La perspectiva de género: un monstruo de siete cabezas

¿En qué piensa y qué cosas imagina la gente que no está informada del tema cuando se le plantea la cuestión de la "perspectiva de género"? Aquí lo plantea Emiliana Lilloy.

Emiliana Lilloy

Cuando alguien habla de perspectiva de género en algún espacio no académico o no feminista, inmediatamente surgen en el imaginario colectivo una serie de conexiones e imágenes que nada tienen que ver con lo que verdaderamente significa.

Hay mucha gente que lo asocia a cuestiones oscuras como la pedofilia, otras personas están convencidas de que es un término inventado maliciosamente por "las feministas" para corromper a la sociedad, o lo asimilan a otro concepto recientemente inventado por sus detractores que es el de ideología de género.

En definitiva toda esta confusión y conjunto de prejuicios asociados hacen que cuando alguien menciona la palabra género, en nuestra mente aparezcan ideas como que es gente que quiere destruir la familia, la sociedad y el mundo tal como lo conocemos. Una versión moderna de la torre de babel o del pacto con el mismo Satanás y que por lo tanto esas ideas deben ser repudiadas o castigadas.

Pero en realidad, ¿qué es tener perspectiva de género y por qué es muy importante para lograr la igualdad?

Como lo dice la palabra "perspectiva", estamos hablando de una mirada, un cristal a través del cual observar la realidad ¿Y en qué consiste esta mirada?

Esta mirada es una visión que nos permite analizar la causa de las desigualdades entre varones y mujeres. Nos permite entender por qué nuestra sociedad tiene expresiones de violencia contra las mujeres de tanta crueldad como los femicidios, las violaciones o la trata de personas, o por qué sigue apareciendo como novedad que una mujer ocupe un cargo alto en la justicia, en la política o en una empresa.

¿Cuál es esa causa?

Las académicas de las ciencias sociales se dieron cuenta que el problema de la desigualdad entre varones y mujeres no radicaba en causas biológicas sino culturales. Esto es, que en nuestras sociedades se nos educaba y trataba de manera diferente según fuéramos de uno u otro sexo. Es decir, que según con el sexo biológico con el que nacemos, se nos atribuyen características emocionales, afectivas e intelectuales, así como comportamientos que cada sociedad asigna como propios y naturales para los varones y las mujeres.

A partir de esto, comenzamos a identificar qué cosa es masculina o femenina, o dicho de otro modo, qué conductas y actitudes son propias de un varón y cuáles de una mujer. Luego desarrollamos mecanismos para motivar ciertos comportamientos o reprimir otros que no encajen con lo esperado. Algunos ejemplos de esto es pensar que las mujeres deben ser delicadas, cariñosas, pasivas sexualmente y los hombres activos, fuertes y valientes. Si unas u otros no cumplen con estas actitudes o habilidades, son reprimidos a través de distintos mecanismos sociales.

Los dos problemas principales de esta diferenciación cultural (es decir inventada, a la que llamamos género) es que por un lado, estimulamos a las personas a que respondan a estos mandatos limitándolas al desarrollo de ciertas y parciales actitudes y capacidades según pertenezcan a uno u otro sexo (a los varones se les estimula en la valentía y no en la ternura y la gestión y comunicación de las emociones, y a las mujeres se las educa en el afecto y los cuidados y no en las habilidades de liderazgo y conducción, por ejemplificar a grandes rasgos).

Por otro lado, es claro que en este sistema o construcción de los géneros, se ha asignado más valor a todo lo masculino sobre lo femenino, jerarquizando los roles y funciones, creando así una sociedad de dos castas.

En última instancia, esto crea una desigualdad que se manifiesta en nuestra organización social (mujeres al espacio privado-hogar, profesiones vinculadas a los cuidados, menos pagas etc, varones al espacio público, de poder, profesiones de prestigio bien pagas) y constituyen la base o caldo de cultivo para la reproducción del machismo y la violencia.

Así, si una nace en la casta social de las mujeres, será educada de una manera tal que responda a este imaginario y terminará convirtiéndote en lo que la sociedad dice que es ser una mujer: "La mujer no nace, se hace" de Simone de Beauvoir. Si nace en la casta de los varones le sucederá lo mismo, pero con la diferencia de que sus actividades y roles serán mejor valorados y lo pondrán en una situación de superioridad en el acceso a las oportunidades con relación a las mujeres.

Veamos un ejemplo de lo que implica actuar con perspectiva de género. Una funcionaria del gobierno quiere proponer que el Banco Nación de una línea de créditos para vivienda. Como vivimos en una sociedad igualitaria que ya no discrimina a las mujeres, los requisitos para acceder al crédito serán iguales para todos/as: más de 5 años de antigüedad en el trabajo en planta. Un sueldo mínimo de 80.000 pesos.

Si tomáramos esta medida que aparentemente es igualitaria, lo que estaríamos haciendo es reproducir una desigualdad, que es la acumulación del capital en manos de los varones. Una medida neutra, que no contenga discriminaciones directas, no produce, necesariamente, el mismo impacto sobre la vida de mujeres y hombres. Así, las diferentes posiciones de partida y realidades de mujeres y hombres dificultan que se produzca un igual aprovechamiento de los beneficios derivados de la actuación de las políticas públicas.

En este caso concreto, tener perspectiva de género implicaría detenerse a pensar que a las mujeres se les ha asignado históricamente el cuidado de hijos/as y del hogar y que esto provoca muchas veces que sus trayectorias laborales se vean interrumpidas (y no alcancen antigüedad necesaria para acceder a ciertos créditos) y que tomen empleos a tiempo parcial que les permitan conciliar su vida laboral con la familia (provocando que obtengan sueldos menores)

Tener perspectiva de género implica entonces observar las distintas posiciones en que nos encontramos varones y mujeres a consecuencia de este sistema en que vivimos e intentar a través de medidas concretas equilibrar la balanza no reproduciendo las desigualdades con supuestas medidas que parecen igualitarias y no lo son.

Dicho de otro modo y en palabras de la Licenciada Romina Zapata (Profesora titular de la Diplomatura en perspectiva de Género, Seguridad y Justicia IUSP-UNCuyo) esta perspectiva sirve para realizar una lectura crítica de la realidad y a partir de ella desarrollar estrategias para transformar una estructura social profundamente injusta, con la intención de reparar las desigualdad que excluyen u obstaculizan la participación de las mujeres en igualdad de condiciones en las distintas esferas de la sociedad: política, económica, religiosa, cultural, educativa, de salud, simbólica, etc.

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