Los Pumas racistas y xenófobos: ¿victimarios o víctimas?

Entre todos hemos armado una cultura eurocéntrica, que sobrevalora al "hombre blanco" como raza superior, sostiene Pablo Lacoste en un análisis extendido de la discusión sobre los tuits de algunos integrantes de Los Pumas.

Pablo Lacoste

Todos estamos atravesando momentos de amargura después de conocerse los tweets racistas y xenófobos de tres jugadores de Los Pumas. Sentimos vergüenza, como argentinos, que tres figuras destacadas del deporta nacional y por lo tanto, embajadores culturales del país, hayan podido escribir esas barbaridades.

Y ellos tres también se sienten abochornados por el escándalo. Se han arrepentido y han pedido disculpas. Pero a pesar de todo, el daño está hecho y es irreparable.

De todos modos, sería muy fácil para nosotros utilizar tres jóvenes frívolos de clase alta, como chivo expiatorio de un problema de mucha mayor profundidad, que atraviesa toda la sociedad argentina, más allá de clases sociales, partidos políticos, creencias ideológicas y localización geográfica, lo cual hizo posible que aparecieran estos tres imbéciles escribiendo frívolamente esas barbaridades.

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Los tweets de Los Pumas son resultado de un proceso cultural mayor, en el cual todos formamos parte, de una y otra forma, incluyendo los más encumbrados dirigentes.

Integran esta políticos de primera línea como Carlos Menem y Axel Kicillof, al exaltar la figura de lideres que realizaron campañas al desierto para matar pueblos originarios, como Juan Manuel de Rosas y Julio A. Roca.

También la integran los intendentes de la ciudad de Mendoza, desde Víctor Fayad hasta el actual, pasando por Roberto Iglesias y el actual gobernador Rodolfo Suarez, que han consentido en mantener como nombres de calles de la elegante Quinta Sección a los referentes de las campañas al desierto: Julio A. Roca y Rufino Ortega.

Lo mismo podemos decirles por omisión, es decir, junto con el honor que se rinde a esos patricios del racismo, nuestras autoridades mantienen en firme la política de invisibilizar a los pueblos originarios locales: en la ciudad de Mendoza no tenemos plazas, calles ni monumentos para visibilizar al cacique Guaymallén y sus amigos, verdaderos constructores de la cultura del agua, la cultura del riego y la cultura del agro en nuestra querida Mendoza.

Entre todos hemos armado una cultura eurocéntrica, que sobrevalora al "hombre blanco" como raza superior.

Lo vemos también en los medios de comunicación, los canales de TV, los avisos comerciales de vía pública. Siempre las luces y el lugar de honor es para mujer u hombre blanco; para vender un producto o para leer noticias en cámara. Para candidatearse a Reina o para atender la recepción de una empresa importante.

Cuando se pide "buena presencia", lo que en realidad se trata de decir es que necesitamos "raza blanca".

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En los partidos de fútbol, los equipos que juegan contra Boca suelen entonar cantitos como "Ayayayay, ayayayay, son todos negros de Bolivia y Paraguay". O bien "Si va a Constitución, y ve un negro con grabador; se peina como Gardel, y espera el último tren: es un hincha de Boca, lpmqlp".

Lo mismo pasa en los lugares nocturnos, los boliches y discotecas, donde se colocan a los patovicas para que discriminen a las personas en la entrada por el color de piel. Esa conducta racista de los empresarios no es elección de ellos, sino de la sociedad en su conjunto: el "mercado" objetivo no ingresa a un boliche "que está lleno de negros".

Lo mismo pasa con las comidas: una corriente muy grande de restaurantes trata de disfrazarse de "comida internacional", evitando, con vergüenza, mostrar con orgullo la comida criolla.

El racismo esta es el lenguaje de nuestra sociedad. Es la triste verdad.

Se nota también en el mundo del vino. Cuando el intendente de Guaymallén, Marcelino Iglesias propuso utilizar el nombre "Guaymallén" para el espumante nacional (en vez de la careta colonialista "Champagne"), muchos enólogos de élite se burlaron con desprecio: "Guaymallén Extra Bruto", se mofaban.

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Las etiquetas y marcas, muestran ese colonialismo cultural en forma recurrente: marcas como "Carcasone" y "Pont l'eveque" para vinos hechos en Mendoza, son una muestra de esta actitud que tenemos todos.

Lo mismo ocurre con los empresarios que pretenden elaborar vino "en ánforas", copiando técnicas remotas de Europa, y despreciando las tradiciones hispanocriollas locales, sustentadas durante cuatro siglos por los campesinos viticultores, mestizos, por cierto, que elaboraban vino en tinajas. Esa diferencia significa una opción racista: no quiero contaminarme con los "negros" (mestizos); quiero un producto puramente "blanco" (europeo).

¿Y si el asunto es que hay mucho racismo?

El racismo en viticultura nos ha llevado a hacer barbaridades, entre ellas, arrancar 43.000 hectáreas de Listán Prieto, mal llamada "Criolla Chica". Eran nuestras viñas patrimoniales, un tesoro cultural, que hemos perdido. Hoy apenas tenemos 300 hectáreas en Argentina. La ciencia ya ha demostrado que esa uva sí tiene calidad enológica; los países que tienen esos viñedos exportan vinos a altos precios.

Como se puede ver, entre todos hemos armado una sociedad fuertemente racista. Y los tres Pumas, son simplemente, resultado de un proceso cultural mayor, al cual no pudieron escapar.


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