Los relatos de la impunidad: Paula Toledo

El viernes pasado, después de 17 años de lucha por parte de la madre de Paula Toledo, Nuri Ribota, el tribunal sanrafaelino condenó a Marcos Grain a 11 años de prisión.

Emiliana Lilloy

El abuso y asesinato de Paula Toledo, la impunidad programada de quienes destruyeron pruebas e ignoraron otras, el silencio o indiferencia de la sociedad ante las aberraciones, y una madre que luchó por su hija durante 17 años pidiendo justicia, nos deja un mensaje muy claro, un símbolo que nos explica cuáles son nuestros valores y la forma en que vemos el mundo.

Es que somos animales simbólicos, y nuestra realidad es moldeada a partir de los imaginarios que consensuamos como válidos. Sabemos que estos pactos incluyen cuestiones tan relevantes como la creencia en los Estados modernos o formas de organizarnos, las deidades a las que acordamos venerar, las instituciones como la monogamia o el matrimonio, el papel al que le damos un valor para el intercambio de bienes, los derechos que hemos inventado para sobrevivir en sociedad, etc.

Así, nuestra especie utiliza la palabra o el lenguaje para crear mundos ficticios, simbólicos y valores que rigen nuestras vidas. Incluso, en su modalidad escrita, toma la forma de leyes o sentencias que manifiestan y obligan a que estos pactos o acuerdos sean cumplidos por quienes la integran. Imaginamos, pactamos, luego, la palabra crea mundo.

Advirtiendo la importancia de los discursos, relatos y creencias de nuestra especie, surge la pregunta central ¿Quien crea estos pactos o imaginarios en los que confiamos? O incluso podríamos preguntarnos ¿por qué elegimos creer? Las respuestas a estas preguntas no resultan desdeñables, si pensamos por ejemplo que, si pactamos creer en lo que dijo Mahoma (o incluso creer que efectivamente existió y lo dijo) es probable que nos parezca una conducta normal la mutilación femenina.

A primera vista podríamos decir que es quien tiene el Poder de hacerlo quien crea el saber, lo que consideramos válido o la verdad. Pero lo cierto es que vivimos en sociedades cada vez más complejas y la tecnología ha democratizado o masificado el poder de la palabra y el de crear discursos. Pero por más de que seamos conscientes de esto y pretendamos no ser presa de creencias o convicciones ajenas, lo cierto es que muchos de estos relatos están interiorizados y se reproducen de manera tal que sostienen nuestras conductas personales y sociales.

Piense quien lee, en los relatos bíblicos por ejemplo, que justifican hasta nuestros días la inferioridad de la mujer y sus características asociadas a la castidad, fragilidad y la sumisión, y que, fueron y son utilizadas para estructurar una sociedad en donde la mujer es privada de su deseo, de su cuerpo y de derechos en igualdad de condiciones que los varones. Piénsese también en los discursos contradictorios que estigmatizan a la mujer como un ser inestable, emocional o desequilibrada en oposición al varón racional, estable u objetivo, pero que cuando se comete un femicidio es justificado con un estado de "emoción violenta" que probablemente fue provocado por la irritante o desobediente mujer que se lo buscó.

En un mundo en que una de cada tres mujeres sufre acoso sexual durante su vida y la pobreza acecha a gran parte de la población ¿por qué cuando una persona denuncia un robo asumimos que fue así y no pensamos que el señor amablemente le dio la billetera al ratero, y cuando una mujer denuncia un acoso sexual alegamos que nos resulta raro, que las mujeres mienten y que seguro quiere algo más? Discursos, relatos antiguos y actuales que sostienen, validan y justifican las conductas que pactamos como posibles o reales. Bases o creencias de las que partimos para pensar nuestro mundo.

Desde aquel #Niunamenos en que todas salimos a la calle a reclamar que nos queremos vivas y que no aceptaremos más normalizar la muerte de las mujeres, el relato comenzó a cambiar y con ello, nuestra realidad.

El viernes pasado, después de 17 años de lucha por parte de la madre de Paula Toledo, Nuri Ribota, el tribunal sanrafaelino condenó a Marcos Grain a 11 años de prisión. Y si bien la condena y la calificación del delito no fue la esperada y dejó un sabor agrio para la sociedad, lo cierto es que, la respuesta social ante ella y los días enteros en que la explanada del Poder Judicial de San Rafael estuvo repleta de gente acompañando a esta madre, solicitando la reparación de las aberraciones que se cometieron durante los juicios anteriores, muestran un cambio y una indignación ante la impunidad.

Bajo la consigna #JusticiaparaPaula, la sociedad sanrafaelina abandonó el relato de la impunidad, para asumir y hacer valer el de la justicia y la dignidad humana. Nadie quedará impune si intenta menoscabar la vida de las mujeres. Nadie tiene el derecho de controlar nuestras vidas y menos de quitárnosla. Este nuevo relato y la decisión de creer en él, es finalmente lo que nos determinará como iguales y nos hará libres de la violencia de género.

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