De la inflación a la eficiencia
La economía argentina está entrando en un cambio de época. Los empresarios que no se adapten rápido van a estar en problemas. Lo analiza Sebastián Laza.
"La inflación disfraza los errores; la estabilidad los desnuda". Friedrich Hayek
Durante décadas, la inflación fue el gran organizador -o desorganizador- de la economía argentina. No era sólo un fenómeno macroeconómico: era una cultura. Los precios subían, los costos también, y sobre ese caos nominal se construía un modo de gestionar empresas basado en remarcar, defender márgenes y correr detrás de un incendio permanente.
Ese mundo está dejando de existir en nuestro país. Si bien la macro todavía tiene cuestiones para afinar (lo cambiario, por ejemplo), entender el nuevo juego económico hoy es una premisa darwinista, quien no se adapte, no sobrevive.
Argentina está atravesando un cambio de régimen económico profundo, donde la estabilidad empieza a ocupar el centro de la escena y la inflación deja de ser el árbitro de todas las decisiones. Como todo cambio de paradigma, genera oportunidades y riesgos, entusiasmos y resistencias. Pero hay un punto que ya no admite discusión: la economía empieza a funcionar con reglas distintas, y quien siga aplicando las lógicas del pasado quedará fuera de juego.
De la cultura del "remarcador" al management competitivo
Como dice la frase de Hayek al inicio, la estabilidad obliga a administrar de verdad. En este contexto, las empresas ya no pueden depender del aumento nominal de los precios para sostener márgenes. Aparecen las reglas del management moderno:
- - eficiencia de costos,
- - productividad por empleado,
- - planeamiento estratégico real,
- - valor agregado,
- - control de gestión con métricas objetivas,
- - contratos y compras con foco en costos unitarios y logística,
- - financiamiento basado en rentabilidad real y no en refugios nominales.
El empresariado local pasó demasiados años apagando incendios. Hoy necesita prender la luz y mirar dónde está parado.
Reformas estructurales que ordenan el tablero
La combinación de reformas laboral y tributaria (muy cerca de ser anunciadas) apuntan exactamente a esto: bajar el costo real de producir, dar previsibilidad, reducir litigiosidad, simplificar el sistema y, en definitiva, mejorar la competitividad sistémica.
No son debates técnicos: son los cimientos de algo nuevo para nuestro país, pero que en el mundo funciona hace décadas.
Oportunidades y riesgos para las empresas
El país que viene apunta a ser más competitiva, más estable y más exigente. Tiene serias chances, si se corrigen algunas cuestiones macro que aún faltan pulir. Pero sin dudas, ya con lo hecho hasta ahora se abren oportunidades para el empresariado:
- - planeamiento a mediano plazo,
- - menor incertidumbre,
- - incentivos para invertir en tecnología, calidad y productividad.
Pero también plantea riesgos claros:
- - caída de rentabilidades nominales,
- - competencia más intensa,
- - reordenamiento de precios relativos,
- - necesidad de profesionalizar equipos y procesos.
Dicho brutalmente: con inflación alta cualquiera parece buen gestor (solo es cuestión de remarcar para mantener el margen); con inflación baja, sólo sobreviven los eficientes.
La Argentina de inflación baja es un territorio desconocido para varias generaciones. Pero, al mismo tiempo, es un terreno fértil para quienes sepan leer el momento y anticiparse.
Como escribió Peter Drucker: "En un entorno estable, los buenos empresarios prosperan; los oportunistas desaparecen."
De esta forma, el nuevo liderazgo empresarial exige:
- decidir con información, no con intuición;
- invertir en capital humano y tecnología, para mejorar productividad;
- construir una cultura organizacional que premie la eficiencia;
- medir resultados reales, no ilusiones nominales.
La pregunta es clara y concisa: ¿qué tipo de empresario quiere ser cada uno en esta nueva etapa? El juego se está empezando a mover hacia la eficiencia.