Mientras tanto, los de abajo: Crónica de un día cualquiera

El jueves, pero no cualquiera: el pasado, bajo la mirada de Isabel Bohorquez.

Isabel Bohorquez
Mientras tanto, los de abajo: Crónica de un día cualquiera

El jueves amaneció soleado, frío, apenas un viento insistente que se metía por el cuello del abrigo. Es que, hay que empezar temprano si uno quiere que las cosas salgan bien.

Como todos los días, él abre su kiosco a la espera de que le lleguen las facturas recién horneadas, esta semana le toca pagarle al proveedor de los lácteos y aunque aun no logró cobrar una cuenta al fiado que tiene de un par de clientes del barrio, quiere juntar lo necesario para arrancar bien el mes. La boleta de la luz lo partió al medio, pero nada que no haya pasado otras veces en este país que parece una eterna calesita.

En la otra cuadra, también ya abrió la verdulería. Adentro del pequeño local se amontonan los cajones de madera con frutas. Mira el cajón de tomates con preocupación. Esta semana se vendió poco tomate, y eso que lo puso en precio y hasta improvisó un cartel en la vereda. Mientras acomoda la mercadería al frente del negocio para que quede exhibida, piensa que seguramente va a tener que bajar más aún el precio y quizá armar un bolsón con otras verduras. Ayer quedó cansado de hacer bandejitas de sopa, con su señora estuvieron hasta pasada la medianoche picando y envasando para no desaprovechar nada.

A la vuelta se escucha la sirena de la ambulancia, es la clínica adonde llevan a casi todos los viejitos del PAMI. Da pena verlos ingresar envueltos en esas frazadas todas iguales, con cara de resignados, muchos con la mirada asustada, de impotencia o de intranquilidad...vaya a saber. No siempre los bajan con gente que los acompañe, muchas son las ocasiones en las que se los ve solitos. Son los que más pena me dan, piensa la encargada de la limpieza de ese sector mientras arranca su día con la mopa en el hall de ingreso.

Esta semana entre los que van a trabajar temprano al barrio se han puesto de acuerdo y armaron un grupo de WhatsApp para estar en alerta y avisarse si ven algo raro, además están viendo de comprarse algún tipo de alarma comunitaria. Es que han aumentado muchísimos los robos a los negocios chicos y pagar seguridad privada sale una locura, así que se están arreglando entre ellos nomás.

Hay gente que vive en el barrio de toda la vida. El negocio de la esquina ya tiene más de cincuenta años. Lo armaron los abuelos que aprendieron el oficio de panaderos, siguieron los hijos y ahora están también algunos de los chicos más jóvenes. Son tercera generación y todo el mundo los conoce. Al lado, una de las nietas se puso un negocio de venta de viandas, incluso las envía a domicilio. Y se comenta en el barrio que el nieto más chico quiere ponerse un bar. A ese se le dio por la música y está todo el día ayudando en la panadería, pero de noche ensaya y sueña con su propio bar para que la gente vaya y los escuche. A ellos y a otras bandas que siempre andan buscando donde tocar.

La escuela, frente a la plaza, está más tranquila hoy, se ve que faltaron docentes y muchos chicos se han vuelto con los padres.

Por la televisión, eternamente encendida en un rincón del kiosco, pasan a unos que están subidos en un palco y que hablan gesticulando y a los gritos. El kiosquero se ríe para sus adentros, mientras espera que vengan a traerle las golosinas y los cigarrillos que encargó.

Piensa: "Qué sabrán estos tipos de madrugar...".

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