La épica del pobrismo: cortate el pelo y pagalo en 12 cuotas

¿Saca a alguien de la pobreza este plan? No sirve la política sino para transformar hacia arriba. ¿Es realmente un "plan"? ¿Solo esto podemos hacer? Se parece mucho a una idealización del estado de pobreza, al pobrismo: que nada cambie para que la historia se repita sobre su misma matriz, siempre.

Periodista y escritor, autor de una docena de libros de ensayo y literatura. En Twitter: @ConteGabriel

Está haciendo falta de los gobernantes menos pulsión épica y más gestión concreta de la crisis. La idea debería ser que la situación se sienta menos, impacte con suavidad mientras los elegidos por el pueblo pergeñan salidas para el conjunto (y no solo para sostenerse en el poder ellos). 

Sin embargo, la idea de la invocación permanente de presuntas soluciones que van de precarias a insólitas, parecen ser ingeniadas por publicistas de lo efímero para colocar en posición de superhéroe a quien gobierna, equiparando a paliativo con "solución", disfrazando la insolvencia con ocurrencias de último momento. 

Ejemplo directo: un plan para pagar en 12 cuotas la peluquería, un programa del Estado que humilla al peluquero y que no beneficia a nadie, salvo a un aparato de propaganda sin sentido, autosatisfactoria. ¿A qué peluquero le conviene esta promo? ¿Qué persona humilde recurriría a ese servicio? Una idea surgida de gente que nunca vivió en la pobreza: se asemeja metafóricamente a vistazo desde un balcón de Puerto Madero a lo que creen que es una solución para gente que vive literalmente al día.

¿Saca a alguien de la pobreza este plan? No sirve la política sino para transformar hacia arriba. ¿Es realmente un "plan"? ¿Solo esto podemos hacer? Se parece mucho a una idealización del estado de pobreza, al pobrismo: que nada cambie para que la historia se repita sobre su misma matriz, siempre.

La oposición no escapa a esta lógica de tribus que impera en la Argentina, en la que cada uno salva sus convicciones y mitos y detracta la de la otra, con la cara pintada para la guerra todo el tiempo.

¿Quién dice qué hay que hacer? ¿Quién lo estudió, realmente, y lo ofrece generosamente al resto? ¿Quién acepta ayuda sin envolverse en petulancia y soberbia? Todos sabemos que estamos mal, por más que la militancia de la tribu imperante queme sus hierbas adormecedoras y las otras, bailen al rededor de un fuego que prefieren que dure encendido y, en algunos casos, extenderlo más alla de sus límites.

Sin dudas, es necesario que los propios oficialistas se den cuenta de que con placebos no se construye ninguna de las "soberanías" de las que su manual de propaganda les obliga a hablar y también, que los opositores dejen de alardear solamente contando el relato de los hechos. Hace falta más, de parte de todos. Si lo entendiéramos, probablemente empezaríamos recién a caminar el camino hacia las soluciones de los grandes y pequeños problemas que nos afectan y nos mantienen día tras día arrastrando nuestro humor por las veredas de la vida cotidiana.