Los líos de Francisco: abusos sexuales
El abogado de víctimas de abusos Carlos Lombardi y su opinión sobre el papado de Jorge Bergoglio.
Durante su visita a Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en julio de 2013, el papa argentino expresó una frase que quedaría en la historia de los creyentes católicos: "Hagan lío".
Con impronta militante, Bergoglio impulsaba a los jóvenes a hacer proselitismo religioso, adoctrinar gente y a hacer visible una religión (y su institución) que, como es sabido, no está exenta de responsabilidad por su decadencia doctrinal, ideológica y estructural.
Si bien el hacer lío tenía como finalidad que los católicos vivieran la fe que dicen profesar con pasión y compromiso puertas afuera de la institución (en asocio con otras expresiones de deseo como "iglesia en salida" y "hospital de campaña"), lo cierto es que el referido lío siempre estuvo condicionado por el control y manipulación clerical.
Es sabido que el laicado católico (el rebaño, la clase dicente, los que no saben nada y necesitan ser pastoreados), deben repetir de memoria dogmas, doctrinas, documentos, encíclicas, producto del pensamiento e ideología clerical.
Ahora bien, hacer lío en las diversas realidades de los creyentes presentaba - y continúa presentando - un primer desafío que era comenzar por la propia institución. Ahí empezó a perder fuerza la expresión papal, por los innumerables inconvenientes en la estructura, organización y funcionamiento de la iglesia, fácilmente observables. Uno de ellos, el histórico flagelo de los abusos sexuales del clero, vigente a pesar de las reformas fingidas, diseñadas más para contener el escándalo que para hacer justicia.
Hacer lío, claro, tiene límites. Y el más riesgoso de todos es el ‘lío interno', el que cuestiona privilegios, jerarquías y zonas de impunidad dentro de la institución, que obliga a mirar hacia adentro. Porque cuando el escándalo de los abusos sexuales comenzó a desbordar archivos, diócesis, congregaciones y continentes, la consigna ya no era hacer lío, sino contener el daño.
El mismo discurso, la misma impunidad
Desde comienzos del siglo XXI, la Iglesia Católica ha respondido con una estrategia más comunicacional que estructural: pedir perdón, anunciar comisiones, prometer transparencia, elaborar un número acotado de documentos contrarios al derecho internacional de los derechos humanos, todo mientras mantiene intacto el sistema de poder que posibilita el silencio, el encubrimiento y la impunidad. Prueba de ello es que los colectivos de víctimas y sobrevivientes están solicitando que en el próximo cónclave se excluya a cardenales señalados como encubridores o cómplices de sacerdotes abusadores.
La muerte del papa argentino permite, entonces, abordar el flagelo, en primer lugar, desde el contexto histórico que tuvo como punto de partida el escándalo desatado en Boston en 2001, que permitió su visibilización, como también observar los altos niveles de cinismo, impunidad y comportamiento ilegal de parte del clero, y la valentía de las víctimas y sobrevivientes al animarse a denunciar ante las autoridades públicas; y en segundo lugar, desde la dimensión institucional, donde la Iglesia ha operado con una lógica defensiva y autorreferencial, desplegando estrategias más orientadas a preservar su imagen que a garantizar verdad, justicia y reparación.
Como sostuvimos en 2010, "los crímenes sexuales cometidos por los sacerdotes de la Iglesia católica y los mecanismos institucionales utilizados para garantizar la impunidad del clero deben ser considerados parte de una estructura sistemática de violaciones a los derechos humanos" (https://laicismo.org/abusos-sexuales-en-la-iglesia-y-su-sistema-de-proteccion-i/ ).
Ante el escándalo global, el aparato eclesiástico desplegó, con disciplina y reiteración, una batería de respuestas destinadas más a proteger la institución que a reparar a las víctimas: la victimización institucional, denunciando "campañas de descrédito" contra la Iglesia y supuestos complots laicistas; la minimización del problema, reduciendo los casos a "algunos sacerdotes" o a "una ínfima minoría", aunque informes oficiales (como el Ryan y el Murphy en Irlanda) prueben miles de abusos encubiertos durante décadas; la generalización distractiva, señalando que hay abusos en otras instituciones o en las familias, como si eso pudiera eximir de responsabilidad; el recurso al perdón, con cartas y discursos emotivos que ocultan la falta de colaboración con la justicia civil; gestos grotescos y ofensivos, como comparar las denuncias con el antisemitismo o felicitar a obispos por no denunciar a curas abusadores; hipocresía institucional, donde quienes firmaron normas de silencio y encubrimiento posan luego como compungidos pastores heridos por el dolor ajeno; el blindaje doctrinal, defendiendo el celibato como ajeno a los abusos, cuando es parte de una estructura represiva y disfuncional en lo sexual; la culpabilización de menores, con declaraciones indignantes que responsabilizan a las víctimas de haber "provocado" a sus agresores; obstaculización del accionar estatal, negándose a colaborar con comisiones parlamentarias o a entregar información a la justicia; y finalmente, la excusa universal: "todos somos pecadores", como si el crimen sistemático pudiera lavarse con una confesión ritual, un arrepentimiento televisado y una moral simplista, más cercana al consuelo infantil que a la justicia adulta.
En el mismo trabajo, también sostuvimos que "Las raíces del problema no son externas, sino institucionales. Se extienden desde la malsana y patológica visión que de la sexualidad tienen los obispos (de donde surgen, no sólo la epidemia de abusos sexuales, sino una serie de fenómenos que conforman la "cuestión sexual" dentro de la Iglesia); la forma de ejercer el poder dentro de la institución; y una estructura y organización excluyentes que no ofrecen ámbitos ni instancias de contención a las víctimas.
A esas causas se le suma la garantía de protección para los curas pedófilos: un orden jurídico diseñado de tal forma que en vez de asegurar la tutela de los derechos y garantías de las víctimas, ha contribuido en la práctica a encubrir a los sacerdotes delincuentes y dejar impunes miles de casos de abuso sexual" (ibíd.). Estas son las claves del asunto que las autoridades eclesiásticas omitieron analizar durante el pontificado de Francisco, fueron sistemáticamente omitidas, vaciando de contenido toda respuesta institucional.
Francisco reconoció públicamente el problema (algo que ya era imposible negar), reformó protocolos, dictó documentos como Vos estis lux mundi, pero nunca se atrevió a cuestionar el núcleo clerical, masculino y jerárquico que sigue protegiendo - por omisión o por complicidad - a miles de abusadores.
En las próximas entregas, abordaremos esa estructura de poder, la cultura del encubrimiento, el papel de la curia, el rol de los Estados y el lugar que ocupan hoy las víctimas y sobrevivientes en esta historia todavía abierta. Porque, a diferencia de la retórica clerical, el verdadero "lío" sigue pendiente.