José Antonio Aranguren, pionero de la cirugía cardiovascular en Cuyo

El reconocimiento de Eduardo Da Via en su serie "Prohombres" a José Antonio Aranguren, quien lideró las cirugías cardiovasculares en la región.

Eduardo Da Viá

Aranguren.

De estatura algo superior a la media, anchas espaldas, fornido, de caminar rápido y ágil, con la cabeza ligeramente gacha, no por tener algún defecto en el cuello o la columna, sino, estimo yo, por la enorme cantidad de ideas que siempre bullían en su privilegiado cerebro. De cara redonda, pómulos sobresalientes y unos ojos azules de mirada penetrante y con un toque de picardía.

Irradiaba energía que contagiaba y luego, con el correr del tiempo nos exigiría.



Hijo de Blas Balbino y de María Lucía, había nacido en Bs As el 22 de agosto de 1915. Recibió una esmerada educación a tal punto que fue alumno del famoso colegio La Salle, bilingüe español-inglés y además tuvo una institutriz francesa con la que aprendió francés hasta hablarlo de corrido. No era una familia rica, sino una familia que priorizaba la educación.

Estudió Medicina en la Universidad de Bs As y fue discípulo predilecto de uno de los grandes maestros de la cirugía argentina: Don Ricardo Finochietto, debajo de cuyas famosas alas no era fácil cobijarse, por cuanto era sumamente exigente. Aranguren llenaba con creces las exigencias del insigne cirujano.

Por razones políticas, su negación a ponerse de hinojos ante el peronismo, se vio obligado a trasladarse a Tucumán donde tuvo gran éxito como clínico pero no podía realizar su sueño dorado, hacer cirugía cardiovascular, a la sazón aún en pañales en el mundo.

Volvió temporariamente a Bs As para casarse con su abnegada novia Magda y regresar al Jardín de la República, donde naciera la primera de su luego numerosa descendencia.

Pero su cerebro le reclamaba cumplir con su vocación, y así, cuando su economía se lo permitió viajo a Europa don abrevó de los mejores centros de cirugía cardiovascular del mundo, en Suecia, Francia e Inglaterra.

Con ese especial acervo volvió a la Argentina y aceptó una propuesta de venir a ejercer a Mza, ciudad en la que se quedaría definitivamente, donde completó la media docena de hijos que les brindó la naturaleza, y donde pronunció palabras casi desconocidas en el medio científico de la época: cirugía cardiovascular.

Fue un verdadero pionero y de sus habilísimas manos comenzaron a surgir operaciones que nunca se habían realizado.

Tuvo oportunidad de hacer una estadía en el Servicio de Cirugía Cardiovascular del Hospital General de Buffalo, en el estado de Nueva York, donde merced a sus dotes y a su capacidad de trabajo excepcionales, dejó excelentes relaciones que luego de algunos años, nos sirvieron a muchos mendocinos para incorporarnos en el país del norte, como residentes de cirugía y de clínica médica y obstétrica, allá por la década de los 60.

Una recomendación de Aranguren era una llave que nos habría puertas en la medicina hospitalaria de los Estados Unidos de América.

En Mendoza fue el primero en realizar cirugía cardíaca directa, es decir a tórax abierto; el primero en colocar un marcapasos cardíaco y el primero en utilizar prótesis arteriales para el tratamiento de los aneurismas (dilataciones patológicas) y las obstrucciones arteriales crónicas por arterioesclerosis, que hasta ese momento terminaban con la amputación de uno o de ambos miembros inferiores.

Pero su recóndita ambición era realizar cirugía cardíaca a corazón abierto, cuyas técnicas había visto y practicado en el primer mundo.

Tanto luchó por ello que finalmente la Fundación Rockefeller obsequió un equipo completo de circulación extracorpórea, comúnmente conocido como "Corazón-Pulmón Artificial", imprescindible para poder detener el corazón mediante la aplicación de frío intertanto la máquina se ocupaba de hacer circular la sangre, oxigenarla y liberarla del anhídrido carbónico tal cual lo hace normalmente el pulmón.

