Los caciques huarpes y pehuenches

En su sexta nota de la serie "Prohombres", Eduardo Da Via analiza aquí el rol de los aborígenes que habitaban el territorio mendocino.

Eduardo Da Viá

En esta mi sexta entrega de la serie "Prohombres" y a modo de introito, se me dio por pensar que nunca definí lo que se entiende por prohombre, quizás porque uno parte del supuesto de que todos conocen su significado, pero de todas maneras creo viene bien aclarar que deriva del latín 'probi homine' vale decir hombre probo, íntegro, recto, honrado, honesto.

Cuando se piensa en personajes dignos de tal calificativo, por lo general pensamos en cualquiera de aquellos que se destacaron sobremanera en alguna rama del saber tradicional, pero no solo por el dominio que sobre una o más de ellas alcanzó en su vida, sino porque aportó conocimientos nuevos, de real beneficio para la sociedad y sin mediar intención de lucro alguna.

La mayoría lo son de no mucho tiempo atrás, preferentemente de los siglos XVIII al XX, y en nuestro caso, en Argentina, de linaje casi exclusivamente europeo.

Como ejemplo menciono que las personalidades sobre las cuales escribí en números anteriores fueron cuatro de origen español y uno de Croacia.

En nuestro país hay muchos más, dignos de ser rescatados de la historia, incluso en nuestra propia provincia, pero que siempre gozan de las mismas características, sus vidas transcurrieron en tiempos relativamente cercanos, y sus antepasados y a veces ellos mismo, de origen europeo.

Cabe entonces la pregunta de si no hay vidas ejemplares muy anteriores, pertenecientes por ejemplo a la edad moderna en vez de la contemporánea a la que estamos habituados.

Lo que ocurre es que la conquista y colonización del territorio argentino tuvo lugar a partir del siglo XVI siendo la secuencia inicial la siguiente: la primera ciudad en sentido estricto, fundada por los colonizadores españoles en el actual territorio argentino, fue la ciudad de El Barco (1550), al sur de Tucumán.

Luego vendría la fundación de la Santísima Trinidad Buenos Aires: en 1580 y la de Santa Fe en 1573.

De manera que resulta imposible, que los descendientes de aquellos primeros pobladores, muchas veces resultado de mezclas interraciales y dedicados principalmente a sobrevivir a las guerras entre sí y contra los nativos, a labrarse la mayor fortuna posible y a adueñarse de grandes extensiones de tierra, se preocuparan por la cultura, personal y mucho menos social.

En este contexto resultaría absurdo pensar en el desarrollo de una clase intelectualmente elevada, como ya existía desde mucho tiempo atrás en la Europa de sus orígenes.

La educación y el alfabetismo no fueron tema que les preocupara, e incluso se las retaceaba para poder mantener el dominio de los pocos letrados sobre la masa ignorante.

A la mujer le estaba vedado estudiar a tal punto que, en el ámbito universitario la pionera fue Cecilia Grierson, que en 1889 obtuvo un título universitario, nada menos que de Medicina, mientras que Elizabeth Blackwell lo hacía en USA en 1849, es decir cuarenta años antes.

Pero dieciséis siglos existió Hipatia, ? filósofa y maestra neoplatónica griega, natural de Egipto, ? que destacó en los campos de las matemáticas y la astronomía, ? miembro y cabeza de la Escuela neoplatónica de Alejandría a comienzos del siglo V.

Como vemos un verdadero abismo temporal separaba a la joven América, del Oriente y del Viejo Continente.

Sin embargo, mucho antes de la brutal conquista por parte de los europeos, en especial España, Portugal y en mucho menor grado Holanda y Francia, existían en territorio americano pueblos nativos con una organización político-social admirable, que nada tenía que envidiarle a los egipcios por ejemplo, surgidos miles de años antes pero con los cuales no tuvieron nunca contacto ni siquiera sabían de su existencia.

Vale decir fueron autosuficientes para desarrollarse como nación y llegaron a un nivel cultural admirable, en especial en astronomía, matemáticas y arquitectura.

Los primeros en establecerse durante el siglo IX antes de Cristo fueron los mayas, descendientes de las originales culturas americanas los olmecas y toltecas.

Las primeras ciudades mayas se fundaron por el año 750 AC (al mismo tiempo que se fundaba Roma) y las últimas fueron abandonadas por el año 950 DC, cuando Europa estaba en plena edad media.

