Qué lindo es llegar a viejo: dedicado a la juventud actual
Eduardo Da Viá escribe sobre la vejez y cómo llevarla hacia adelanrte, a pesar de las adversidades y de la gerontofobia. Un buen mensaje, que deberían leer los jóvenes.
Hoy los medios, en especial los virtuales, están plagados de bonitos escritos en los que los autores, al parecer viejos, vale decir mayores de ochenta, nos hablan de las maravillas de la vejez, del cúmulo de actividades que se pueden desarrollar, de la felicidad que significa disponer del tiempo y de la capacidad de contemplación del mundo circundante etc. etc.
Pero yo tengo una larga serie de objeciones a esta mirada optimista de la senectud, por cuanto puedo mencionar una lista de sesgos que inevitablemente le atañen al largo vivir.
En primer lugar, si llegar a viejo ha sido meramente la sumatoria de años, que nos hizo transponer esa convencional barrera de los 80, sin que haya sido una meta o el resultado de un plan de vida tendiente a facilitar esa acumulación de tiempo, me atrevo a decir sin temor a equivocarme que ha sido una vida larga pero carente de sentido.
Si lo ha sido merced a una vida sana en lo que de nosotros depende, más la aleatoria suma de no haberse tropezado en el camino con alguna enfermedad mortal o con algún accidente imprevisto igualmente letal, situaciones ambas que dependen del azar y por lo tanto no lo podemos sumar a las cucardas que hayamos cosechado durante la vida, llegar es meritorio.
Si en cambio, y sin relación con el estado propio a que tarde o temprano nos somete la vejez, en cuanto a la pérdida de un sin número de destrezas, habilidades y capacidades tales como ver bien oír bien masticar bien, caminar firmes y sin titubeos etc. etc. al mirar para atrás y contemplar la obra realizada a través de esos largos años, y que esa obra haya sido consecuencia de un proyecto de vida al que nos mantuvimos fieles, sin importar los necesarios altibajos que el vivir supone, entonces sí es lindo llegar a viejo, no por el mero hecho de llegar, sino por el mérito de haber construido el edificio que imaginamos allá lejos y hace tiempo, parafraseando a Hudson.
Pero para ello, y aquí comienza una serie de recomendaciones para los jóvenes de hoy que caen en las adicciones, la violencia y hasta el suicidio porque no logran darle un sentido a sus vidas.
La clave está, según mi parecer, en que desde el mismo momento en que somos autosuficientes y gozamos de una inteligencia estándar, es necesario tener conciencia de cada paso que damos en pos de una meta que quizás aún no tengamos definida, pero que sea cual fuese, ha de requerir una ruta común al principio, para luego encontrar el camino definitivo que nos acercará al fin deseado.
Al hablar de rutas comunes me refiero a dos condiciones aconsejables para hacer del camino, casi siempre subida, un recorrido placentero y útil para sí mismo.
En primer lugar tener clara consciencia de la suerte que significa el poder caminar y no me refiero a la capacidad de mover las piernas sino al avanzar paso a paso, disfrutándolos aun cuando impliquen tropezones y hasta caídas, porque como magistralmente versificara el gran Machado:
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Es cierto que lo años mozos son los más apropiados para la diversión y el jolgorio, y es bueno aprovechar la ocasión, pero que no les nuble la visión pensando que así será la vida por cuanto estarán muy equivocados.
Toda obra de gran magnitud, y la vida lo es, requiere esfuerzo, disciplina, constancia, horizontes claros, los que no deben privarlos del descanso reparador siempre y cuando la mesura los acompañe para no tener luego que arrepentirse.
Y como buen argentino no puedo sino evocar el famoso asadito de los obreros de la construcción al finalizar cada etapa clave del edificio en cuestión, pero inmediatamente hay que volver a la cuchara y al fratacho porque la obra no espera indefinidamente.
Ese momento, el del asadito hay que aprender a valorarlo en toda su magnífica dimensión, como así también la vuelta a la dura labor.