El equipo obsequiado era usado pero en perfectísimas condiciones para seguir funcionando.

Claro, lo que no sabían ni Rockefeller ni el equipo, es que había llegado a la Aduana Argentina, dominada como siempre por la corrupción y la ignorancia, quienes pusieron en marcha la siempre dispuesta máquina de impedir y los directivos se aferraron a la cláusula que prohíbe la entrada de equipos médicos usados, sin detenerse ni por asomo a considerar la posibilidad de una excepción dada la nobleza del destino que se le daría en beneficio de los pacientes.

Este tremendo desatino obligó a años de trámites, estimo que cinco por lo menos, hasta que un iluminado puso la firma y el aparato llegó a Mendoza.

En el ínterin (es esdrújula), el infatigable José Antonio había logrado instalar un laboratorio de Cirugía Experimental en el 2º piso del Hospital Central, año 1962, con la idea de familiarizarse en el uso del nuevo equipamiento. Pero una vez dominado el sistema, habían transcurrido casi siete años y ya había sido ampliamente superado por los nuevos modelos que dañaban mucho menos los glóbulos rojos, lo que técnicamente se conoce como hemólisis, que a la larga daña los órganos internos en especial los riñones. Esto hizo que no fuera ético emplearla y Aranguren, a pesar de su entusiasmo hizo primar su honestidad y nunca la usó en un humano.

Con ello la cirugía cardiovascular debió soportar el olvido hasta la llegada de la famosa misión Crawford del Instituto Karolinska de Estocolmo, quienes no sólo operaron numeroso pacientes sino que dejaron la totalidad del costosísimo equipo como donación.

Una vez terminada la misión el equipo sueco volvió a su país y fue tiempo de buscar reemplazantes locales

Pero Aranguren no estaba en la mira del jerarca ministerial de turno y nunca pudo cumplir con su sueño de hacer su tan amada cirugía cardíaca a corazón abierto, siendo por cierto el más capacitado de Mendoza para realizarla, claro, de nuevo como en sus años jóvenes quizás si se hubiera arrodillado le habrían dado la oportunidad. Pero no lo hizo, como no lo hicimos sus discípulos cuando fuimos llamados por el Dr Mario Lauro Olascoaga, a la sazón Ministro de Salud, para integrar equipo con un colega contratado y llegado de un buen período de entrenamiento en USA, Dr. César Brea, bonaerense de origen, buena persona, ignorante de las mezquindades que se habían urdido antes de su llegada en condición de Jefe del Servicio de Cirugía Cardiovascular.

Nuestra respuesta y hablo por mí, por el Dr. Carlos Perinetti y por el Dr. Carlos Tarquini, fue que con Aranguren sí, con cualquier otro por experto que fuere, no.

Uno de los tantos desperdicios que han quedado impunes en este pobre país.

Desarrolló a la máxima expresión la cirugía pulmonar y esofágica para la época, dominando a su vez la cirugía abdominal.

Quiso el destino, que habiendo tres cátedras de Clínica Quirúrgica en la Facultad, a nuestra camada le correspondiera aquella en la que el Dr. Aranguren era Profesor Adjunto, corría el año 1962.

La costumbre era que los profesores daban solamente clases magistrales, y cirujanos más jóvenes se encargaban de las llamadas clases prácticas con grupos de alrededor de seis alumnos, llamados comisiones, para juntos examinar pacientes internados y luego discutir las posibilidades diagnósticas.

Desde la primera conferencia Aranguren nos cautivó por la calidad de su vocabulario, la utilización perfecta del pizarrón, la tiza y el puntero, armamentario de rutina en la docencia universitaria, más numerosas ilustraciones en forma de diapositivas proyectadas oportunamente. Era un docente nato.

También por casualidad, el jefe de trabajos prácticos de nuestra comisión tomó vacaciones por razones personales y de inmediato Aranguren se hizo cargo del grupo, en vez de redistribuir los alumnos entre los otros.

Ahora podíamos realmente disfrutarlo viéndolo interrogar y examinar a los pacientes, con respeto y maestría y siempre con el aliento para el doliente de que luego de operarse iba a curarse o sentirse mucho mejor, por cierto sin exagerar.