Se adelantaron varios siglos a los aztecas, mientras que los mayas se establecieron en lo que hoy es el sureste de México, Guatemala, Honduras y el Salvador, el imperio llamado "Azteca" abarcó del golfo al centro de México. Desde luego con una zona de traslape entre ambas culturas. Además, cuando los aztecas llegaron a su mayor expansión, por el año 1300, la civilización maya ya había pasado su periodo clásico... 400 años antes.

La organización política era bien reglada, la autoridad máxima el rey con sucesión patrilineal y el ajaw era el gobernante de una ciudad.

Tanto el que ostentaba la máxima autoridad como los que le seguían jerárquicamente y con funciones gubernamentales, fueron también, a mi juicio, verdaderos prohombres que supieron guiar a los nativos para conformar un verdadero imperio, autosuficiente en lo atinente al suministro de comida derivada de la actividad agrícola, de tal forma que al parecer todos tenían acceso a los alimentos, aun cuando socialmente estaban separados en distintas capas.

Otro tanto ocurrió con los aztecas y los incas, pueblos en los que los sucesivos prohombres, los llevaron a convertirse en naciones poderosas, con elevado nivel cultural y social, con un manejo asombroso de la arquitectura tenida cuenta la absoluta carencia de la tecnología que hoy es requerida para elevar edificios similares. Rutas empedradas, canales y chinampas para cultivo lacustre, fueron meritorios logros de esas sociedades.

Nosotros, los cuyanos los tuvimos: los huarpes, presentes en gran parte del territorio mendocino, este de San Luis y sur de San Juan, incluso un sector del norte de Neuquén.

Según Canals Frau, el término huarpe proviene de la divinidad principal que era Hunuc Huar más la partícula ´pe´ que indica parentesco o consanguinidad, de tal forma que huarpe sería sinónimo de pariente de Huar.

En cuanto al idioma, hablaban dos variantes de una misma lengua, el Allentiac en la zona de San Juan y el Milcayac en Mendoza.

Manejaron extraordinariamente el agua para regadío derivándola del 'Río Madre', el Mendoza utilizando canales y acequias, con el desnivel justo para que el líquido elemento fluyera fácilmente pero no se desbordara inundando zonas donde ese fenómeno resultaba perjudicial.

Esta magnífica obra de hidráulica les permitió asegurarse los cultivos y en consecuencia la posibilidad del asentamiento definitivo.

Además practicaban la caza y la pesca pero en la justa medida de las necesidades alimentarias de la población, vale decir con una actitud ecológica puesta en práctica muchos siglos antes de que la palabra ecología fuese acuñada.

Eran pacíficos, no practicaban guerra de ningún tipo. Aunque sí se defendían ante ataques de otras etnias.

Los pehuenches en cambio, de etnia mapuche eran parcialmente sedentarios y otro tanto nómade, pero dominaban una gran parte de territorio, desde San Carlos a la vertiente occidental de la Cordillera de los Andes, y al igual que los huarpes gozaban de una gran sentido de pertenencia a la tierra que consideraban con toda justicia de su propiedad.

A tal punto que cuando San Martín decide las rutas a seguir para su mega operativo bélico contra los españoles, advirtió que para acceder a dos de los pasos centrales, Portillo y Planchón, debía pasar por territorio pehuenche.

Fue así que mediante el diálogo sostenido en la famosa Consulta, magníficamente descripta hace poco en este mismo medio por nuestro Maestro Historiador Gustavo Capone y cuya lectura recomiendo, el Gran General logró no solo el apoyo sino la colaboración con la asignación de baqueanos por parte de los numerosos caciques pehuenches con quienes se reunió.

San Martín, el parlamento y la guerra: la alianza entre patriotas y pehuenches   

Esos hombres, los caciques, también fueron prohombres, porque vislumbraron que esta parte del mundo debía deshacerse del genocida hispano para desarrollarse con identidad propia como correspondía a la legitimidad de su origen en la misma tierra donde vivían. Por eso lo ayudaron a San Martín.

Eso hombres, lo huarpes, nativos, casi animalitos en opinión de los invasores que los diezmaron cruelmente, dejaron sociedades organizadas en base al trabajo y al respeto entre congéneres; sabían reconocer la autoridad del cacique, que por cierto era siempre uno de los mejores en todos los aspectos, y si bien el puesto era hereditario, el sucesor era entrenado desde pequeño para la dura responsabilidad que tarde o temprano habría de asumir: dirigir a la Nación.

No quiero establecer comparaciones ociosas con el triste presente argentino, pero podría apostar que es casi antipódico.

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