasaje atravesando el trozo de cielo que puedo abarcar dura varios minutos; incluye alguna retrasada que se desplaza a mayor velocidad en un intento de sumarse a algún grupo, por cuanto esto le confiere mayor defensa ante posibles depredadores, las aves de presa por lo general.
Creo saber de dónde vienen y hacia dónde se dirigen, pienso que lo hacen desde el piedemonte con destino final Dique Cipolletti, en cuyas paredes del basamento, gruesas y verticales, existen numerosas oquedades que ellas conocen muy bien, e incluso son propietarias, por cuanto la pareja, monogámica, regresa todos los años al mismo hueco, y aquellas que se vieron obligadas a construir su propio nido, también vuelven al mismo.
Me he deleitado muchas veces en el Dique viéndolas desarrollar sus tareas, y aquí es posible escuchar su particular trisar.
Deben regresar a sus nidos, los mismo de cada año, donde hambrientos esperan la cena lo polluelos en pleno crecimiento.
Necesitan mucha comida por cuanto en el curso de 3 o 4 meses deberán ser capaces de volar a la par de sus padres durante un larguísimo viaje que dura un mes, en el que recorrerán alrededor de diez mil kilómetros para retornar a la casa que fuera de Dios y hoy es albergue de millones de ejemplares de estos fantásticos seres: las Golondrinas.
En su libro, Noches de Capistrano, el padre San Juan O'Sullivan, pastor de San Juan Capistrano (1910-1933) cuenta la historia de cómo las golondrinas llegaron a llamar hogar a la Misión.
Un día, mientras caminaba por la ciudad, el padre O'Sullivan vio a un comerciante, escoba en mano, derribando los nidos de golondrinas de barro de forma cónica que estaban debajo de los aleros de su tienda. Los pájaros se lanzaban de un lado a otro a través del aire chillando sobre la destrucción de sus hogares.
¿Qué demonios estás haciendo? Preguntó O'Sullivan, por qué destruyes los nidos de estas avecillas ¡Por qué, estos pájaros sucios son una molestia y me estoy deshaciendo de ellos!, Respondió el comerciante. ¿Pero a dónde pueden ir? No lo sé y no me importa, respondió y agregó, pero no tienen nada que hacer aquí, destruyendo mi propiedad.
El padre O'Sullivan dijo vamos golondrinas, les daré refugio. Vengan a la Misión. Hay espacio suficiente para todos.
Al día siguiente, el padre O'Sullivan encontró a las golondrinas haciendo sus nidos en los techos de la Iglesia del Padre Junípero Serra, fundador de la Misión en 1776, y ubicada en California entre Los Ángeles y San Diego
De allí parten al unísono, por millones, el 23 de octubre, Día de San Juan para dirigirse hacia el sur; la regularidad increíble del día de partida, les permite a cientos de visitantes concurrir cada año para deleitarse con el insólito espectáculo.
Les espera una travesía durísima de miles de kilómetros, volando durante todo el día y a razón de más de cuatrocientos diarios a una velocidad de 60 por hora.
Van al hemisferio sur, tan lejos como el norte e incluso la región de cuyo en Argentina, destino al que arribarán al cabo de un mes de vuelo.
En nuestro país y en la ciudad de Goya en Corrientes, llegan puntualmente el 24 de noviembre, exactamente a la Plaza San Martín donde anidarán para perpetuar la especie.
Los goyanos son orgullosos devotos de las golondrinas, a tal punto que hace ya un tiempo, en esta plaza se erigió, en el año 1992, el Monumento a las Golondrinas, promovido e impulsado por un vecino, Jorge Junco, y el escultor Antonio "Chango" Sotelo. La idea fue dejar un testimonio de simpatía que la Comisión de Amigos sentía por estas pequeñas aves. Allí y en el barrio Las Golondrinas (al sur de la ciudad) se realizan festejos para esta fecha esperando su retorno
Así como en San Juan de Capistrano los visitantes aguardan la partida, en Goya los lugareños esperan por la llegada.
Lo que motiva a estas aves a desplazarse año tras año es netamente biológico: vivir, reproducirse en climas benignos y, de paso, controlar y regular plagas e insectos. Se alimentan de arañas, moscas, insectos y gusanos. La razón de su voracidad increíble al alimentarse es porque necesitan almacenar grasa en sus finos tejidos que le servirá de combustible para el viaje de regreso.
Durante el viaje, las golondrinas más jóvenes siguen a las más experimentadas ya que éstas conocen trucos para escapar de los depredadores que puedan encontrar en el trayecto.
El cancionero popular se ha hecho eco de esta maravilla, destacándose el famoso tema Las Golondrinas con letra de Jaime Dávalos y música de Eduardo Falú, quien se encargó de cantarla a lo largo y a lo ancho del amplio mundo que recorrió con su guitarra.
Tampoco podía faltar el poeta, y aquí sobresale Gustavo Adolfo Bécquer con su más que famoso poema "Volverán las Oscuras Golondrinas", si bien se trata de un triste canto al amor perdido supo el genial bardo valerse de los pajarillos para darle énfasis a su pena.
Desde el punto de vista ornitológico son una verdadera máquina de volar. El diseño de las alas que el hombre siempre quiso imitar y la relación envergadura con el peso y el largo del pequeño cuerpo, es tan perfecto que no hay avión que lo logre.
Su comportamiento social es por demás admirable, no tienen Presidentes ni Jefes, porque se alternan en la punta de la bandada, todas las veteranas están aptas para guiar. Los más jóvenes aprenden prestamente a incorporarse al grupo.
No necesitan de la policía ni de las escuelas pues funcionan con el viejo aforismo de los Tres Mosqueteros: "Uno para todos y todos para uno"
¡Cuánto tenemos que aprender los humanos, especialmente los argentinos de estos diminutos seres!
Tienen una esperanza de vida de alrededor de cuatro años, es por ello que muchas de las que a diario me solazan con su raudo paso sobre mi jardín, habrán de yacer definitivamente en tierra argentina; incluso los decesos ocurren a diario, por ello el título de mi escrito por cuanto muchas de las que hoy vi pasar, "Esas no volverán".
No puedo dar por terminadas mis palabras sin hacer un doloroso reproche a los mendocinos que no se emocionan con esta maravilla.
No leo notas referentes lo que me hace suponer que nadie las escribe, un verdadero desperdicio.
En las escuelas debieran extenderse sobre este fenómeno, todo lo opuesto al maléfico acoso o "bullying" cuya práctica despiadada se ha generalizado, tal como ocurre con tantas conductas individuales que perjudican al común de la sociedad.
¿Existirá el día en que podamos decir sin temor a equivocarnos, que esas prácticas socialmente dañinas como violencia, mentiras, sobornos, violaciones, acoso, abismos sociales, miedo, descreimiento y un largo etcétera; podremos insisto decir, ESAS NO VOLVERÁN?.
Sinceramente no lo creo.
EDUARDO ATILIO DA VIÁ, ENERO DE DNU 2024.