En una oportunidad nos presentó una paciente de alrededor de cuarenta años que sufría de una estrechez severa de una de las válvulas del corazón lo que le producía una insuficiencia cardíaca que pronto le costaría la vida. Cuando todos terminamos de examinar a la enferma, el Maestro con un gesto afable, le puso una mano en el hombro y le dijo -Mañana te opero y te vas a curar-

Yo, que siempre quise ser cirujano cardiovascular no podía creer que al día siguiente tendría lugar semejante cirugía y comencé a soñar con poder asistir, siendo que los alumnos no entraban a la Sala de Operaciones por razones de número.

Por la tarde de ese mismo día, sin poder contenerme, me animé a presentarme en la casa del Profesor y le expuse cual era el futuro que deseaba para mí y si había alguna posibilidad de asistir a la operación. Me clavó la mirada durante un breve tiempo que me resultó eterno, y finalmente me dijo -Tienes que estar a las siete y consigue gorro y barbijo que no tenemos-

Al día siguiente asistí hechizado al acto operatorio que tuvo lugar en uno de los quirófanos del cuarto piso del Hospital Central. Había logrado a los 21 años penetrar el templo de la cirugía y contemplar la magia de una verdadera fantasía, un corazón humano latiendo a cielo abierto y el dedo índice del Maestro dentro del órgano para despegar las adherencias que habían estrechado la válvula, producto de la Fiebre Reumática que en su juventud había padecido la paciente y confundida con un cuadro gripal.

Así nació una amistad, ese mismo día, que duraría toda la vida del Maestro,

A poco y juntos con Carlos Perinetti comenzamos a frecuentar el laboratorio de Cirugía Experimental que finalmente se transformó en un centro de aprendizaje de la técnica quirúrgica a la vez del desarrollo de trasplantes de órganos, tales como riñón, corazón, pulmón, hígado, miembro inferior etc. lo que se tradujo en un precoz manejo por nuestra parte, siendo aún estudiantes y en los primeros años de recibidos, de las técnicas de unión de arterias y venas, lo que sería a la postre de extraordinario valor como cirujanos de guardia. Todo esto en la nueva ubicación del Laboratorio en un sector en obra gruesa de la actual Facultad de Medicina, carente de cierres que nosotros mismos realizamos.

También fue obra de Aranguren la colección más importante de separatas de los principales artículos que sobre avances en cirugía se publicaban en el mundo, en forma casi simultánea con su publicación original; de extraordinario valor bibliográfico, por cuanto los libros siempre están entre tres y cinco años atrasados al momento de ver la luz en las librerías.

Ninguno del grupo logró nunca hacer un trasplante en un humano, siempre máquina de impedir mediante.

Como corolario a su maestría quirúrgica era poseedor de una verdadera polimatía, sabía de todo, historia, geografía, música, aviación y de lo que no, lo aprendía rápidamente.

Juntos hicimos nuestro vuelo de bautismo en los famosos aviones franceses Morane Saulnier, primeros reactores de que dispuso la cuarta brigada aérea y que él había estudiado hasta el último detalle, y por si fuera poco, con su espíritu lúdico como guía, nos lanzamos cuesta abajo en la primera "Alfombra Mágica" en la Argentina, villa deportiva de la Boca, de lo que también estaba enterado.

La vida que lo abandonó inesperadamente el mismo día y mes en que a mí me acogiera entre sus brazos, vale decir el 5 de setiembre. Tenía 67 años y en actividad, falleció leyendo, su pasión; y tuve el triste honor de examinarlo con el libro aún sobre su pecho y constatar el triunfo extemporáneo de la Parca.

Fue mi arquetipo, sin carecer de fallas como cualquier humano, y por fin fue padrino de bautismo de mi hijo varón.

Escrito desde el alma y dedicado a mi maestro al que recuerdo cada día de mi ya larga vida y al Dr. Carlos Perinetti, también discípulo predilecto y mi gran amigo y compañero de sueños.





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