Algún día cada vez más cercano, estarán instalando la aguja en el ápice de la torre construida, y cuando el sol se refleje en ella emitiendo dorados destellos, si tenemos más de ochenta y recordamos cada ladrillo, cada columna, cada viga, cada frío paralizante o cada calor agobiador, entonces sí es lindo llegar a viejo.
Si en cambio creen que la juventud es eterna y que los excesos son propios y naturales, incluyendo las resacas, la paternidad o maternidad inesperada, la muerte prematura mediada por la infracción a las normas de convivencia previstas por las leyes, y peor aún y por la misma razón, el homicidio culposo o doloso y con ello la pérdida de la desperdiciada libertad que hasta instantes antes despilfarraban absurdamente, entonces advertirán aunque tarde las sabias palabras de nuestro mencionado poeta:
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar
Si al llegar a la vejez la consciencia nos permite reconocernos como hacedores de caminos, como obreros, como generadores de ideas, como ejemplos de vida, como ciudadanos respetuosos, como altruistas sin retornos viles, como veraces en nuestro proceder; entonces sí podremos disfrutar de ser como lo expresara en un escrito previo, un viejo digno, no por lo que tengo sino por lo que hice durante mi larga vida.
Si la senectud fuese tan linda como lo pintan, no habrían prosperado como lo han hecho, todas las patrañas, y aquí me remito a la definición de la Real Academia: "Invención urdida con propósito de engañar", insisto, todas las patrañas con los infalibles métodos y medicamentos anti edad; es que la realidad indica la pandemia occidental de gerontofobia social, y de la gerascofobia individual, siendo la primera la fobia hacia los viejos, y la segunda la fobia a ser viejo.
La gerontofobia no es sino una prueba más de que el hombre es naturalmente malo, entonces frente a la realidad con que la vejez se presenta, acuden los que todavía no lo son a negarnos, discriminarnos y hasta usarnos en beneficio propio, en una vano intento de no acceder nunca a ese grupo social que va inexorablemente in crescendo y que tarde o temprano los engullirá muy a su pesar.
Y entonces aparece el inmoral y gigantesco negocio de ofrecer rejuvenecimiento invirtiendo el sentido de giro de las agujas del reloj.
No voy a explayarme en la larga lista de falacias inventadas a tal efecto y sí solo hacer mención a la absurda esperanza que hace a los viejos aferrarse a esas mentiras sin advertir que lejos de rejuvenecer lo que logran es dar pena de verlos enmascarados bajo el aspecto de jóvenes y con actitudes de tales.
Nada más desagradable que ver a un anciano de cualquiera de los sexos, con zapatillas multicolores caminando dificultosamente pero escuchando vaya a saber qué, auriculares mediante, sin detenerse a con templar el rosedal explotando de flores, y, despojándose de los equipos, sentarse a escuchar el sonido del perfume, del color y de las aves voladoras, ahora golondrinas por ejemplo, o de las alegres y charlatanas catas que charlan durante el vuelo.
Seamos parte honesta de esa vida, sin aditamentos que pretendan infructuosamente ocultar nuestra sodera, nuestra disminuida visión o nuestro caminar con bastón.-
Soy viejo y rindo cada día culto al sol radiante y cuando lo cubren las nubes, rindo culto a las mismas que nos traen el agua necesaria para la vida; y cuando truena me imagino la Sinfonía 1812 ejecutada para mí por las fuerzas de la naturaleza.
Cuando ya es poco lo que podemos hacer físicamente, en vez pretender trotar ridículamente, a lo joven digamos, detenerse a contemplar la vida que nos regala una jornada más, recordando eso sí los días pretéritos de plena capacidad física, pero no con tristeza, sino con agradecimiento, tal como el viejo aforismo lo dice:
"No llores porque terminó, sonríe porque sucedió".
Insisto en lo que ya es casi una muletilla para mí:
"Seamos viejos dignos, ya que ser viejo distan de ser maravilloso, pero siempre queda un resto que hace que valga la pena vivir".