Lo que el viento (no) se llevó

El viento Zonda en retirada, capítulo trágico en la provincia, ha dejado algunas cosas que no se ha podido llevar a volandas, y que deben ser agenda inmediata.

Matías Pascualotto

Acompañando las previsiones realizadas por distintos organismos durante la semana pasada, el viento Zonda azotó la provincia con furia, y, en su área metropolitana, con inusitada persistencia.

Tras las primeras ráfagas, el abrazante calor del arenoso viento comenzó a hacer sus estragos en estos sectores del cuyum, nuestra "tierra de arenas", conforme nos denomina el ancestral vocablo. Y allí, más allá de las certeras previsiones y recomendaciones hacia la población en general, comenzaba a emerger la catástrofe.

Enclavada en medio del desierto, la ciudad jardín, capital de la Tierra del Sol y del Buen Vino, comenzó a mostrar su talón de Aquiles, y con él, lo que el viento no se llevó, que, por ironías del destino, recreaba la devastación del fuego de parte de su conglomerado urbano, pero esta vez no en la Georgia de la guerra secesionista norteamericana relatada por Margaret Mitchell, sino aquí, a un par de quilómetros de nuestra menduca cotidianeidad.

Con causas diferentes a las de dicha historia, los efectos naturales abrieron las pasadas horas nuestro capítulo de averno dantesco, que acabó con miles de hectáreas de flora y fauna nativa, arrastrando un desastre que seguramente mucho costará remediar -ya que recuperar no se puede-. Y nuestro nativo y cruento suceso, al igual que lo hace la magistral narrativa citada, recreativa del incendio georgiano, debe traer también sus reflexiones políticas.

En dicho sentido, quizás sería lógico pensar que la ayuda de la Nación, desde un Plan Nacional de Manejo del Fuego, el cual contiene su respectivo Servicio Nacional de Manejo del Fuego, dependiente del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, y que seguramente, tras su importante organigrama, estipulado en su página de internet - y si a ella hace real honor- tiene todo un concierto logístico de sueldos, oficinas, e ingente material, debería haber llegado un poco antes.

Y no pensemos en los rescatista, sino en la intrincada burocracia. Las noticias anunciaban ayer que los aviones hidrantes y sus abnegados tripulantes y colaboradores esperaban su oportunidad tras las fuertes ráfagas y el desastre en ciernes. No obstante ello, la posibilidad más efectiva, ayúdenme a responder los expertos, quizás haya estado antes de la ráfaga. Un poco antes, o mucho más atrás de ella, con planificaciones y puesta en marcha de políticas concretas que evitaran el riego para la vida de pilotos, rescatistas, habitantes, flora, fauna, y ecosistema en general, tras un Plan de manejo que no debe ser barato, hablando en dinero.

Por otra parte, extraño a lo anterior pero relacionado, resulta la complejidad que la franja del piedemonte del oeste del área metropolitana de Mendoza, representa como problemática ecológica. Concausas vinculadas a su lógica de crecimiento, que hoy por hoy dejaron secuelas que aún se están apagando-literalmente- desde Luján hasta Las Heras, a todo lo largo -literalmente también-, de la ciudad.

Venta de tierras al margen de todo destino planificado, falta de previsión en los emprendimientos y sus tipos, lavado de áreas naturales a través de movimientos de tierras inconsultos y asfaltados de zonas de drenaje de aguas, que acaban con la posibilidad de que la flora decante su propio equilibrio, han llevado, del desierto, que es una cosa, a la desertificación, cosa muy distinta.

Aquí la necesidad de un fuerte compromiso para aplicar la importante herramienta que el novel proyecto de Ley de Ordenamiento del Piedemonte representa. Producto legislativo de reciente factura, requiere -como toda ley que no pretenda convertirse en campana de palo- realidades concretas.

Finalizando, se debería tener presente que, en materia de emprendimientos habitacionales, tanto el del aislado ciudadano que pretende instalarse bucólicamente en el piedemonte ancestral (exigiendo luego, en contraposición a sus propios actos, servicios citadinos, como el asfalto), como el del desarrollista, que solicitando tratos diferenciales, bajo banderas de producción de empleo y generación de riqueza, importa a las faldas de los cerros proyectos con tintes foráneos y no amigables con nuestro entorno , son escaso pan provincial para hoy y miseria para mañana, toda vez que la llama de un ya rancio y viejo descontrol (hoy encendido en brasas) acecha el horizonte de la ciudad. 

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